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¿Adiós al covid? Sin pruebas sin mascarillas y sin aislamiento

Los casos de coronavirus están aumentando de nuevo y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades han notificado niveles “altos” o “muy altos” del virus en aguas residuales.

No hace mucho, los centros de pruebas de covid eran omnipresentes. (Foto Prensa Libre: Hiroko Masuike/The New York Times)

No hace mucho, los centros de pruebas de covid eran omnipresentes. (Foto Prensa Libre: Hiroko Masuike/The New York Times)

Cada vez hay más personas que consideran a la enfermedad como un resfriado común. Cancelar planes trae consigo nuevas y desconcertantes críticas de los amigos: no deberías haberte hecho la prueba.

Jason Moyer estaba a días de un viaje familiar por carretera para visitar a sus padres cuando su hijo de 10 años se despertó con fiebre y tos.

¿Covid?

La posibilidad amenazaba con trastocar los planes de la familia.

“Hace seis meses, nos habríamos hecho la prueba de covid”, dijo Moyer, de 41 años y administrador académico en Canton, Ohio. Esta vez no lo hicieron.

En lugar de eso, comprobaron que la tos del niño mejoraba y la fiebre había desaparecido, y partieron hacia Nueva Jersey, sin molestarse en informar a los abuelos del incidente.

En el quinto verano de la covid, los casos están aumentando, y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés) han notificado niveles “altos” o “muy altos” del virus en aguas residuales de casi todos los estados. La tasa de hospitalizaciones por covid es casi el doble que la del verano pasado por estas fechas, y las muertes, a pesar de haber descendido casi un 75 por ciento con respecto al peor momento de la pandemia, siguen siendo el doble que esta primavera.

Con la vuelta de los niños a la escuela y el aumento de los viajes durante el fin de semana del Día del Trabajo, las posibilidades de propagación aumentan. Pero para muchos como Moyer, la covid se ha normalizado tanto que ya no lo ven como un motivo para alterar las rutinas sociales, laborales o de viaje. Las ventas de kits de pruebas han caído en picada. El aislamiento tras una exposición es cada vez menos frecuente. Las mascarillas, antaño símbolo omnipresente de una oleada de covid, escasean incluso en aeropuertos, estaciones de tren y metros abarrotados.

El comportamiento humano es, por supuesto, la razón de que las infecciones se estén disparando. Pero en algún momento, razonan muchos, necesitamos vivir.

“Ya ni siquiera sé cuáles son las normas y recomendaciones”, dijo Andrew Hoffman, de 68 años y residente en Mission Viejo, California, quien contrajo síntomas respiratorios hace unas semanas después de que su esposa diera positivo en la prueba de covid. No fue a la sinagoga, pero sí al supermercado.

“Y como no me hago la prueba, no puedo seguirlas”, dijo.

Los epidemiólogos dijeron en entrevistas que no eran partidarios de una actitud displicente, sobre todo en el caso de quienes pasan tiempo con personas mayores o inmunodeprimidas. Siguen recomendando quedarse en casa un par de días después de una exposición y recibir los nuevos refuerzos autorizados que pronto estarán disponibles (a pesar de la escasa participación durante la ronda del año pasado).

Pero dijeron que algunos elementos de esta nueva actitud de laissez faire estaban justificados. Aunque el número de casos de covid es elevado, el menor número de hospitalizaciones y muertes durante las oleadas es signo de una mayor inmunidad, prueba de que una combinación de infecciones leves y refuerzos de vacunas está marcando el comienzo de una nueva era: no un mundo poscovid, sino postcrisis.

Los epidemiólogos llevan mucho tiempo prediciendo que la covid acabaría convirtiéndose en una enfermedad endémica, más que en una pandemia. “Si preguntas a seis epidemiólogos qué significa exactamente ‘endémico’, probablemente obtendrás unas 12 respuestas”, dijo Bill Hanage, director asociado del Centro para la Dinámica de Enfermedades Transmisibles de la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de Harvard. “Pero sin duda tiene una especie de definición social —un virus que está a nuestro alrededor todo el tiempo— y si quieres tomar esa, entonces definitivamente estamos ahí”.

Algunas amenazas siguen estando claras. Para los grupos vulnerables, el coronavirus siempre representará un mayor riesgo de infección grave e incluso de muerte. La covid persistente, un síndrome polifacético, ha afectado al menos a 400 millones de personas en todo el mundo, según cálculos recientes de los investigadores, y la mayoría de quienes la han padecido han dicho que aún no se han recuperado.

Sin embargo, la directora de los CDC, Mandy Cohen, calificó la enfermedad de endémica la semana pasada, y la agencia decidió a principios de este año retirar sus directrices de aislamiento de cinco días por covid y, en su lugar, incluir la covid en sus orientaciones para otras infecciones respiratorias, indicando a las personas con síntomas de covid, VRS o gripe que permanezcan en casa 24 horas después de que se les termine la fiebre. Las directrices actualizadas indicaban que, para la mayoría de la gente, el panorama había cambiado.

Hanage defendió los mandatos de línea dura de los primeros años de la pandemia como “no solo apropiados, sino absolutamente necesarios”.

“Pero”, dijo, “es igual de importante ayudar a la gente a entrar en una vía de salida: ser claros cuando ya no estamos atados a las vías del tren, mirando los faros acercándose a toda velocidad”.

La ausencia de directrices estrictas ha dejado que la gente gestione sus propios riesgos.

“No me molesto en hacerme la prueba de la covid ni en hacérsela a nuestros hijos”, dijo Sarah Bernath, de 46 años, bibliotecaria en la Isla del Príncipe Eduardo, Canadá. “Mi esposo tampoco se hace la prueba. Saber si es covid no cambiaría si me quedo en casa o no”.

En algunos círculos sociales, las opciones divergentes pueden crear dinámicas incómodas.

Debra Cornelius, de 73 años, de Carlisle, Pensilvania, se quedó en casa y no asistió a una fiesta celebrada recientemente en un local cerrado porque se enteró de que otros invitados, una familia de cinco miembros, habían vuelto de vacaciones y habían dado positivo en la prueba de covid tres días antes de la reunión, pero aun así pensaban asistir.

“Dijeron: ‘Oh, es como un resfriado fuerte, no nos quedaríamos en casa por un resfriado’”, dijo. “Creo que la actitud de la gente ha cambiado considerablemente”.

Pero para muchos otros, las actitudes no han cambiado en absoluto. Diane Deacon, de 71 años y residente en Saginaw, Míchigan, dijo que dio positivo por covid a los tres días de un viaje a Portugal con sus dos hijas adultas. Se aisló durante cinco días antes de volar a casa con una mascarilla.

“Varias personas me preguntaron: ‘¿Por qué te hiciste la prueba? Podrías haber seguido de vacaciones’”, dijo.

Para Deacon, se trataba de recordar los camiones frigoríficos de la morgue de 2020 y anticiparse a las personas vulnerables que podría ver en su vuelo de regreso a casa: personas en silla de ruedas o con oxígeno, dijo.

“Intento evitar juzgar moralmente a quien toma otras decisiones”, dijo. “Para mí, fue un inconveniente y fue desafortunado, pero no fue una tragedia”.

En una encuesta de Gallup realizada esta primavera, alrededor del 59 por ciento de los encuestados dijeron creer que la pandemia había “terminado” en Estados Unidos, y la proporción de personas que dijeron sentirse preocupadas por la posibilidad de contraer la covid lleva dos años disminuyendo en general. Entre quienes valoraban positivamente su propio estado de salud, casi nueve de cada 10 decían no estar preocupados por la posibilidad de infectarse.

Esto podría deberse, al menos en parte, a la experiencia personal: alrededor del 70 por ciento de las personas dijeron que ya habían pasado por una infección de covid, lo que sugiere que creían que tenían cierta inmunidad o, al menos, que podrían volver a pasarla si fuera necesario.

Si los Juegos Olímpicos sirvieron de barómetro, el resto del mundo parece haber exhalado también. En Tokio 2021, hubo muestras diarias de saliva, separadores de plexiglás entre los asientos de la cafetería y absolutamente ningún espectador en vivo; los estadios estaban tan vacíos que resonaban las voces de los entrenadores. En Pekín 2022, bajo la política china de tolerancia cero, las condiciones eran muy parecidas.

Pero en París, el mes pasado, el comité organizador de los Juegos Olímpicos de 2024 no ofreció requisitos de pruebas ni procesos para informar de infecciones, y tan pocos países emitieron normas para sus atletas que los que lo hicieron se convirtieron en noticia.

Hubo choque de manos, abrazos en grupo, multitudes y mucha transmisión para demostrarlo. Al menos 40 atletas dieron positivo en las pruebas del virus, entre ellos varios que ganaron medallas a pesar de ello, así como un número desconocido de espectadores, ya que las autoridades de salud francesas (que en su día impusieron un toque de queda nocturno por el coronavirus de ocho meses de duración) ni siquiera lo contaron.

En Estados Unidos, alrededor del 57 por ciento de la gente dijo que su vida no había vuelto a la “normalidad” prepandémica, y la mayoría dijo que creía que nunca lo haría. Pero el telón de fondo actual de la vida estadounidense cuenta una historia diferente.

La señalización de distanciamiento social de hace años está descolorida y despegada de los suelos de un mercado cubierto de Los Ángeles. Los dispensadores de desinfectante de manos de los parques de atracciones se han secado. El campamento de verano organizado por el zoológico Lincoln Park de Chicago exige a los niños que lleven mascarillas, no para proteger a los demás niños, sino a los animales.

Michael Osterholm, director del Centro de Investigación y Política de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota, dijo que la nueva complacencia puede atribuirse tanto a la confusión como al cansancio. El virus sigue siendo extraordinariamente impredecible: las variantes de la covid siguen evolucionando mucho más rápido que las variantes de la gripe, y quien quiera “encasillar” la covid en una estacionalidad bien definida se sentirá desconcertado al descubrir que los 10 brotes registrados hasta ahora en Estados Unidos se han distribuido uniformemente a lo largo de las cuatro estaciones, dijo.

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Estos factores, combinados con la disminución de la inmunidad, apuntan a un virus que sigue eludiendo nuestra comprensión colectiva, en el contexto de una psicología colectiva que está dispuesta a seguir adelante. Incluso en una reunión de 200 expertos en enfermedades infecciosas celebrada en Washington a principios de este mes —varios de los cuales tenían más de 65 años y llevaban entre cuatro y seis meses sin vacunarse— casi nadie se puso una mascarilla.

“Hemos decidido: ‘Bueno, el riesgo está bien’. Pero nadie ha definido ‘riesgo’ y nadie ha definido ‘bien’”, dijo Osterholm. “No se puede estar mucho más informado que este grupo”.

Preguntado sobre cómo ha evolucionado la percepción del riesgo a lo largo del tiempo, Osterholm se rio.

“Lewis Carroll dijo una vez algo así como: ‘Si no sabes adónde vas, cualquier camino te llevará allí’”, dijo. “Creo que, en muchos sentidos, ahí es donde estamos”.

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