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Hace 96 años un <em>cuartelazo</em> derroca a Herrera Luna

El 5 de diciembre de 1921, un cañonazo disparado en la Guardia de Honor era la señal de que un movimiento militar derrocaba del poder al presidente de la República, Carlos Herrera Luna.

Carlos Herrera Luna gobernó Guatemala de 1920 a 1921. (Foto: Hemeroteca PL)

Carlos Herrera Luna gobernó Guatemala de 1920 a 1921. (Foto: Hemeroteca PL)

El 8 de abril de 1920, tras la destitución del dictador Estrada Cabrera, asume el poder el empresario azucarero Carlos Herrera Luna. En agosto hay elecciones, Herrera se lanza como candidato y gana, pero el país afronta una grave crisis económica, política y social; se carece de infraestructura en carreteras y escuelas.

Asimismo se gesta un movimiento que pretende revivir la Federación Centroamericana, ante la celebración del primer centenario de la Independencia, aunque solo cuenta con el apoyo de El Salvador y Honduras. 

El cuartelazo, aunque desusado en la forma de anunciarse, no extran?o? a ninguno. La ciudad habi?a estado llena de rumores desde finales de septiembre, y durante el di?a de ese cinco, el movimiento de soldados por las calles, y la ocupacio?n militar de la oficina de tele?grafos; las entradas y salidas a la casa presidencial del sen?or director de la polici?a Miguel Ortiz Narva?ez, y la inusual reunio?n de los ministros, a las siete de la noche en la casa de don Carlos, habi?an sido signos suficientes para que los guatemaltecos entendieran que la hora cero del sen?or Herrera estaba sen?alada.

En efecto, minutos ma?s tarde de la detonacio?n anunciadora de que estaba consumada la traicio?n, un piquete de soldados cerraba las entradas y salidas de la casa del gobierno, y en posicio?n de firmes pero tremoso, el coronel Fernando Morales, felo?n edeca?n militar de don Carlos, le deci?a:

“En mi? ha cai?do la designacio?n de tener la pena de comunicarle que el partido liberal ha triunfado; que los fuertes y cuarteles esta?n en nuestro poder, pero la persona de usted, sen?or, nos es sagrada”.

Morales hizo el saludo militar, y salio? a dar parte que la “sagrada” persona de don Carlos, estaba encerrada.

Con la certeza de la inmovilidad del presidente; de la detencio?n de los ministros “unionistas” don Emilio Escamilla Hegel y don Luis Pedro Aguirre; del general Emilio Arago?n Ga?lvez y del coronel Rogelio Flores, leales miembros de la Plana Mayor Presidencial, y de que estaban bien presos los li?deres conspicuos del partido “ultramontano”, se presentaron ante Herrera los generales Jose? Mari?a Orellana, Jose? Mari?a Lima y Miguel Larrave en compan?i?a, nada menos, que del ministro de guerra, general Rodolfo A. Mendoza, a pedirle en tono conminativo que acatara las pretensiones del “triunfante partido liberal”.

Don Carlos los recibio? en la sala, de pie. Hablo? Orellana: El pai?s —le dijo— esta? amenazado de caer en la anarqui?a, y para evitar mayores males un cambio inmediato de a poli?tica se impone, es necesario, es urgente. Esa es la u?nica manera de evitar una efusio?n de sangre. Los fuertes y cuarteles esta?n con nostros y fuerzas de oriente y occidente vienen sobre la capital. Usted debe tomar una resolucio?n inmediata. Nosotros ofrecemos a Usted, sen?or presidente, toda clase de garanti?as.

Yo no sabi?a que hacer, confeso? don Carlos ma?s tarde, y explicaba que sin personas con quien consultar, sin defensa, estupefacto, so?lo se le habi?a ocurrido pedir que se llamara ala directiva del partido democra?tico, de donde sabi?a, parti?a el movimiento.

Los militares no vieron inconveniente en ese deseo del desolado gobernante, y minutos ma?s tarde estaban frente a don Carlos los co-hacedores de la conjura, sen?ores Adria?n Recinos, Bernardo Alvarado Tello, Carlos Pacheco Marroqui?n y Leonardo Lara, directivos del ala “democra?tica” del partido Liberal Federalista, en el que se habi?an refundido cabreristas y anticabreristas, ligados so?lo por el deseo de desalojar al partido Unionista del gobierno que los “liberales” deseaban siempre presidido por el “ecle?ctico” de don Carlos Herrera, y no precisamente por desapego al cargo, sino porque teniendo cada faccio?n su “hombre”, establecer la primaci?a hubiera sido el acabo?se del “gran partido”.

En el encuentro con el sen?or Herrera, el licenciado Adria?n Recinos llevo? la palabra. Usted, don Carlos, es la sola autoridad legal por haber sido electo por el pueblo presidente de la repu?blica; usted representa legalmente el poder ejecutivo, no asi? los otros poderes, legislativo y judicial. Usted puede seguir gobernando, pero con un gabinete escogido por nosotros.

El breve parlamento de Recinos fue, pues, repetir la sumado la “exposicio?n” que el partido Liberal Federalista le entrego?, el 30 de septiembre, al sen?or Herrera. Documento firmado por Buenaventura Echeverri?a, H. Abraham Cabrera Rafael Ordo?n?ez Soli?s, Jesu?s Herna?ndez y por los presentes: Recinos, Alvarado Tello y el sen?or Lara.

Los susodichos en nombre del partido, “e interpretando la opinio?n general del pai?s”, le pedi?an mediante un golpe de estado, que se sacudiera de los “unionistas” que sagazmente habi?an copado los poderes legislativo y judicial, y el liderazgo en los arreglos centroamericanos que se desenvolvi?an con rapidez en Tegucigalpa, al calor del “centenario”.

Pero lo peor para el cabrerismo que se agazapaba en el partido Liberal Federalista era que, con ese predominio, llegaban “unionistas” a los puestos que teni?an a su cargo la investigacio?n de las acciones reprobables de la desastrosa administracio?n de los veintido?s años.

Don Carlos respondio? a la demanda, el 5 de octubre, con un catego?rico rechazo, dicie?ndoles entre otras cosas: “Lo que ustedes piden al Ejecutivo, es que, arroga?ndose una facultad que la ley le veda, cual es la de interpretar un precepto constitucional, y haciendo uso de la fuerza, puesta en sus manos para garantizar la libertad y la paz, asuma un poder dictatorial y arbitrario, que la historia jama?s podri?a justificar”.

Los “liberales” obviamente insatisfechos y resentidos adema?s con la respuesta, rearguyeron de nuevo en un escrito que elevaron el ocho, y que don Carlos ya no respondio?. Mas, por eso, el cabrerismo no iba a cruzarse de brazos. Antes bien, con ma?s constancia si cabe, apresuraban las cosas aprovecha?ndose de todos los eventos imponentes a que obliga el ejercicio del poder.

Don Carlos Herrera, por cierto, gobernaba en extremo maniatado. Las reformas introducidas a la constitucio?n, todavi?a bajo el trauma producido en el pai?s por las arbitrariedades de Cabrera, dejaron al jefe del Ejecutivo sólo con las piezas del gabinete ministerial, para sortear la travesía y sobre eso, desde el inicio, obligado de palabra a sostener en el tablero una mayoría “liberal”. Condición que don Carlos acató hasta su elección como presidente constitucional, y aún entonces, conciliador, se rodeó de un gabinete “pluralista” que a la hora menguada, no supo estar a la altura, salvando el caso de los señores Escamilla y Aguirre.

Con esos antecedentes no fue de extran?ar que el acosado presidente, no obstante su soledad, reiterara su negativa de presidir el gobierno bajo esas condiciones. A las tres de la madrugada del 6, don Carlos se encerraba en su gabinete de trabajo, del que sali?a poco despue?s con dos pliegos en la mano. Uno, entregado a Orellana para que lo hiciera llegar al presidente de la asamblea legislativa, onteni?a su renuncia; y el otro, dirigido al general Mendoza, como una simple fo?rmula, la orden de que rindiera fuertes y cuarteles de toda la repu?blica.

Esa carta a Mendoza con la orden anterior, sirvio?, graciosamente, de prea?mbulo al primer decreto que soltaba “el Consejo Militar” que desde luego integraban Orellana, Lima y  Larrave, anunciando que asumi?an “el Poder Ejecutivo de la Nacio?n con todas las facultades que las circunstancias demanden”, y en un siguiente decreto dado el mismo 6, el “consejo” llamaba a sesiones extraordinarias a la asamblea legislativa disuelta de motu proprio el 5 de octubre de 1921, para que, de mayori?a cabierista, sancionara todos los pasos que teni?an previstos para comerles el maridado a los ingenuos “federalistas”.

La resucitada asamblea cabrerista que vio tan adecuadamente integrado el “Consejo Militar” para la revancha, se apresuro? a sesionar. El 8 de diciembre el espurio colegio se instalaba bajo la presidencia de Jose? Antonio Mandujano que, protegido por una barra insolente, se regocijaba por la resurreccio?n. El primer paso de esa asamblea fue elegir al general Jose? Mari?a Orellana primer designado, y calificar de inconstitucional el mismo decreto que habi?a aprobado en octubre de 1920, declarando disuelto “el alto cuerpo”.

Los asamblei?stas que so?lo estaban para considerar beneficios personales, pasaban por alto cualquier cri?tica, y el 9 convocaban a elegir reemplazos de los diputados que renunciaron por decoro, y de los que desertaron por temor, y el 10, admiti?a la renuncia del presidente Herrera, y llamaba “al desempen?o de dicho cargo al primer designado”.

El 15, el general Orellana, libre de sus a la?teres Lima y Larrave, convocaba “a los pueblos” a elegir el sustituto de don Carlos los di?as comprendidos entre el 21 y 27 de mayo inclusive, pero ya con la mira de no soltar la sarte?n que tan sabrosamente le habi?a llegado a las manos, porque cuando vio que otros “desinteresados” se promocionaban como “salvadores de la patria”, adelanto? las elecciones aduciendo que estando todo en paz, no habi?a razo?n para esperar el mes de mayo, y sen?alo? que los comicios se celebraran en febrero, en la semana comprendida entre el 15 y el 21.

Con esa y otras “ta?cticas” las elecciones, desde luego, le fueron favorables al primer designado en ejercicio del poder que, por otra parte, no teni?a impedimento, como no lo tuvo su sucesor el general La?zaro Chaco?n; y con eso, los que impulsaron la cai?da de don Carlos, envejecieron al pie de la escalera. El u?nico pretendiente de 1922 que alcanzo? el puesto fue el general Jorge Ubico, insustituible durante catorce an?os, con lo que aquellos que no pudieron esperar los cuatro años de Herrera, ya estaban chochos o muertos, para 1944, cuando de nuevo se le “consulto? al pueblo”, que? deseaba.

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