En estos actos participan aproximadamente 50 garífunas y la primera vez que se organizó fue en 1977, gracias a la iniciativa de un grupo de jóvenes. El primero que personificó a Cristo fue Ricardo Gamboa (quien reside en EE.UU.), le sucedieron Menelio Moreira, Hermógenes Gamboa (hijo de Ricardo) y en la actualidad, Castillo. “En dos oportunidades se suspendió el ritual debido a la falta de personal”, cuenta Menelio Moreira, presidente de la Organización Negra Guatemalteca, y quien protagonizó ese papel entre 1988 y 1994.
Durante la Semana Santa se pone de manifiesto el sincretismo religioso que existe entre la fe católica y algunas prácticas espirituales ancestrales africanas.
Mario Ellington, quien hace el papel de Anás, ex viceministro de Cultura y Deportes y ex comisionado presidencial contra la Discriminación y el Racismo, manifiesta que la creencia en la vida eterna, la búsqueda del fortalecimiento del espíritu mediante abstinencias, como el ayuno y la oración, el culto a los antepasados y a la naturaleza, forman parte de esa amalgama.
“Predicad el evangelio”
Esta actividad concentra la atención de la mayoría de los habitantes de Lívingston, debido a que las calles y avenidas del poblado se convierten en escenarios de esta representación. Además, la mayoría de pobladores (q’eqchi’s, ladinos, garífunas e hindúes) profesan la religión católica.
La conmemoración se empieza el Jueves Santo cuando los soldados romanos “capturan”, a eso de las 21 horas, a Jesús, luego lo someten a juicio ante los sumos sacerdotes Anás y Caifás, y luego ante Pilatos y Herodes. Atrás, de la representación marcha la procesión de Jesús Nazareno, la cual culmina su recorrido en el templo católico.
El Viernes Santo, a eso de las 11.30 horas, Jesús camina hacia el Calvario llevando a cuestas una cruz. En el trayecto se representan todas las escenas que describen los Evangelios en la ruta al Gólgota, por ejemplo, la acción de Simón de Sirene. En este recorrido también participa la procesión del Nazareno. “Estos pasajes bíblicos convertidos en teatro tienen como objetivo evangelizar”, expone Baltazar.
Judíos y centuriones
Una de las actividades peculiares de la Semana Santa sucede a partir de las 17 horas, cuando comienza la procesión del Santo Entierro. Delante marcha un grupo de hombres (centuriones o cucuruchos) que visten con traje negro (el del líder es blanco) y portan una espada de madera. Durante el recorrido se enfrentan a los judíos que custodian el féretro y les increpan el haber dado muerte a Jesús.
A la par de la procesión avanzan los judíos, quienes impiden que los centuriones (vestidos de negro) se acerquen al Cristo Sepultado.
Después de un recorrido de más de siete horas, la procesión llega al atrio del templo católico y allí, tanto judíos como centuriones, se tienden en el piso, de manera intercalada, y sobre ellos pasa el Santo Entierro. “La simbología es que se entrega el cuerpo para ser sepultado”, comenta Ellington.
Todas las personas que participan en estas representaciones lo hacen, generalmente, durante siete años. Para seleccionar a la persona que interpreta el papel de Jesús, Moreira menciona que el asunto no es complicado, debido a que “se nace con este don”. En los últimos años, los niños también se han involucrado en algunos actos, como declamar poemas alusivos al sacrificio de Cristo. “Todos los que participan lo toman como un sacrificio”, agrega.
Espíritu en declive
De lo que no tienen duda los porteños es de que sus costumbres religiosas han variado de tal manera que solamente los más tradicionalistas las conservan. Como aquélla que dice que el Jueves y Viernes Santo no hay acercarse al mar debido a que estos días están consagrados a la iglesia y quien no respetaba esta costumbre corría el riesgo de convertirse en sirena.
Las convicciones espirituales de este pueblo eran tan sólidas, que no hacían trabajos que emitieran sonidos fuertes. La explicación que los padres daban a sus hijos era de que “Jesús estaba concentrado reflexionando y que no se le debía interrumpir”. Otros indicaban que “no se debía hacer bulla, porque Jesús estaba meditando y si escuchaba sonidos le dolía la cabeza”. “En silencio compartíamos el dolor de nuestro señor”, declara Moreira.
Esta práctica religiosa impedía a los pobladores de Lívingston a comer, durante estos días, uno de sus platillos favoritos: la “machuca” (elaborado con plátano verde y una sopa de coco y pescado). Esta comida no se hacía, porque el plátano se deshace a golpes con un mazo y de esa manera rompe con la tranquilidad.
Lo que aún se acostumbra comer en la comunidad es el pan de camote mezclado con coco. También se conserva la tradición de abstenerse de comer carnes de res y cerdo. En las mesas de las familias abundan los menús elaborados con pescado y otras variedades provenientes del mar, así como de aves como pollo y pato. “Esta abstinencia se principia, generalmente, desde el Lunes Santo”, afirma Vilma Suazo de la parroquia.
La tradición que aún se mantiene viva, aunque no como antes, es la de vestirse de forma elegante el Viernes Santo y participar en las actividades de ese día como observar la Pasión de Cristo en vivo y asistir a la misa de las Siete Palabras (15 horas), después de la crucifixión. En esta acción se unge con aceite el cuerpo de Jesús y se hacen peticiones.
Vamos a la playa
El tiempo ha ido transformando estas prácticas. El turismo nacional e internacional ha incidido en gran manera en la transformación de las costumbres de esta comunidad. “Lo visitantes, por ejemplo, piden “machuca” y la gente la hace para vender y ganarse algún dinero”, explica Ellington.
La prohibición de tener contacto con el agua del mar también ha sido tirada por la borda, ya que lo primero que hacen los turistas al llegar al poblado es buscar el mar, la arena y el sol, como lo predica la publicidad. A esto se debe agregar las hieleras saturadas de cerveza que llevan los visitantes y las discotecas que abren sus puertas durante el día y la noche.
El desconocimiento del espíritu de las representaciones y actos litúrgicos provoca que algunos visitantes se acerquen o traten de participar con trajes de baño. Esto ha obligado a los responsables de esta conmemoración a señalar algunas vías específicas para que los turistas ataviados con ropa de playa circulen el Viernes Santo. “Todo esto no tiene nada que ver con el sentido eclesiástico de la conmemoración”, opina Baltazar.