“La península antártica es el sector que más sufre el cambio climático en toda la Antártida. Hemos tenido aumentos de temperatura en los últimos 100 años de 2.5 grados promedio. Esto aumenta el riesgo de que especies exóticas se instalen en la Antártida, entre otras cosas”, declaró Rodolfo Sánchez, director del Instituto Antártico Argentino (IAA).
Las investigaciones que se realizan en la base científica argentina Carlini ininterrumpidamente desde hace cinco lustros en la isla 25 de Mayo (o Rey Jorge) del archipiélago Shetland del Sur, en cooperación con el laboratorio alemán Dallmann, arrojan resultados alarmantes.
El director científico de la base Carlini, Lucas Ruberto, indicó que la caleta Potter donde está ubicado el centro de investigación es muy particular porque tiene el glaciar Fourcade a pocos metros.
“Esa agua de deshielo que sale del glaciar, quizás de manera exagerada por el calentamiento global, puede modificar a la biota que habita la caleta”, advirtió.
“El glaciar al retirarse produce que la columna de agua tenga más sedimentos y eso hace que haya menos penetración de la luz y eso afecta a las comunidad de macroalgas”, precisó en tanto la licenciada en ciencias biológicas Carolina Matula, que investiga en las islas Shetland cómo variaron las macroalgas de 25 años hasta la actualidad producto del cambio climático.
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— Prensa Antártica (@prensaantartica) January 20, 2017
El doctor en biología Maximiliano García llegó a la base argentina para estudiar la variación y la dinámica del plancton en el sistema costero, que para los animales de la región puede representar un cambio en su alimentación.
“El famoso krill, que es alimento de aves, peces, lobos marinos, focas, sufre esa variación. Por ejemplo, en invierno el congelamiento marino le otorga alimento a todas las larvas de krill, entonces al haber menor congelamiento muy posiblemente haya menor reclutamiento de larvas, menor número de adultos al otro año y eso significa menor número de alimento para pingüinos, aves, y eso les produce cambios migracionales. Tienen que ir a buscar alimento a otros sectores y repercute en el conjunto de toda la cadena. Se han notado algunos cambios migracionales”, alertó.
La distribución de las especies de pingüinos en la Antártida está cambiando. Allí habitan seis especies de pingüinos reproductores y “lo que estamos notando en estos últimos años es que los pingüinos de Adelia, que son los más antárticos, se están retrayendo hacia el sur, mientras que los pingüinos papúa, que son subantárticos, están tomando más lugar, se están imponiendo”, dijo Sánchez.
La llegada de una pareja de pingüinos rey a la zona de Carlini llamó la atención de la comunidad científica porque no es una especie antártica.
“Si viene uno, puede estar perdido, pero vino una pareja que armó un nido. La primera vez puso un huevo que no llegó a eclosionar, al año siguiente, nacieron pichones. ¿Será la cabeza de playa y dentro de un tiempo tendremos una colonia de pingüinos rey? ¿Es un indicador de cambio climático? Quizás”, reflexionó el investigador que acompañó a la canciller argentina, Susana Malcorra, en su visita a la Antártida.
Pero no sólo las investigaciones científicas demuestran que el calentamiento global ya es una realidad en la Antártida. Quienes habitan en el continente blanco lo perciben en la vida diaria.
“El cambio climático se siente espantosamente”, declaró Carlos Bellicio, un técnico del IAA al que todos llaman Mono y es uno de los máximos referentes de la base argentina con 23 años de campañas antárticas consecutivas.
“Es como una droga venir cada año”, admitió Mono, que se dedica al estudio de los peces luego de la predación indiscriminada que hubo en los años 70 en esa zona de la Antártida y que llevó a la prohibición total de la pesca.
“Los días que están haciendo ahora, sin nieve y sin viento son raros. Este es el año más atípico. Siempre hay mucha nieve, mucho viento, temporales. Hemos tenido temperaturas sobre cero, cuando siempre estás por debajo”, añadió el técnico Luis Vila, con 15 campañas en la base Carlini en su haber.
El director del IAA señaló en ese sentido que cuando vino por primera vez a la Antártida en 1990 “la lluvia era un fenómeno raro, no llovía, nevaba, y ahora en verano llueve todo el tiempo”. “Hace 25 o 30 años el frente del glaciar caía en ángulo recto al agua, y ahora está 500 metros hacia atrás, como en el caso de la caleta Potter, donde tenés 500 metros de playa”, precisó.
Sánchez puntualizó sin embargo que el cambio climático puede generar también nuevas oportunidades, como estudiar la sucesión ecológica, cómo las especies colonizan un lugar. “De pronto tenés una bahía donde había un glaciar, el glaciar se retira y ese es un espacio libre para ver cómo la naturaleza se comporta, que no tuviste oportunidad de ver en ningún otro lugar del mundo. Quién llega primero, quién después”.
Matula agregó que “donde antes había hielo ahora queda apto para la colonización tanto de macroalgas como de otros organismos, también”.
Más allá del proceso natural de adaptación y desarrollo, la presencia del hombre puede causar cambios inesperados por el tránsito no sólo de científicos y de personal de las bases sino también del turismo que crece año a año.
“Podemos estar trayendo semillas en nuestras botas, microorganismos que empiecen a prosperar en lugares donde antes no prosperaban por cuestiones de temperatura. La temperatura está aumentando y tienen más chances”, señaló el directivo del IAA.
“Si bien aún no hubo casos importantes en la Antártida, cuando ves lo que pasó en la región subantártica te agarrás la cabeza por las extinciones masivas que hubo. Por eso, ¡atención!”, instó Sánchez.