Eran las dos o tres de la mañana, el silencio reinaba en la ciudad de Guatemala, no existían los carros ni los celulares. Al hincarse sintió que le halaron el velo y escuchó el dulce y sutil sonido de una campana. No prestó atención y siguió orando hasta que una voz interior le dijo: “No celebran los dolores de mi corazón”.
¿Sabe quién es?
La frase se le grabó en la mente y se lo comentó a monseñor Bernardo Piñol. Pero no terminó todo ahí. Cuenta el historiador Gabriel Morales Castellanos que días después, al comulgar, escuchó la misma voz. Ella le contestó que si quería que se promovieran los dolores de su corazón, por qué no se valía de otras monjas, pero la voz interior le contestó: “Porque no hay otra más baja que tú” (en relación a su humildad).
En julio de ese año se desató una epidemia del cólera. Murieron dos hermanas del Beaterio de Belén y otras estuvieron muy graves. Sor Encarnación Rosal sintió amargura en su corazón, como una agonía de muerte. Pensó en esos momentos en promover la devoción de los dolores del Corazón de Jesús y se lo ofreció. Todo volvió a la calma.
La amargura y agonía volvió a la noche siguiente. Le prometió a Jesús comunicarlo a su confesor. Volvió a sentir paz. Comenzó a sentir los síntomas del cólera y lo tomó como un castigo por haber dudado. Pidió perdón al Señor y le prometió cumplir con lo ofrecido. La enfermedad cesó.
Basada en lo que había sucedido, madre Encarnación obtuvo licencia de monseñor Piñol y de los padres Taboada y Miguel Muñoz y empezó a pedir limosnas para organizar las actividades en honor de los Dolores del Corazón de Jesús.
El arzobispo le otorgó la licencia el 25 de agosto y la amplió para los días 25 de cada mes. Fue cuando la madre dijo que el Señor le había inspirado la imagen que debería llevar un corazón con 10 dardos, siete alrededor y tres al fondo. Éstos significaban los 10 mandamientos quebrantados y 10 particulares dolores que sentía el amante Corazón de Jesús.
Esto le sucedió hace más de 158 años a una extraordinaria mujer. En la actualidad la fiesta se recuperó luego de años de estar en el olvido desde el 2007 en que se celebraron los 150 años. Monseñor Marco Aurelio González Iriarte, rector del templo y la comunidad de Beatas de Belén han impulsado la devoción al Corazón de Jesús de los Dolores Internos. La imagen que mandara a tallar la Madre Encarnación en base a la aparición de Cristo se encuentra consagrada y expuesta en el altar mayor del templo y sale en procesión en ocasiones especiales.
Beata quetzalteca
María Vicenta Rosal Vásquez nació el 26 de octubre de 1820 en Quetzaltenango, poco menos de un año antes de la Independencia. Era hija del comerciante Manuel Encarnación Rosal y Gertrudis Leocadia Vásquez. Cuenta el historiador Juan Alberto Sandoval que el padre, debido a su situación económica, pudo mandar a su hija al Beaterio de Belén en la capital en 1837, cuando tenía 17 años. Al asumir su vocación religiosa cambió su nombre por el de María Encarnación Rosal del Corazón de Jesús. Recibió los hábitos en 1840.
En 1855 asumió como priora y comenzó a reformar la Orden Bethlemita. “Era una mujer que leía mucho, estaba al tanto de las ideas intelectuales de la época”, comenta la historiadora Artemis Torres Valenzuela. La describe como una “infatigable peregrina convencida de que las sociedades debían permanecer civilizadas o transitar rápidamente a este estado”. Era una mujer visionaria.
En una etapa de su vida, Sor Encarnación Rosal volvió a Quetzaltenango y fundó dos colegios, pero su obra fue interrumpida cuando Justo Rufino Barrios comenzó la persecución contra los religiosos durante la Reforma Liberal. La religiosa emigró a Costa Rica en 1877. Allí fundó el primer colegio para mujeres en Cartago, a 23 kilómetros de la capital. Su dinamismo era incansable y en 1884, estableció un orfelinato y asilo en San José. Nuevamente la situación política la obligó a abandonar el país en 1884.
Llegó a Colombia. En la ciudad de Pasto fundó un hogar para niñas pobres y desamparadas. Después extendió la Orden Bethlemita a Ecuador. Estaba en ese país cuando en 1886 decidió viajar de Tulcán al Santuario de las lajas, en Otavalo. Cayó del caballo que la transportaba y falleció la noche del 24 de agosto de 1886. Su cuerpo fue trasladado a Pasto y sepultado.
Monja durmiente
Cuenta Sandoval que las honras fúnebres duraron tres días. En este lugar permaneció 110 años. En la década de 1970, la situación política de Ecuador hizo que las hermanas bethlemitas temieran que el cuerpo de su reformadora fuera profanado e hicieron los trámites para enviarlo a Colombia. Al exhumar el cadáver descubrieron que estaba incorrupto después de más de un siglo de haber sido sepultado. A la fecha permanece expuesta en una urna donde puede ser admirada y venerada.
El 23 de abril de 1976, fue introducida en Roma la causa de su beatificación, la cual se concretó el 4 de mayo de 1997. Así llegó a los altares la primera beata guatemalteca. En la fiesta de su beatificación, los periodistas la describieron como la Monja durmiente porque su cuerpo no se ha descompuesto.
Los tres historiadores coinciden en que es considerada como una de las impulsoras de la formación integral de la mujer en Latinoamérica. En la actualidad, la orden Bethlemita tiene presencia en Italia, África, India, España, Venezuela, Ecuador, Estados Unidos, Costa Rica, El Salvador, Nicaragua, Panamá y Guatemala. Aunque fue fundada en el país, su casa general se ubica en Bogotá.