El famoso explorador italiano del siglo XIII, Marco Polo, escribió sobre ellos en su viaje por Asia. Afirma que provenían de Persia y que fue en la ciudad de Sava donde se reunieron antes de partir en busca del Niño.
Otro testimonio proviene de una monja alemana del siglo XIX, la beata Anna Catarina Emmerich, en cuyas visiones sobre el Nuevo Testamento se basó el actor Mel Gibson para rodar La Pasión de Cristo.
Acorde a la monja, sus verdaderos nombres eran Teokeno, Mensor y Sair, y el cambio de nombres se debe a una cuestión de significados sobre su carácter personal. Gaspar (probablemente Mensor) es un nombre índico que significa “va con amor”; Melchor (Teokeno), es persa y quiere decir “se acerca dulcemente”, y Baltasar (Sair), en árabe, “une su querer a la voluntad de Dios”.
Teokeno era el mayor, quizá anciano; su piel era amarillenta y venía de la Media, al Este del Mar Caspio. Mensor era “el de los cabellos negros”, y el más joven de los tres. Provenía de Caldea y vivía a tres días de viaje del hogar de Sair. Este último era el más moreno; venía de un sitio llamado Panthermo y ya estaba reunido con Mensor el día del nacimiento de Cristo.
La estrella viajera
“Y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño”, (Mt. 2, 9). Con lo que sabemos ahora del universo, las teorías sobre la naturaleza de este cuerpo celeste, muy ligado al papel de los reyes en la historia de la Navidad, han variado.
El célebre astrónomo del siglo XVI, Johannes Kepler, fue el primero en plantearse si una conjunción de Júpiter y Saturno, a principios del siglo I, era precisamente el fenómeno de la estrella que menciona la Biblia. Posteriores descubrimientos de una tablilla neobabilónica de la misma fecha confirma el conocimiento de dicha cultura sobre el evento, que pudo observarse claramente en la región del Mediterráneo, muy próxima a Judea. Por otro lado, Emmerich afirma que se trataba de un meteoro brillante, similar a un globo luminoso dirigido por una mano, que no tenía siempre el mismo brillo, sino parecía dar más claridad según fueran mejores los lugares que los reyes cruzaban.
Resalta también la travesía por el desierto iniciada por los magos para encontrar al Niño. Cuenta la vidente que la noche de Navidad, tras ver una aparición en los cielos, empezaron un viaje de 686 leguas hasta Jerusalén en un lapso de casi un mes. Para entonces su caravana creció hasta formar un séquito de más de 200 personas y más de media legua de largo (poco más de dos kilómetros).
Los regalos de los reyes
“Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”, (Mt. 2, 11).
Marco Polo narra una historia muy peculiar respecto a estos regalos. No seguros los reyes de la naturaleza del nuevo Mesías, acordaron llevarle tres presentes. “Porque pensaron: si toma el oro, es rey terreno; si toma el incienso, es Dios; si toma la mirra, es rey médico (de la Media)”. También menciona que los tres reyes vieron al Niño por separado, entrando primero el más joven y de último el mayor. Cada rey observó entonces al Niño como un contemporáneo suyo, “de su edad y figura”. Maravillados, decidieron entrar luego juntos, y encontraron al Niño del aspecto y edad que tenía: solamente trece días.
Emmerich narra también que, de contentos, los reyes repartieron muchos obsequios a los pastores que se acercaban. “He entendido que era costumbre entonces hacerlos en acontecimientos felices”.
Sus cuerpos
Pese a que la intervención de los reyes es muy corta, la cristiandad y las tradiciones populares se han encargado de mantenerlos muy vivos. Ya en el siglo IV, la emperatriz Elena —madre del emperador romano Constantino—, entre su disposición de recuperar muchas santas reliquias, localizó los cadáveres de los reyes y los trasladó a Constantinopla (actual Estambul), que tres siglos más tarde fueron llevados a Milán, por cuestiones de prestigio.
Sin embargo, en el siglo XII, el emperador romano-germánico Federico Barbarroja saqueó Milán en sus guerras de conquista y trasladó las reliquias a la ciudad alemana de Colonia. Allí reposan hasta hoy, llenas de esplendor dentro del sarcófago más grande de Occidente, y resguardadas en la catedral gótica, la más grande de Europa septentrional, construida justamente para guardar los restos de esos sabios hombres que llegaron desde Oriente la noche de la Navidad.
Epifanía
La fiesta de los reyes se conoce como Epifanía (del griego que significa “manifestación”). Representa la llamada de Dios a todos los pueblos de la Tierra. ¿Por qué reyes magos? En lengua persa, “mago” significa “sacerdote”. Más tarde, la tradición les llamó “reyes” en alusión al Salmo 72: “Los reyes de Arabia y Etiopía le ofrecerán regalos”.