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Los sonoros chinchines

Los últimos días de enero se caracteriza en los hogares católicos rezar la novena al Niño Dios, la cual es amenizada con alabados al son de chinchines y caparazones de tortugas.

El chinchín está catalogado como un instrumento folclórico guatemalteco, se cree que fue utilizado por primera vez en la época precolombina. También recibe el nombre de sonaja. Está hecho de la cáscara de un calabacín o es el caparazón de un fruto del árbol llamado morro.

Son pintados de laca negra y llevan llamativas decoraciones de colores, estas pueden ser flores o figuras geométricas. En la parte de adentro son llenados a medias con semillas de morro o piedritas que lo hacen sonar. Lo atraviesa por la mitad una varita de madera que permite sostenerlo en las manos.

Al agitarlo, el vaivén de las piedritas produce el sonido particular de este instrumento. Forma parte de la cultura guatemalteca y comúnmente es usado en las procesiones navideñas, conocidas como posadas, acompañando el sonido de las tortugas, panderetas y el canto de las personas que llevan la imagen de la Virgen María y San José.

“No los he visto mencionados en otro libro más que en el Cuadro de costumbres de José Milla a finales del siglo XIX, cuando los recuerda con nostalgia como parte de las celebraciones decembrinas. Esto nos hace pensar de que es un instrumento netamente nacional y que ha sido heredado de generación en generación para ser usado en las festividades religiosas como en las posadas navideñas y en la novena del rezo al Niño Jesús. Este instrumento los adultos se lo dan a los niños para que amenicen la velada”, explica el historiador Johann Melchor.

Hugo Girón Larios vive en la Antigua Guatemala, y desde que era niño elabora chinchines para las celebraciones de fin de año.
“Los armamos con la cáscara del morro y para que tengan un sonido agradable se rellenan con semillas del árbol cocoyus, propio de esta región”, dice.

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