Orígenes
Desde los inicios de la colonización se recuerda al padre Juan Godínez celebrando la misa en las fundaciones de la capital del reino, en Tecpán Guatemala en 1524; en Ciudad Vieja -Almolonga- frente a un árbol de tempisque en 1527, y en el Valle de Panchoy. El historiador Domingo Juarros describió que la procesión de Corpus en la época colonial era la “más suntuosa y magnífica que se ve en todo el año”.
El historiador Haroldo Rodas señala que el Corpus ha vivido modificaciones al paso de los siglos, algunas cosas se han perdido pero se han aportado otras. Por ejemplo se perdió la suntuosidad de la época colonial pero se agregaron otros elementos populares como los “micos y las palomas”, dos elementos imprescindibles en las fiestas de corpus.
A principios del siglo XX se suprimen de la procesión las representaciones del ayuntamiento y las autoridades civiles y militares. Luego se traslada la fiesta principal de la Catedral al domingo siguiente al jueves de corpus donde visitaban casas o capillas particulares donde descansaba la procesión en altares.
En los años cuarenta del siglo veinte, el arzobispo de Guatemala, Monseñor Mariano Rossell y Arellano prohibió que las procesiones del Corpus salieran a las calles y las limitó únicamente al interior de los templos. En 1965 con la muerte de Rossell se levanta la prohibición y las procesiones salen a las calles nuevamente, cobrando un aspecto popular.
La licenciada Ofelia Columba en un estudio afirma que la fiesta de Corpus continúa siendo importante y desempeñando funciones dentro de las clases populares, las cuales no se limitan únicamente al carácter religioso, sino que también al económico, social y recreativo.
Antiguamente se observaban arcos triunfales a manera de los que aún se realizan en Patzún, Chimaltenango y otras localidades del interior del país. Por otra parte sobreviven las ventas de dulces típicos y las comidas tradicionales.
La fiesta de Corpus Christi se hace extensiva más de un mes después ya que las diferentes parroquias la celebran de acuerdo a su programación y los diferentes barrios se engalanan con altares y alfombras constituyendose en una gran muestra de folklore y fe.
El mico y la paloma
Nuestro país encierra una gama propia en su folklore y costumbrismo, y el intercambio del “mico y la paloma”, entre hombres y mujeres, cada vez que se celebra el Corpus Christi, forma parte de nuestra tradición chapina. La tradición se resiste a morir aunque ya es menos la costumbre del intercambio aún puede apreciarse en el atrio de la Catedral cada jueves de Corpus.
Tìpica escena del Corpus Christi de un barrio de la capital. (Foto Prensa Libre: Nestor Galicia)
De acuerdo con el periodista Jaime Córdova, la tradición consiste en que el caballero le ofrece a su amada “la paloma” en actitud de cariño y manifestación espiritual, haciendo eco naturalmente a la tradición, y la dama, “el mico”. Ambos son felices, sabiendo que se aman, constituyendo el obsequio un grato recuerdo que llegará a un lugar especial, hasta que se pierda.
Nuestras abuelitas, sin embargo, observadoras de todo, alegan que poco a poco se ha ido modificando la confección de los animalitos, ¡Que barbaridad, antes nuestros enamorados nos regalaban “palomas” de pura lana y con plumas de ave, pero ahora los hombres les regalan a las patojas “palomas” de algodón y hasta de plástico! Lo mismo con los “micos” elaborados con materiales epóxicos.