Abandonó su vida diplomática al comienzo de la década de 1930 y la dictadura ubiquista. Para 1932 terminó de escribir su novela Sinfonía del nuevo mundo, que se publicó en Guatemala por primera vez en 1948.
Con espíritu revolucionario, regresó al país en 1944 para participar en el derrocamiento de Jorge Ubico y durante la presidencia de Juan José Arévalo lanzó una revista.
“Una de las publicaciones literarias más importantes en el país fue la Revista de Guatemala, que albergó las más destacadas firmas de la época”, indica el escritor Luis Méndez Salinas, quien ha estudiado la obra de Cardoza.
Según el investigador, en esta revista publicaron escritores como Miguel Ángel Asturias, Rafael Arévalo Martínez, Ernesto Cardenal, Luis Cernuda y el expresidente Juan José Arévalo.
“Para la época de la contrarrevolución, Carlos Castillo Armas usó todo este material para alimentar hogueras”, refiere Méndez, porque se consideró como material comunista.
Acaba la primavera literaria
Cardoza salió del país al caer el gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán y se estableció en México. Conoció a su esposa, Lya Kostakowsky, a quien dedicó la mayoría de su obra poética.
Durante 1970, la Facultad de Humanidades de la Universidad San Carlos de Guatemala lo nombró emeritisimun. Además, la Asociación de Periodistas de Guatemala le otorgó, en 1978, el galardón Quetzal de Jade. Un año después, en México le dieron la condecoración de la Orden del Águila Azteca, el máximo reconocimiento que se le da a un extranjero en ese país.
En 1994 se publicó su obra póstuma Lázaro, su último libro de poesía. Luis Cardoza y Aragón dejó en la literatura de su época una lírica surrealista muy íntima y una prosa compleja, llena de matices que hizo de este autor uno de los más completos en las letras nacionales y latinoamericanas. Cardoza vivió en México hasta su muerte, en 1992.
porque le tengo miedo,
porque el dolor me mata.
La quiero ya como se
quiere el amor mismo.
Su terror necesito, su hueso mondo y su misterio.
Lleno del fervor de la manzana y su corrosiva fragancia,
lujurioso como un hombre que sólo una idea tiene,
angustiadamente carnal con la misma muerte devorante,
yo me consumo aullando la traición de los dioses.