Un anciano muerto en una silla frente al palacio del Congreso, su cuerpo cubierto por una manta amarilla.
Un mar de personas hambrientas y sedientas sentadas en el entorno, sus rostros invadidos por la derrota y la desazón, a medida que esperaban día tras día que llegara la ayuda.
Una madre exhausta cojeando descalza por un puente de metal, apretando contra su pecho a su bebé de cinco días y contándome de su frenética huida por una plancha que le permitió llegar a la ventana de sus vecinos mientras el agua se tragaba su casa.
1,800 personas murieron debido al poderoso hucarán
1 millón tuvieron que ser evacudos el 29 de agosto el peor día del hhucarán
150 millones de dólares fueron las pérdidas por el fenómeno.
115 mil personas de raza negra abandonaron Nueva Orleans.
60 por ciento de la población de Nueva Orleans es afroamericana hoy en día, 8 décimas menos que hace 10 años.
115
Patrullas de soldados fuertemente armados, autorizados a disparar libremente.
Más de 1.800 personas murieron luego que Katrina azotó la Costa del Golfo de Estados Unidos el 29 de agosto de 2005. La mayoría de los muertos fueron en Nueva Orleans.
Olas de agua sucia de hasta seis metros de altura engulleron el 80% de la parte baja de la ciudad, luego de que colapsaran los diques mal mantenidos. Decenas de miles de personas quedaron atrapadas cuando la ciudad se convirtió en una ciénaga sofocante. Los camiones con comida y agua fresca demoraron cinco días en llegar.
Esos cinco días se sintieron como cinco años.
Casas sumergidas
El fotógrafo free lance James Nielsen y yo salimos del hotel poco después que el ojo de la tormenta pasó por la ciudad en la mañana el lunes 29 de agosto, abrazándonos a las fachadas de los edificios en medio de la lluvia y fuertes vientos.
Las partes más antiguas de Nueva Orleans -el barrio francés o el distrito de negocios- escaparon a lo peor de la furia de Katrina porque estaban construidos en la zona más alta de la ciudad. Por lo que nos llevó unas horas medir el impacto de la tragedia.
Se me paralizó el corazón cuando frenamos en una autopista elevada y nos dimos cuenta de que los pequeños triángulos que asomaban sobre la superficie del agua eran techos.
Un barco se acercó a una casa prácticamente sumergida donde un anciano intentaba salir por la ventana.
Al despertarnos el martes descubrimos que el agua había subido más por la ruptura de un canal.
Con Nielsen seguimos a un convoy militar hasta el inundado “Lower Ninth Ward” , el barrio más pobre de la ciudad, donde encontré a la joven madre y a una mujer que contó cómo su esposo fue engullido por la tormenta cuando buscaban refugio.
Vimos algunos saqueos en el barrio francés pero el ánimo era relativamente festivo ese día.
Encontré un restaurante que ofrecía cerveza tibia y sopa de gumbo; no había electricidad pero la cocina a gas sí funcionaba, por lo que querían cocinar toda la comida antes de que se echara a perder. Algunos residentes con barbacoas hicieron lo mismo esa noche.
Muchas obras de restablecimiento de estructuras y edificios dañados por Katrina, como líneas de alta tensión, supermercados, hospitales, casas o diques, todavía están por terminar.
Desesperación y miedo
Pero las cosas se ensombrecieron el miércoles.
Quienes habían sido rescatados de sus hogares inundados se encontraron abandonados en el centro de convenciones céntricos sin comida, ni agua, ni atención médica o baños que funcionaran. Un incendio estalló en una tienda de zapatos saqueada. Los hoteles echaban a sus huéspedes.
Asustados y sedientos, algunos lanzaron rumores -la mayoría falsos- sobre caos y violencia y se lanzaron a las autopistas bajo un sol abrasador.
El jueves fue una pesadilla. Pasé la mañana hablando con refugiados cuya única pregunta era cómo el gobierno estadounidense podía enviar ayuda a todo el mundo pero no podía ocuparse de sus propios ciudadanos.
Vadeé luego las aguas hasta el Superdome, un estadio usado como refugio de emergencia y donde 26.000 personas quedaron atrapadas con escasos víveres. El olor de orina y heces era insoportable.
La gente estaba tan desesperada que hacían pasar los bebés sobre la muchedumbre que se agolpaba contra las barricadas.
El viernes un sheriff rompió a llorar cuando me contaba que algunos presos se habían ahogado en sus celdas o quedaron atrapados en alambres de púa al intentar escapar de la inundada prisión.
Me quedé una semana más, mientras el Ejército lograba restaurar el orden y evacuar a la mayoría de los residentes.
He vuelto varias veces a Nueva Orleans por trabajo. Pero esos primeros cinco días me cambiaron.
Perdí mi fe en el gobierno y sigo furiosa por quienes sufrieron o murieron por la falta de respuesta.
Pero mi fe en la humanidad se profundizó por los innumerables actos de valentía y generosidad que presencié, como el hombre que pasó días auxiliando en barco a sus vecinos, sin perder ni un segundo en hablar con una periodista. Nunca supe su nombre.
Ciudad se ha recuperado
Donde fue la tragedia se erigen hoy lustrosas mansiones construidas sobre pilotes las cuales han reemplazado la mayoría de las estructuras podridas que fueron halladas esta ciudad costera, más baja que Amsterdam, se drenó.
Las orquestas desfilan de nuevo en el animado barrio francés atrayendo locales y turistas a su paso, mientras el paraíso gastronómico se puede jactar de tener 600 restaurantes más que antes del huracán.
“Nuestra ciudad se ha levantado, y este restablecimiento es una de las historias de tragedia, triunfo, resurrección y redención más extraordinarias del mundo” , declaró el alcalde Mitch Landrieu la semana pasada. Es, “en una palabra: resiliencia”, afirmó.
El derrumbe de diques mal construidos y poco mantenidos que no resistieron la presión de la tempestad fue lo que provocó más muertes. Cerca del 80% de Nueva Orleans se inundó por el ascenso del nivel de agua, que alcanzó hasta seis metros de alto.
Los fallos en la respuesta de las autoridades pusieron en evidencia el fracaso del país a la hora de mejorar sus procedimientos de urgencia, a pesar de los millones de dólares invertidos en seguridad interior tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Una economía floreciente
Antaño principal mercado de esclavos de Estados Unidos, la Nueva Orleans de antes del huracán era una ciudad dividida por el color de piel donde había importantes problemas de criminalidad, una baja financiación de la educación, infraestructuras envejecidas y una economía letárgica.
La ciudad tuvo que hacer frente a una cuestión fundamental a la hora de reconstruirse: ¿Hacemos todo igual que antes o vemos la oportunidad de hacer un cambio positivo?
“Tras la catástrofe del Katrina, me parece que una ciudad se percibe casi como un individuo traumatizado”, confía a la AFP Sean Cummings, un promotor de alta gama que ha renovado la mayoría del centro. “¿Tengo la vida que quiero tener?”, pregunta, explicando que Nueva Orleans necesitaba cambiar.
Diez años más tarde, la economía de la ciudad es floreciente.
La tasa de ocupación hotelera es más elevada que antes del desastre, se han creado 14.000 empleos desde 2010 y el ritmo de creación de empresas es un 64% más constante que la media nacional. La criminalidad ha disminuido, el número de homicidios alcanzó su nivel más bajo de los últimos 43 años en 2014 y la población carcelaria ha bajado dos tercios.
Sin embargo, el presidente del consejo municipal Jason Williams estima que, aunque se ha recuperado en varios aspectos, aún hay mucho que hacer. “Nueva Orleans es una ciudad particularmente desprovista y sufrimos una pobreza generacional”, dijo a la AFP .
El duelo de una comunidad
Algunos habitantes dicen que el ambiente de la ciudad, que antes era más afrocaribeño y criollo que estadounidense, ha cambiado. Gran parte de la población nunca volvió. Nueva Orleans perdió 100.000 personas tras el desastre y muchos de los residentes actuales son recién llegados.
La población negra perdió 115.000 personas y, según los últimos censos, era del 60% en 2013, frente al 68% de 2000.
Asia Rainey, poeta y empresaria que se crió en Lower Ninth Yard, un barrio duramente golpeado por el Katrina, hoy añora a sus amigos, a su familia y a una comunidad que jamás regresó.
“Es difícil llevarlo”, comenta. “No puede seguir siendo Nueva Orleans sin las personas que la construyeron” .