Los cuatro objetivos de la invasión, según explicó el entonces presidente estadounidense, George Bush, eran proteger las vidas de los norteamericanos que residían en Panamá, mantener la seguridad del Canal, restaurar la democracia y, sobre todo, detener al general Manuel Antonio Noriega, su antiguo aliado.
La invasión acabó con más de 20 años de dictadura militar en Panamá, destruyó las Fuerzas de Defensa creadas por Noriega y marcó el principio de la historia democrática de este joven país que abolió entonces constitucionalmente al Ejército.
“Los norteamericanos crearon a Noriega y a los militares panameños que impusieron una dictadura al país, pero el Ejército resultó corrupto y tuvieron que idear una estrategia para destruirlo”, explicó Olmedo Beluche, profesor universitario, autor de varios libros sobre la invasión de 1989.
Según sus datos, “en una sola noche EE.UU. masacró a más gente que durante los 21 años de régimen militar”, y, según la Iglesia Católica y las organizaciones de Derechos Humanos, entre 500 y 600 panameños, la mayoría de ellos civiles, murieron durante la invasión.
Noriega, de aliado de EE. UU. a su prisionero
Manuel Antonio Noriega, fue un militar sin escrúpulos, agente de la CIA vinculado al narcotraficante colombiano Pablo Escobar y las guerras civiles en la región, fue el “hombre fuerte” de ese país durante seis años, al frente del poder, pero en la sombra, de los gobiernos de turno entre 1983 y 1989.
Nacido en febrero de 1934, en el Darién, limítrofe con Colombia, en el seno de una familia pobre de origen colombiana, Noriega abrazó muy joven la carrera militar al dejar atrás, por razones económicas, su deseo de ser psiquiatra.
Tras participar en 1968 en un golpe militar contra el presidente Arnulfo Arias, comenzó su ascenso al defender al general Omar Torrijos contra una tentativa de derrocamiento, y se convirtió en uno de los militares más cercanos del caudillo nacionalista, que lo puso directamente al frente de los servicios de Inteligencia.
Desde esa época, había sido enrolado como espía de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA), omnipresente en Panamá para vigilar el Canal.
Luego de la muerte de Torrijos en 1981, en un misterioso accidente de aviación, y la negociación de los tratados que aseguraron la devolución del Canal a Panamá, Noriega se convirtió en el “hombre fuerte” de ese país.
En el marco de las guerras civiles que azotaban a la región, Noriega fue capaz de jugar en varios frentes, lo que le permitió mantenerse en el poder, pasando de aliado fiel a enemigo número uno de EE. UU.
En 1983, las Fuerzas Armadas, la Policía, el Departamento de Migración, el control aéreo y la administración del Canal estaban bajo el control único de Noriega, general y comandante en jefe de la Guardia Nacional.
Noriega se disputó el poder con el general Rubén Darío Paredes, entonces jefe de la Guardia Nacional, quien creyendo tener el suficiente apoyo, en 1983 pidió la baja del Ejército para presentarse como candidato a la Presidencia.
El 12 de agosto de ese año, Noriega fue nombrado jefe de la Guardia Nacional, en sustitución de Paredes. Pese a las acusaciones de tener vínculos con el narcotráfico y el contrabando de armas, por medio de su asesor Mike Harari, antiguo jefe de los servicios secretos israelíes, Noriega contó con el apoyo de Estados Unidos.
En 1984 arrestó al teniente coronel Julián Melo, uno de sus más estrechos colaboradores, como responsable de una red de narcotráfico.
El oficialista Nicolás Ardito Barletta, que ganó las elecciones de 1984 gracias a un fraude, fue obligado a dimitir un año después por Noriega, tras abrir una comisión para investigar el asesinato del opositor Hugo Spadafora, del que era acusado el “ex hombre fuerte” de Panamá.
El sustituto fue el hasta entonces vicepresidente Éric Arturo Del Valle, que correría la misma suerte en 1988, cuando ordenó el paso a retiro de Noriega y su destitución. “El que se va es él”, fue la respuesta de los militares cuando Del Valle anunció la destitución de Noriega, tras casi un año de crisis política protagonizada por la Cruzada Civilista para acabar con la dictadura militar.
Se inicia la crisis
El detonante de esa crisis fue el coronel Díaz Herrera, que en mayo de 1987, despechado por su pase a retiro, acusó a Noriega de narcotráfico, del asesinato de Spadafora, de complicidad en la muerte de Omar Torrijos y del fraude electoral de 1984.
A medida que avanzaba la década, Washington empezó a aislarlo y la represión interna se intensificó. En 1986, una filtración de la inteligencia estadounidense llevó al diario The New York Times a cuestionar el papel de Noriega en el asesinato, dos años antes, de un opositor que fue decapitado.
Estas denuncias llevaron a EE. UU. a cambiar su opinión sobre quien hasta entonces era su hombre de Panamá, hasta darle totalmente la espalda y, a petición de la justicia, terminar por reclamarlo para juzgarlo por narcotráfico.
Las elecciones de 1989, ganadas por Guillermo Endara, fueron anuladas en medio de disturbios y se nombró presidente a Francisco Rodríguez, lo que supuso la continuidad de un régimen tutelado por los militares.
El 20 de diciembre de 1989, cinco días después de que asumiera el puesto de jefe del Gobierno, las tropas estadounidenses invadieron Panamá para “restablecer la democracia” y capturar a Noriega, algo que lograron el 3 de enero de 1990.
La cifra de víctimas mortales durante la invasión, según la Iglesia Católica, fue de 655 por el lado panameño, de los cuales 314 eran militares.
Dictan condena
En total Noriega cumplió 20 años de prisión en Miami, EE. UU. por narcotráfico, y casi dos en París, Francia, por lavado de dinero.
Fue condenado en ausencia en Panamá a 60 años por desaparición y asesinato de opositores. El 11 de diciembre de 2011, Noriega fue extraditado a su país natal en el cual continúa cumpliendo su condena.