Pero no son un trabajo de apuro o la creación de un dibujante torpe: los científicos creen que, en conjunto, constituyen el código de escritura más antiguo del que se tenga registro.
BBC NEWS MUNDO
El código de la Edad de Piedra que puede encerrar los secretos del origen de nuestra escritura
Son 32 trazos que se repiten, una y otra vez, en las paredes de cuevas de toda Europa. Registros simples, apenas líneas en zigzag, puntos, triángulos inacabados, cruces torcidas o lo que a simple vista podrían ser figuras geométricas desprolijas.
A simple vista, pueden parecer unos trazos desprolijos y sin importancia, como los que se ven aquí en Las Chimeneas, una cueva española que es Patrimonio de la Humanidad. D. VON PETZINGER
Y son el desvelo de Genevieve von Petzinger, una paleoantropóloga de la Universidad de Victoria, en Canadá, que está detrás de un inédito estudio del arte rupestre del Paleolítico.
“Me interesan los grandes patrones, las posibles interconexiones entre dibujos y regiones, y eso sólo lo podemos estudiar a gran escala”, le dice a BBC Mundo.
El alcance geográfico del proyecto es ciertamente ambicioso: abarca más de 350 yacimientos arqueológicos, “lo cual no es tanto si se tiene en cuenta que son 30.000 años de historia”.
Pero además, implica posar la mirada en lo que muchos otros científicos han pasado por alto antes.
La paleoantropóloga canadiense no está interesada en esas figuras más atractivas -los bisontes, las escenas de caza, las representaciones claramente antropomórficas-, sino en escudriñar esos registros que han sido catalogados de “geométricos”, por falta de un término más apropiado.
“Son los dibujos descuidados, ignorados”, se ríe.
Mirar sin ver
Los “dibujos ignorados” están allí desde la Edad de Piedra, hace 10.000 a 40.000 años, y representan parte de uno de los legados artísticos más antiguos del mundo, en la fase final del último período glacial en Europa (por eso se lo llama también arte de la era del hielo).
Silenciosos e inexplorados, podrían estar hablándonos de “un cambio fundamental en las habilidades mentales de nuestros ancestros”, dice Von Petzinger: la capacidad de articular un código, la misma que se requiere para desarrollar una escritura como hizo luego el hombre moderno.
Y en muchos casos, su existencia no es ninguna novedad.
“Pero los inventarios (que arman los paleontólogos cuando llegan a estudiar una nueva cueva) ni siquiera decían qué tipo de signos son, los consideran secundarios y no había manera de compararlos”.
Así fue que, hace tres años, la científica se embarcó en un viaje por los fondos subterráneos, en compañía de su marido fotógrafo.
Allí pasan la mayor parte de sus días, hasta que “emergen de las cuevas” por la noche, según dice (y cuadrar la conversación con BBC Mundo no fue nada fácil, damos fe).
52 cuevas en total, en muchos casos de acceso dificilísimo por las condiciones geográficas o porque están en manos privadas.
Como El Portillo, Santián o Las Chimeneas, en España, y Niaux y Marsoulas en Francia, más otras en Italia y Portugal. La mayoría, sin la popularidad de las cuevas más “mediáticas”, como Chauvet o Altamira.
“Y en muchas cuevas incluso encontramos nuevo arte, que no había sido descubierto antes”, apunta Von Petzinger.
“Como no tienen el atractivo obvio de las figuraciones, nadie se encargó de registrar estos trazos. Cuando empezamos a hacerlo, vimos que se repiten, que hay un patrón”.
Los fueron catalogando meticulosamente hasta extraer una suerte de repertorio que se reitera sobre las piedras aquí y allá: 32 símbolos, en total.
“Lo que es realmente interesante es que son tan específicos que cada uno es muy diferente del otro. E incluso los más inusuales se repiten (en otras cuevas) de manera idéntica. Las posibilidades de que eso sea una coincidencia son bien pocas“, señala la experta.
Lo que esto significa, en otras palabras, es que estaríamos en presencia de un código, preestablecido y compartido por distintos grupos del Paleolítico.
También sugiere, dice la paleontóloga, que existían conexiones entre lugares remotos en esa era prehistórica.
“Sabemos que en Europa había una activa red de intercambio, y esto nos da una señal de cuán sofisticada era su estructura social”, dice la científica, que hace unos meses publicó un libro con sus hallazgos (“The First Signs: Unlocking the mysteries of the world's oldest symbols”, en inglés.)
Un código, pero ¿qué significa?
Como cualquier científico curioso, a Von Petzinger le encantaría poder leer detrás de los trazos para encontrar sus significados.
Poder establecer con certeza, por ejemplo, que la figura claviforme es una lanza, o que los registros peniformes son hojas de árbol.
Pero es una misión imposible. “Por mucho que quisiera, nunca vamos a poder estar en la cabeza de gente vivió hace 30.000 años”, dice y se ríe.
“Incluso si no sabemos qué significan, sí sabemos que debían tener un sentido. Eso lo indica la repetición“.
Lo que importa, insiste Von Petzinger, es el patrón.
“No se trata de un código como el egipcio ni como la escritura cuneiforme, no es algo tan organizado. En ese sentido, nunca vamos a poder descifrarlo, no tenemos material de referencia para poder hacerlo”.
El primer sistema de escritura que conocemos, el cuneiforme, data de hace unos 5.000 años y su origen se establece en el actual Irak. Pero, al igual que los complejos jeroglíficos egipcios, no puede haber surgido de la nada.
Los trazos que ordenó Von Petzinger pueden ser un sistema más temprano de escritura: un “primer código humano” inscrito sobre las rocas de las cuevas.
Lo radical del descubrimiento, confirman los expertos, es que revela las habilidades básicas que se requieren para crear un sistema de escritura: la capacidad de abstracción, el registro de marcas gráficas, un sofisticado uso de símbolos.
“En un sentido general, se puede decir que los sistemas gráficos desarrollados en Europa en la Edad de Hielo son predecesores de los sistemas de escritura que vendrían después. No porque el símbolo tal de esa época luego esté relacionado con el símbolo cual en una etapa posterior, sino en el sentido de que son códigos”.
Emojis prehistóricos
La científica los compara con los emojis, los ubicuos íconos de la era de los teléfonos inteligentes que representan un concepto en una única imagen.
Así lo describió en una columna para la revista Wired: “bien pueden haber sido parte de uno de los sistemas gráficos más antiguos del mundo, además de precursores de esos simpáticos símbolos en tu celular”.
Y lo primero que hay que erradicar, señala la científica, es esa idea de que los trazos de las cuevas europeas constituyen figuras geométricas.
“Usamos esa comparación porque no tenemos una mejor. Pero eso condiciona la manera en que los miramos. Por ejemplo, deberíamos pensar que encontramos dibujos de animales y humanos, pero ¿qué falta? ¿Dónde está la naturaleza en todo lo que vemos pintado en las cuevas: es que nunca pintaron un árbol o un río, que son elementos muy importantes en la vida de una sociedad recolectora y cazadora?”
Así, la hipótesis es que estas figuras inexplicadas pueden referirse a cosas que no figuran en los dibujos de una manera obvia: una montaña, las estrellas, un arma…
No son formas abstractas, como sugiere un análisis perezoso, sino representaciones de ideas estandarizadas.
En su simpleza, los símbolos también se anotan otra cualidad: son democratizadores, dispara Von Petzinger.
“Dibujar un mamut o un caballo requiere de habilidades que pocos tienen, pero un cuadrado o un zigzag lo puede hacer cualquiera”.
Y al ser más accesibles, son mejores como herramienta de comunicación: una virtud a la que aspira cualquier lenguaje que se precie.
Pero la paleoantropóloga no se conforma con estas hipótesis.
¿Su próximo paso en busca de sentido para los misteriosos dibujos?
Incursionar, mediante robots submarinos, en las cuevas sumergidas e inexploradas de la costa de Cantabria, para buscar más signos, más trazos, que echen luz sobre cómo el hombre moderno aprendió a escribir.