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La sospechosa muerte del célebre autor francés Emile Zola hace 114 años

Por un tiempo después de ese 29 septiembre de 1902 en que murió quien entonces era el más famoso escritor de Francia, la conclusión generalizada era que había sido víctima de un desafortunado accidente, como declararon las autoridades. Al fin y al cabo, todo indicaba que así era.

Émile Édouard Charles Antoine Zola fue el máximo representante, teorizador e impulsor del naturalismo. ÉDOUARD MANET / MUSÉE D'ORSAY

Émile Édouard Charles Antoine Zola fue el máximo representante, teorizador e impulsor del naturalismo. ÉDOUARD MANET / MUSÉE D'ORSAY

El autor de “Germinal” y “La bestia humana” y decenas de novelas más, incluido un relato épico de 20 libros sobre la Segunda República de Francia, había perdido la vida lentamente, a medida que inhalaba el monóxido de carbono que invadió su habitación mientras dormía con su esposa, al calor de una chimenea mal ventilada.

Sin embargo, este caso no es monocromático; varias tonalidades de gris hacen que siga considerándose como sospechoso.

Y, en el centro está otro escrito histórico y memorable de Zola: “Yo acuso“.

Los hechos

La escena del accidente, o del crimen, fue 21 Rue de Bruxelles, una de las dos casas en París que el autor compró con los frutos de su éxito. En la otra casa vivía su amante, con la que tenía dos hijos.

“Sabemos que el 28 de septiembre, Emile Zola y su esposa Alexandrine regresaron de su casa de campo. Hacía frío, así que prendieron la chimenea“, le relata a la BBC Marie Segura, una de las expertas de la firma de excursiones a pie Localers.

“Zola cerró la puerta del cuarto, como de costumbre, y se acostaron. Durante la noche se empezaron a sentir mal, particularmente Alexandrine, quien pensó llamar a uno de los sirvientes, pero Zola le dijo que no era necesario, que si descansaban en la mañana se sentirían mejor”.

Se piensa que el último acto de Zola fue tratar de abrir la ventana, pues lo encontraron al lado de ella, tirado en el suelo”, continua Segura.

“Lo que pasó fue que a las 9 am, como el patrón no respondía, los sirvientes tumbaron la puerta y vieron a Alexandrine tendida en la cama e inconsciente y a Zola y su perro en el piso. Y trataron de reanimarlos pero nada se pudo hacer por Zola”.

Murió a los 62 años a causa de intoxicación con monóxido de carbono.
Su esposa sobrevivió.

¿Fin de la historia?

“La primera reacción fue 'un accidente terrible', pero Jeanne Rozerot, la amante de Zola, respondió: 'No es cierto: fue un asesinato', pero no había pruebas”, explica Segura.

Las autoridades revisaron la chimenea y hasta hicieron pruebas con conejillos de indias, pero no encontraron nada, así que las sospechas de la amante de Zola parecían infundadas y el veredicto descartó que hubiera sido un acto criminal.

Segura concuerda. “Cuando se trata de una celebridad, la gente quiere un final grandioso, pero en este caso sencillamente la chimenea no había sido usada durante todo el verano y la habían limpiado inapropiadamente”, concluye.

Y tiene razón.

Una chimenea bloqueada no suena como un arma ideal para cometer asesinato… pero quizás, como dicen en inglés y alemán, no hay humo sin fuego.

¿Por qué Jeanne Rozerot pensó que lo habían matado? ¿Tenía muchos enemigos?

¡Un deshollinador asesino!

Para encontrar la respuesta, acudimos a una cita frente al Panteón, donde -en una cripta compartida con Víctor Hugo y Alejandro Dumas- descansan los restos de Zola, después de que hubieran pasaron casi 6 años en el Cementerio de Montmartre.

En ese lugar en el que Francia honra póstumamente a sus más grandes, nos esperaba Andrew Hussey, historiador cultural y autor de “Paris, la historia secreta”, quien señaló que “lo que se sabe de la muerte de Zola es que fue muy sospechosa“.

“Sin embargo”, agregó, “nunca pasó de ahí hasta 1953, cuando el diario Libération publicó una investigación de Jean Borel que decía que había encontrado la confesión que hizo el asesino en su lecho de muerte“.

“Inmediatamente, las teorías de conspiración se extendieron como el fuego alegando que uno de la miríada de enemigos que tenía lo había mandado a matar“.

“¡Había acumulado tantos enemigos! Zola no era sólo un escritor y un artista. Era un emblema de las profundas fracturas en la sociedad francesa”, subraya el historiador.
¿Por qué atraía fuerzas tan tenebrosas?

“Lo que Zola hizo fue colosal: en 1898 publicó una carta dirigida al presidente de la república titulada 'Yo acuso', en la que esencialmente señala al gobierno francés de intrigar con el ejército de Francia para encubrir lo que se conoce como el Affaire Dreyfus (el caso Dreyfus)”, nos recuerda Hussey.

El ingeniero de origen alsaciano Alfred Dreyfus era capitán del Ejército Francés y en 1894 fue acusado de haberle entregado documentos secretos a los alemanes.

El notorio escándalo se disparó cuando una empleada doméstica francesa de la embajada de Alemania encontró una carta rasgada que ponía en evidencia la existencia de un traidor en el ejército.

El dedo acusador apuntó hacia Dreyfus quien fue juzgado por el delito de alta traición por un tribunal militar, condenado a cadena perpetua y desterrado.

El capitán era judío. También era inocente, y las autoridades francesas lo sabían.

Pero había que ser muy valiente para enfrentarlas. Y Zola lo hizo.

Acusa a los acusadores


En esa carta al presidente francés Felix Faure publicada en el diario L'Aurore en agosto de 1898, Zola acusa a 10 personas con nombre y apellido -siete de ellas militares-, a dos diarios, a las oficinas y consejos de Guerra de obstrucción de la justicia y antisemitismo, y termina diciendo:

“En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizó aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia.

“Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.

“Así lo espero”.

Y, efectivamente, al acusador lo acusaron por difamación y lo condenaron a un año de cárcel y una multa. Agobiado, Zola se refugió en Londres. Pero a su regreso volvió a escribir artículos sobre el tema y, aunque su influencia social y política creció, tuvo problemas económicos pues la justicia le embargó sus bienes.

Yo acuso” provocó un giro brusco en el caso Dreyfus y puso en evidencia corrientes subyacentes en la sociedad francesa, entre el ejército reaccionario y la Iglesia católica, por un lado, y la sección más liberal.

El caso dividió a Francia durante 12 años, hasta que Dreyfus fue finalmente exhonerado en 1906, marcó un hito en la historia del antisemitismo y se convirtió en un símbolo de universal injusticia en nombre de la razón de Estado.

Motivo

¿Podemos aceptar su intervención -que no empezó ni terminó con “Yo acuso”- como el motivo del crimen?

“La manera en la que él describió el caso es tan radical y tan revolucionaria que a menudo ha sido considerada como la razón de que las partes se dividieran tan tajantemente, uno contra el otro”, explica Ruth Harris, de la Universidad de Oxford.

“Su descripción era la de una batalla entre el bien y el mal“, añade, y eso no sólo lo convirtió en el más prominente entre los dreyfusards -solidarios con Dreyfus-, sino también en el bête noire -el detestado- de las élites eclesiásticas, políticas y militares.

Para Harris, no obstante, es difícil establecer la verdad pues no tenemos pruebas fehacientes.

Para el académico y dramaturgo Dan Rebellato, “es imposible sobredimensionar cuán traumático y conflictivo fue el caso Dreyfus para los franceses”, así que bien podría haber sido el motivo.

¡Pero el medio!

Sigue siendo difícil aceptar que el arma haya sido una chimenea.

“Todo el mundo tenía ese tipo de chimeneas, la gente moría por esos bloqueos y estaba consciente del riesgo. Aunque nos parezca extraño que decidieran matar a alguien así, probablemente no lo era“, señala Rebellato.

“Pero es un método muy fortuito”, apunta Atholl Johnstone, experto en Farmacología Clínica.

Aunque es común no alarmarse por los síntomas de una intoxicación con monóxido de carbono, “pues lo que sientes es un dolor de cabeza que no te hace temer la muerte, el delincuente tendría que confiar en que el cuarto estuviera mal ventilado, que la hoguera tuviera suficiente carbón, que no los encontraran antes de que fallecieran”.

Un acto malicioso, pero quizás no criminal


“El inspector de policía que lideró la investigación sobre la muerte de Zola confesó 20 años más tarde que él mismo no creyó en su propia conclusión de que había sido un accidente. Sospechaba que fue un crimen pero no pudo probarlo“, señala Henri Mitterand, una eminencia en Zola.

Interesante, pero no concluyente. Pero luego me habló del deshollinador que confesó en su lecho de muerte. Su nombre era Henri Buronfosse, y algunos aspectos de su pasado le echan leña al fuego.

“Cuando Buronfosse tenía unos 25 años, fue uno de los guardaespaldas del presidente de la Asociación Francesa Antisemita, que había amenazado públicamente a los judíos y a los que los defendieran. Era un hombre peligroso”.

Además, dice Mitterand, en septiembre de 1902 Buronfosse había reparado el techo de los vecinos de Zola, de manera que tuvo no sólo el motivo sino también la oportunidad.

“Lo más probable es que Buronfosse bloqueó la chimenea unos días antes del regreso de los Zola a casa. Sin embargo, seguro fue para hacerles una mala pasada”.

Todo es muy extraño, pero fue la mala suerte lo que lo mató. Buronfosse no podía saber qué iba a pasar exactamente esa noche como consecuencia de su acto”.

Como el toxicólogo Johnston, Mitterand opina que hay demasiadas variables en este caso para que alguna vez podamos establecer con seguridad qué pasó.

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