De esa forma —con un desastre— es como los cristianos suponen el fin de los tiempos. La teoría se sustenta por las líneas del documento más controversial de la Biblia, el Libro de la Revelación (Apocalipsis).
Sin embargo, sus textos han sido interpretados de diferentes maneras, aunque todas coinciden en que se librará una colosal batalla entre el bien y el mal.
Algunos cristianos afirman que el Apocalipsis se desarrolla ante nuestros ojos: aterradoras plagas nuevas, desastres naturales o dementes exterminadores, con novedosas armas de destrucción masiva.
No obstante, para otros, las escrituras hablan de fenómenos simbólicos, en los que se dan mensajes de esperanza y que, por lo tanto, las escrituras no deben ser tomadas de forma literal. Y es que su contenido habla de monstruos que surgen del mar, de un dragón rojo —guerrero mesiánico— y de plagas. Asimismo, hay referencia de siete sellos, de tazones llenos de la ira de Dios y de una mujer que cabalga encima de una bestia escarlata.
El Libro de la Revelación describe también a un anticristo, aunque no brinda detalles exactos acerca de su imagen o de la fecha en que aparecerá.
La bestia
Según el Apocalipsis, habrán cuatro jinetes que prepararán el terreno para luego dar lugar a la figura más siniestra de todas: la bestia o el anticristo, que llevará a la humanidad a enfrentarse a la batalla final.
El problema es que nadie está seguro de reconocerlo. Los creyentes lo definen como un demonio encubierto, que será tan popular como una estrella de rock, que regirá el mundo y que causará sufrimiento como nunca antes se conoció. Por su puesto, su identidad se desvelará, pero será demasiado tarde.
La noción de anticristo aparece en diferentes pasajes del Antiguo y Nuevo Testamentos. En la Carta a los Tesalonicenses, el apóstol Pablo lo describe como hijo de la perdición; San Mateo se refiere a él como falso cristo y falsos profetas.
En el Apocalipsis dice: “Y entonces vi que del mar subía una bestia, la cual tenía diez cuernos y siete cabezas. En cada cuerno tenía una diadema, y en cada cabeza un nombre blasfemo contra Dios”. Dicha bestia se presenta como un ser magnífico en el que muchos creerán y adorarán.
A pesar de la dificultad para identificarlo, el Apocalipsis deja un indicio: llevará el número 666. Durante la historia, muchos han conjeturado acerca de este ser. Por ejemplo, en el siglo XIII, el papa Inocencio III calificó al profeta Mahommed como el anticristo. Durante la reforma protestante, Martín Lutero llamó al papa “el anticristo”, mientras que el papa respondió afirmando que Lutero era el hijo de Satanás. Después, muchos han sido nominados, desde Napoleón hasta el líder nacionalsocialista alemán Adolf Hitler.
De ser cierta la venida de un anticristo, y aunque estuviera a punto de obtener la victoria, ocurrirá un milagro, narrado en el Apocalipsis: los cielos se abrirán, y las fuerzas de Dios vencerán al anticristo.
Interpretación
El Apocalipsis no revela la identidad de un anticristo ni de los hechos que puedan ocurrir. Los textos, de la misma forma, están abiertos a muchas interpretaciones que solo podrán saberse hasta el Día del Juicio Final.
¿Pudo ser un césar?
Para estudiar el número 666, algunos investigadores se han apoyado en la gematría, una antigua práctica hebrea similar a la numerología. Cuando historiadores aplican este estudio a los personajes del siglo I, obtienen una coincidencia exacta para el 666: Nerón César, el emperador romano.
Si se traduce su nombre del griego al hebreo, los números de cada letra suman 666. Asimismo, algunos de sus sucesores lo llamaron la Bestia, porque era perverso y perseguía a los cristianos que no le rendían pleitesía.
De acuerdo con algunos estudiosos, mediante el Apocalipsis, San Juan quiso condenar el culto imperial romano.
A pesar de esta coincidencia, ciertos cristianos dicen que el anticristo vive, o que al menos está por nacer.
El Apóstol amado
La presencia de Juan en las escrituras sagradas se puede verificar en momentos clave de la predicación de Jesús, pero la máxima referencia de la predilección de Cristo hacia él se describe en el capítulo 19 de su Evangelio: “Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la madre: Mujer, he ahí a tu hijo“.
Indiferentemente de las distinciones o atributos de los apóstoles, fue a Juan a quien Jesús amó con el afecto íntimo y comprensivo del hermano, del compañero y del amigo fiel.
En la Última Cena, Juan no sólo estuvo sentado al lado de Jesús, sino recostaba su cabeza sobre el pecho del Maestro. El amado discípulo fue quien primero reconoció a Jesús resucitado sobre el Mar de Galilea.
Juan era hijo de Zebedeo, pescador aparentemente acomodado de Betsaida. Jesús le llamó a él y a Santiago, su hermano, Boanerges, que significaba “hijos del trueno”.
Juan se mantuvo firme frente a la vigorosa persecución de un grupo encabezado por Saulo de Tarso (San Pablo). Las Sagradas Escrituras hablan de su presencia en Jerusalén quince años después de la primera visita de Saulo a esa ciudad. La historia posterior de Juan no está relatada en el Nuevo Testamento.
La tradición nos refiere que primero vivió en Éfeso, de donde, en tiempo de Domiciano habría sido llevado a Roma. Vuelto a oriente, fue después desterrado a la desierta isla de Patmos, frente a Asia, donde escribió el Apocalipsis.
Sus atributos iconográficos son el águila y se suele representar su imagen con un cáliz o un libro y una pluma. En Guatemala es perenne su presencia durante la Semana Santa al acompañar las procesiones de los Nazarenos o Cristos Yacentes junto a la Virgen Dolorosa.