Hitler quería impedir un posible bloqueo naval británico, que había llevado a la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial. Stalin, por otro lado, creía que el Reich alemán se desgastaría en una larga guerra con las potencias occidentales. A más largo plazo, sin embargo, consideraba inevitable una guerra contra el Reich y quería utilizar el tiempo para ampliar sus arsenales.
Lo más importante, sin embargo, no estaba en el tratado oficial, sino en el protocolo adicional secreto: dividía a los países entre el Reich alemán y la Unión Soviética en áreas de influencia en caso de “transformaciones territoriales-políticas”. Por ejemplo, Estonia, Letonia, la parte oriental de Polonia y la Besarabia rumana caerían en manos de la Unión Soviética como “esferas de interés”, y la parte occidental de Polonia en manos del Reich alemán.
Sufrimiento infinito
El 1 de septiembre de 1939, la Wehrmacht alemana atacó Polonia. Dos semanas más tarde, el Ejército Rojo invadió Polonia desde el Este y luego ocupó gradualmente las otras áreas asignadas a la influencia soviética. La división de toda la Europa del Este se llevó a cabo en las dos primeras semanas del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Los oficiales militares, de inteligencia y administrativos alemanes y soviéticos trabajaron en estrecha colaboración.
El pacto entre Hitler y Stalin se mantuvo durante casi dos años. En junio de 1941, cuando Hitler había ocupado la mitad de Europa Occidental, se sintió lo suficientemente fuerte y atacó a su aliado. Fue una sobreestimación decisiva de sus propias capacidades. Ya en el invierno siguiente, la situación militar comenzó a cambiar. Pero para los pueblos de las “esferas de interés” significó miseria, expulsiones y millones de muertos a lo largo de varios años de guerra.
Stalin rehabilitado en Rusia
El pacto tuvo consecuencias mucho más allá del final de la guerra: como la URSS fue una de las potencias victoriosas, las potencias occidentales no pudieron impedir que “los territorios que habían sido asignados a la Unión Soviética en el curso del pacto Hitler-Stalin permanecieran con la Unión Soviética al final de la Segunda Guerra Mundial”, según el historiador Jörg Ganzenmüller. No fue hasta principios de los años noventa que los Estados bálticos, por ejemplo, recuperaron su independencia.
Pero las heridas siguen abiertas. Hace diez años, en el 70 aniversario, el presidente ruso Vladimir Putin calificó el pacto de inmoral. Pero Putin ya cambió de opinión. Pocos meses después de la anexión rusa de Crimea, Putin defendió el tratado, argumentando de que desde el punto de vista histórico era necesario. Josef Stalin también ha sido rehabilitado en gran medida en la Rusia actual. En una encuesta realizada este año, el 70% de los rusos encuestados consideraban que Stalin jugó un papel positivo para el país.
Nuevos y viejos temores
Así pues, en Polonia y en los países bálticos vuelve a crecer el temor de que se pueda volver a ser víctima de una política en la que Alemania y Rusia se pongan de acuerdo sobre sus cabezas. La construcción del gasoducto Nord Stream 2 desde Rusia a través del Mar Báltico hasta Alemania, se ha convertido en un símbolo de este temor.
“No se pueden establecer analogías históricas”, dice el científico Ganzenmüller. El miedo es exagerado: “Polonia y los países bálticos están mucho más cerca de Alemania que de Rusia. Eso ya lo indica la adhesión a la UE y la OTAN. “Sin embargo, la política exterior alemana a veces persigue los intereses de la política exterior de forma demasiado inflexible, no tiene en cuenta estos temores y, por lo tanto, causa irritación. Por ello, el historiador aconseja al gobierno alemán que responda con mayor sensibilidad a estos viejos temores.