Eso podría explicar por qué la gente a menudo pide que sea desenmascarado. En Inglaterra, este episodio renovó los llamados para que las empresas de tecnología impongan la verificación de identidad a sus usuarios. Una petición del gobierno británico que exige que se establezca “mostrar obligatoriamente una identificación verificada para abrir una cuenta en una red social” tiene más de 688 mil firmas. “Tenemos derecho a la libertad de expresión y asociación, pero como personas reales, no como personas falsas”, escribió Paul Mason, columnista de The New Statesman.
Una suposición optimista detrás de estas ideas es que el racismo está tan estigmatizado que la gente no se atrevería a apoyar tales cosas con sus propios nombres (sin duda, una lectura curiosa de la política, británica o no, en pleno 2021). Implica que adoptar una nueva identidad es volverse “falso”.
Pero también se acerca bastante a cómo funcionan las cosas en la actualidad. Tras una década en la que la identidad en línea quedó bajo un control cada vez más centralizado, en la que se mezclaron varias identidades digitales y desconectadas, y durante la cual los datos personales se convirtieron en una mercancía mundial muy cotizada, el control sobre la propia identidad comienza a parecer más un privilegio bajo amenaza que un derecho. Existir en línea es que te pidan constantemente que te muestres.
¿De quién es este espacio?
El anonimato y los seudónimos en línea han sobrevivido a las acusaciones de que arruinan internet desde que las personas comenzaron a iniciar sesión; malos actores han abusado de su uso. También son ampliamente incomprendidos.
Muchas suposiciones comunes sobre el anonimato se complican por la literatura sobre cómo las personas se comportan realmente en línea, como señaló el investigador K. Nathan Matias. Por ejemplo, en los estudios, los actores anónimos tienden a ser más, no menos, respetuosos con las normas grupales. Más de la mitad de las víctimas de acoso en línea ya conocen a sus acosadores. Hay poca evidencia de que las políticas de exigir un “nombre real” mitiguen el abuso y al mismo tiempo hay mucha que sugiere que pedirle a la gente que exponga más información privada puede intensificarlo. Los investigadores han descubierto que en algunos contextos se ha observado que los comentaristas más agresivos son más propensos a revelar sus identidades.
Sin embargo, un análisis de hace casi dos décadas de medios británicos realizado por Thais Sardá, investigadora de la Universidad de Loughborough, reveló que la cobertura de espacios anónimos, a menudo e imprecisamente denominada la “internet oscura”, estaba “sustentada por una caracterización considerablemente negativa” del anonimato. En las contadas veces que están representados, los usos positivos del anonimato y los seudónimos se describen como limitados y excepcionales; eso tiene sentido para, por ejemplo, los disidentes, pero ¿qué tienen que ocultar todos los demás?
Cass Adair, profesor asistente de la Universidad de Nueva York y autor de una próxima historia sobre los espacios trans en internet, argumenta que los conflictos sobre la divulgación de la identidad en línea son tan antiguos como el propio internet.
A principios de los años 90, dijo, los espacios en línea comenzaron a expandirse más allá de sus raíces militares, industriales y académicas iniciales. “En ese momento, muchas personas tenían acceso a internet en el trabajo, iniciaban sesión a través del trabajo y luego accedían a cosas como foros de mensajes o listas de correo”, dijo. Eso limitó de manera drástica la gama de temas de los que las personas se sentían capaces de hablar en servicios como Usenet. “Si eres robertjohnson@mil.gov o estás etiquetado con tu universidad, hay muchas cosas de las que quizás no quieras hablar como esa persona”, dijo.
Una de las primeras soluciones fue crear “relays” (suplentes), es decir, confiar en un servicio de terceros para enmascarar tu información (como el suplente de correo electrónico de Craiglist para los vendedores). Estos servicios fueron atractivos, pero también controversiales. “Hubo muchos foros que se separaron por esto”, dijo Adair. Con el tiempo, la gente encontró o creó espacios más agradables. Dijo: “Fue microcósmico y un tipo de evidencia histórica. En ese tiempo, las personas marginadas no decían: ‘¡Hey!, protéjannos de los troles anónimos’”. Solo querían espacio.
Un mercado para la identidad
Lo que le siguió a los primeros espacios acreditados en línea fue, en retrospectiva, una accidental era dorada de construcción de identidades en línea: una web ampliamente accesible donde las personas adoptaron seudónimos y eligieron direcciones de correo electrónico, iniciaron sesiones en salas de chat y escogieron sus propios dominios web.
Si bien la mayoría de esas nuevas identidades no fueron estrictamente anónimas, sí asumieron un deseo de estar bajo seudónimos. Esto se extendió a las primeras redes sociales. Por supuesto, la gente quería construir una nueva identidad en Myspace que no fuera vista por, por ejemplo, profesores o compañeros de trabajo. En este contexto, preguntar por qué alguien podría decir o hacer algo en línea que no haría en persona es tan absurdo como preguntarles si actuarían de la misma manera frente a sus padres que frente a sus amigos más cercanos.
Luego vino Facebook. La web había proporcionado una multitud de espacios que podían existir de forma separada de las conexiones sociales fuera de línea; Facebook, en cambio, comenzó reuniendo las redes sociales existentes en un gran contexto, donde las distintas normas y expectativas comunitarias se entrelazaron, o tal vez simplemente fueron mezcladas a la fuerza.
Al hacerlo, Facebook, junto con Google, reanimó las luchas de poder que habían estado cociéndose a fuego lento durante décadas, como señaló la investigadora Danah Boyd. En 2014, durante un esfuerzo para hacer cumplir una política de “nombre real” en toda su plataforma, Facebook se encontró en un desacuerdo directo con los usuarios trans, entre muchos otros, para quienes elegir sus nombres era una condición para utilizar la plataforma de manera segura (o simplemente utilizarla).
Las supuestas ventajas de los nombres “reales” pueden ser esquivas. Consideremos a QAnon, un fenómeno cultivado en espacios límites donde el anonimato es la norma que se propagó a Facebook. Sus usuarios compartieron tanto contenido de QAnon con sus nombres “reales” que Facebook al final tuvo que recurrir a una prohibición total.
Hoy en día es difícil dejar de recalcar cuán minuciosamente conectadas se han vuelto las diversas identidades (legales, elegidas, asignadas) de un usuario de internet habitual. Hay ejemplos obvios en servicios como LinkedIn, donde la identidad profesional verificable y pública está asociada con sus identidades sociales en otros lugares. Las plataformas que solicitan nombres legales se vinculan a través de otras innumerables redes sociales, sitios web de compras y sistemas de comentarios a través de funciones de inicio de sesión unificadas. La tecnología de reconocimiento facial amenaza con unir todas nuestras identidades, en todas partes y en todo momento.
El fin de una era
Muchas de las empresas más poderosas de internet les deben su éxito a nuestras identidades, de las cuales han extraído miles de millones de dólares en valor. Sin embargo, algunas de ellas ya están mostrando su vejez. La era que definieron está, si no llegando a su fin, entrando en conflicto con el cambio de hábitos. Facebook está siendo asociado cada vez más con personas mayores, muchas de los cuales se unieron durante su experimento de “nombres reales”.
La gente más joven, en su mayoría, ha gravitado a otros lugares. Sus seudónimos se extienden a través de una variedad de juegos, aplicaciones y servicios, algunos persistentes, otros desechables, y muchos cuidadosamente personalizados al contexto en el que se utilizan.
El deseo de semianonimato comparte una preocupación entre los diferentes perfiles: el control. Un trol quiere tener el control sobre quién tiene información sobre él; una persona tipo “amo del universo” quiere decidir qué cosas pueden vincularse al apellido familiar; una persona joven necesita un espacio para resolver las cosas; una persona mayor necesita un espacio para cambiar.
Y aún así, el deseo de ser diferente para diferentes personas es tan familiar como la familia, tan común como tener amigos y vivir con otras personas. Es valioso para los poderosos y los débiles. Y es que, ¿quién no ha anhelado en algún momento tener ese tipo de albedrío?