Desde el año de 1751 no había padecido Guatemala ruina considerable: pues aunque el año de 1757 hubo el temblor llamado de San Francisco y el de 1765, el de la Santísima Trinidad, que arruinó la Provincia de Chiquimula, y después el de San Rafael, que hizo gran estrago en la de Suchitepéquez.
El citado año de 1773 se comenzaron a sentir algunos temblorcillos por el mes de mayo. El 11 de junio hubo uno muy recio y largo que maltrató algunas casas y templos. Continuó temblando, con mucha repetición toda la noche de dicho día y en los siguientes.
Se hicieron varias rogaciones para aplacar la ira del Señor: en la Iglesia de San Francisco se expuso a la veneración pública por nueve días y se sacó en procesión la devota imagen de Nuestra Señora de los Pobres.
La tarde del 29 de julio, a eso de las 16 horas, se sintió un remezón violento y al poco rato comenzó el terremoto que destruyó a Guatemala, cuya duración y variedad de movimientos no es fácil referir, aun a los que fuimos testigos de esta tragedia: pues la angustia no daba lugar a reflexiones.
Continuaron los temblores por algunos días con tanta frecuencia que en un cuarto de hora se contaban muchos.
El 7 de septiembre hubo un temblor bastante grande que derribó algunos edificios de los que había dejado muy maltratados el del 29 de julio.
Los individuos del noble ayuntamiento, que se hallaron en la plaza mayor de esta capital la tarde de su ruina, juraron en manos del señor arzobispo, por su patrona a la Santísima Trinidad, prometiendo hacerle fiesta perpetuamente el expresado día 29 de julio.
A esta memorable calamidad que sufrió la ciudad de Guatemala le siguió otra menos penosa. Esta fue un gran cisma que se formó en su vecindario y que motivó la decisión de que debía de trasladase la ciudad, Santiago de Los Caballeros, a otro paraje menos expuesto a temblores y más apartado de los volcanes.
Otros, apoyados en la constante experiencia de que no hay sitio en todo el reino en que no se sientan por tiempos notables movimientos de tierra, opinaban que era mejor reedificar la ciudad y no privarse de sus bellas aguas, temple benigno y otras mil proporciones que se disfrutaban de ella.
Todavía no habían salido del susto que ocasionó el terremoto de 29 de julio de 1773 a los vecinos de Guatemala, cuando fueron citados para una junta en que se había de tratar la referida traslación.
Se celebró esta el 4 de agosto de 1773, estaba el señor Presidente, el arzobispo y todas las personas visibles que se hallaban en la ciudad. En este congreso se determinó la traslación provisional de la capital al burgo de la Ermita, ínterin se reconocían los valles de Jalapa y de Las Vacas y se consultaba a su majestad.
Se comisionó para la inspección de los expresados valles, uno de los señores ministros de la Real Audiencia, dos prebendados del Cabildo Eclesiástico, un regidor, uno de los vecinos.
Se trasladó el señor Presidente y los tribunales reales a la Ermita el 6 de septiembre de 1773 y evacuadas las exploraciones de los referidos sitios, se convocó al vecindario de Guatemala para determinar lo conveniente en asunto de traslación.
Se celebró la junta en la ciudad provisional los días 12 al 16 de enero de 1774. En esta asamblea se leyeron las diligencias practicadas por los exploradores y a pluralidad de votos se determinó la formal traslación de la ciudad de Guatemala al Valle de las Vacas.
Su majestad confirmó esta resolución en 21 de julio de 1775 y en cédula de 21 de septiembre siguiente aprobó la mayor parte de los proyectos que se le propusieron para verificar la traslación.
Del autor
Domingo Juarros y Lacunza nació en Santiago de los Caballeros de Guatemala, en 1752. Tuvo grandes conocimientos de teología, escolástica expositiva, regular, moral y mística; filosofía, leyes, cánones, matemática e historia. El primer volumen de Historia del Reino de Guatemala se imprimió en 1808. El segundo tratado apareció en 1809 y trata de los orígenes y fundación de la ciudad.
Murió a los 68 años, el 10 de mayo de 1821. Trabajaba en el tercer volumen de su obra.