Aunque hacía referencia a que ese conteo de los días puede anticipar las fechas en que sucederán las fases de la Luna o los eclipses, no puede predecir lo que harán las pasiones y los intereses humanos.
Esa incertidumbre y la posibilidad de estrenar año, de planificar las actividades que se llevarán a cabo, han hecho del calendario uno de los más valiosos aliados de la humanidad.
La palabra almanaque proviene del árabe almanáh, que originalmente significaba “parada en un viaje”, término que después se empleó para hablar de los signos del zodiaco. La evolución semántica de ésta hizo que en árabe acabara significando “clima” y en los idiomas europeos “calendario”, sistema que se utiliza para marcar el tiempo en días, semanas, meses y años.
Los primeros se utilizaron para documentar fechas de fiestas religiosas basadas en la astrología; era una especie de zodiaco que definía las estaciones del año.
Los almanaques son una de las más antiguas publicaciones de tipo popular. Comenzaron a editarse en la Edad Media y alcanzaron su mayor éxito durante los siglos XVII y XVIII. Llegaron a Guatemala a mediados del siglo XIX, según lo escribió Irma de Luján en la columna titulada El almanaque, su historia, publicada en noviembre del 2001. Su apariencia era como pequeños folletos.
La forma de presentarlos se fue desarrollando hasta convertirse en un regalo que las empresas o propietarios de tiendas de barrio, abarroterías, ferreterías y almacenes obsequiaban a sus clientes cuando hacían sus compras de fin de año.
“La época dorada del almanaque la podemos situar a partir de 1930”, escribe De Luján, “el almanaque era esperado, y como todos los comercios los regalaban, se podía escoger”. La autora hace referencia a lo kitsch de los diseños de temas taurinos, patrióticos, mitológicos y, en algunos casos, eróticos, con la foto de una seductora joven. Eran los preferidos de los trabajadores de talleres mecánicos o en las carnicerías. No faltaban también los temas religiosos o cuadros costumbristas.
Obsequiar calendarios se convirtió en un recurso publicitario que utilizaban con igual efectividad un pequeño negocio “atendido por su amable propietario”, hasta las grandes empresas. Los almanaques de bolsillo se conviertieron en útiles objetos de frecuente consulta.
El historiador Haroldo Rodas formó una amplia colección. Los más antiguos datan finales del siglo XIX. Destacan entre éstos algunos ejemplares del calendario de la tipografía Sánchez & de Guise que se comenzó a publicar en 1898 y permaneció por más de 90 años.
Otra edición que menciona Rodas —aunque no forma parte de su compilación— es el Almanaque Escuela Para Todos que desde hace décadas proporciona información sobre diferentes temas de actualidad, además de los días del año.
Hoy ya no es común que los pequeños negocios inviertan en imprimir almanaques. Algunas empresas como farmacias e instituciones bancarias todavía lo hacen.
Es por eso es que cada vez se ven menos en las paredes de muchos hogares el característico cromo del niño sonriente que abraza a un gatito o el paisaje de un lugar que parece sacado de un cuento de hadas.
Otros tipos
A lo largo de la historia se han estructurado varios tipos de calendarios.
- El juliano consideraba bisiestos los años cuya numeración era múltiplo de cuatro. Fue nombrado en honor al estadista romano Julio César, porque lo reformó con la ayuda del astrónomo Sosígenes.
- El gregoriano rectificó los errores del juliano, que tenía un desfase de 11 días. Hoy es el utilizado en el mundo occidental. Su nombre se debe a Gregorio XIII, porque durante su papado (1582) se reformó.
- El chino comienza a contar desde el año 2697 a.C., cuando nació Huangdi, el primer emperador. El año nuevo se celebra entre el 21 de enero y el 21 de febrero. Cada ciclo lleva el nombre de un animal.
- El maya es considerado uno de los más exactos, porque tiene un día de error cada cinco mil años. La actual era maya comenzó en 2012.
- El musulmán comienza a contar desde el viaje de Mahoma a Medina en 622 d. C. Consta de 12 meses, cinco de 29 días y siete de 30, con variaciones.