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La triste y fatigosa anexión a México

La declaración de Independencia se vio apresurada por los sucesos de Chiapas y la rivalidad entre los grupos sociales ávidos de dominación.

Estatua ecuestre del efímero emperador Mexicano, Agustín de Iturbide. (Foto: Hemeroteca PL)

Estatua ecuestre del efímero emperador Mexicano, Agustín de Iturbide. (Foto: Hemeroteca PL)

El primer artículo del acta ordena la instalación de un congreso que conociera lo acaecido el 15 de septiembre y tomara una resolución definitiva.

El artículo 2 especifica que dicho congreso debería fijar una forma de gobierno y la ley fundamental que lo rigiera. Sin embargo, el resto de 1821 fue confuso para Centroamérica.

Para colmo, el Congreso se reunió hasta el 1 de marzo de 1822, porque ocurrieron otros sucesos. Uno es la tristemente célebre anexión al imperio mexicano, impulsada y apoyada por familias pudientes de Guatemala. El Salvador fue el primero en rechazar la anexión, lo cual fue objeto de represión.

En vista de la resistencia, Agustín de Iturbide dispuso relevar del mando a Gabino Gaínza y puso en el Gobierno al general Vicente Filísola, quien ingresó en Guatemala el 12 de junio de 1822.

Para el país, la anexión no solo fue efímera, sino equivocada, porque los mexicanos únicamente se empeñaron en cuidar los intereses del imperio; además, pronto cayó Iturbide, y Filísola retornó a México. El balance de la anexión dejó como resultado la bancarrota en las ya pobres finanzas del país, y cero ingresos fiscales.

Para ajuste de penas, los mexicanos se quedaron con el territorio de Chiapas, y aunque los chiapanecos manifestaron su deseo de continuar perteneciendo a esta jurisdicción, el gobierno mexicano ahogó su aspiración a fuerza de bayonetas.

La Asamblea de 1823

El 24 de junio de 1823 se reunió un cuerpo notable de intelectuales, que el historiador Marure describe como “la reunión de hombres instruidos más numerosa y más acreditada que había visto la República”.

El primer acuerdo de la Asamblea Nacional Constituyente dice que la anexión de Centroamérica a México fue violenta y tiránica, de hecho, y nula, de derecho.

Pronto se emitió el célebre decreto que declaraba a las provincias libres “de la antigua España, de México y de cualquier otra potencia, tanto del nuevo como del viejo mundo”.

Después vino la promulgación de la Constitución de 1824, en la que se define al país como una república federal, según el modelo de Estados Unidos, cuyo nombre era Provincias Unidas del Centro de América: cinco Estados, con una constitución Federal, aunque con sus propias leyes estatales; la república estaría gobernada por un presidente y un vicepresidente, y cada uno de los estados tendría un jefe y un vicejefe.

La república federal se inició, sin duda, dirigida por los talentos más sobresalientes de aquella época; sin embargo, esto no fue suficiente, porque el localismo, el aislamiento, la discriminación racial, la rivalidad, los escasos caminos abiertos y las arcas vacías (60 pesos con medio real), la caída del añil y la Revolución Industrial dieron al traste con ella. Ni Morazán ni Gálvez y ni siquiera Justo Rufino Barrios podrían unir la ya despedazada “Patria Grande”.

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