Durante largo tiempo, los científicos buscaban la manera de combatir serias infecciones que podían ser mortales como la neumonía, gonorrea, fiebre reumática y otras.
BBC NEWS MUNDO
Cómo unas vacaciones, el moho y la espina de un rosal llevaron al descubrimiento de la penicilina
El descubrimiento de la penicilina es considerado como uno de los grandes avances de la medicina terapéutica, porque introdujo la era de los antibióticos salvando millones de vidas.
Alexander Fleming, bacteriólogo y farmacólogo británico, publicó sus descubrimientos en una revista especializada de patología experimental en 1929. GETTY IMAGES
Los hospitales solían estar atestados de pacientes con graves infecciones en la sangre por lo que parecerían ser simples rasguños o cortes inocuos. En ese entonces los médicos no podían hacer nada sino esperar y cruzar los dedos.
Alexander Fleming, un bacteriólogo y farmacólogo británico, vio cómo durante la Primera Guerra Mundial numerosos soldados morían de sepsis por heridas infectadas.
También pudo comprobar que los tratamientos antisépticos de la época mataban más soldados que las infecciones mismas y se necesitaba algo más que llegara a las heridas profundas que albergaban bacterias en la sangre en condiciones anaeróbicas.
Después del conflicto, Fleming continuó sus investigaciones de sustancias antibacterianas en el Hospital St. Mary´s de Londres.
Pero fue una casualidad, y el aparente desorden de su laboratorio, lo que le ayudó a descubrir el arma vital contra las infecciones.
Fleming estaba trabajando con colonias de estafilococo, una bacteria que causa forúnculos, dolores de garganta y abscesos.
Como se iba de vacaciones, decidió amontonar las placas de Petri con los cultivos en una esquina del laboratorio.
El 3 de septiembre de 1928 regresó para descubrir que uno de los cultivos había sido contaminado con un hongo, o moho, y alrededor de este había un área vacía donde la colonia de estafilococo había sido destruida.
Le quedó claro que el moho, luego identificado como una cepa de Penicillium notatum, había secretado algo que inhibía la propagación bacteriana.
El bacteriólogo descubrió que esta “secreción de moho” podía matar una amplia gama de bacterias peligrosas como el estreptococo, el meningococo y el bacilo de la difteria.
Fleming se dio a la difícil tarea de aislar la penicilina pura de esta secreción pero resultó muy inestable.
Publicó sus descubrimientos en una revista especializada de patología experimental, en 1929, pero apenas hizo una referencia pasajera al potencial terapéutico de la penicilina.
La responsabilidad de encontrar ese uso práctico de la penicilina recayó en los patólogos Howard Florey, Ernst Chain y sus colegas en la Escuela Sir William Dunn de Patología de la Universidad de Oxford.
Con sus esfuerzos lograron transformar el moho de la penicilina de una curiosidad de laboratorio en un fármaco para salvar vidas.
Pero esa labor, también se logró, en parte, por la casualidad.
El equipo de la Universidad de Oxford empezó seriamente a purificar la penicilina en 1939, precisamente cuando el inicio de la Segunda Guerra Mundial resultó en condiciones más difíciles para la experimentación.
Para sus experimentos en animales vivos tuvieron que convertir el laboratorio en una fábrica de penicilina que pudiera producir grandes cantidades de esa cultura. Otros científicos se dieron a la tarea de filtrar y remover las impurezas.
En 1940, Florey realizó experimentos vitales que demostraron cómo la penicilina podía proteger ratones contra la infección del mortal estreptococo.
Pero todavía no se había utilizado en humanos. Eso cambió el 12 de febrero de 1941.
Albert Alexander, un policía de 43 años, se encontraba podando sus rosales cuando, accidentalmente, se rasguñó el interior de la boca con una espina.
El policía desarrolló una grave infección, con enormes abscesos que afectaron sus ojos, cara y pulmones.
Le inyectaron penicilina y en 24 horas había ya había registrado una recuperación extraordinaria. Continuaron aplicándole el medicamento durante cuatro días más pero, desafortunadamente, se les agotó el suministro y el paciente murió.
No obstante, Albert Alexander se convirtió en el primer humano en recibir el revolucionario tratamiento antibiótico.
El tratamiento salvó la vida de miles de soldados durante la Segunda Guerra Mundial, gracias al compromiso y experiencia de la industria farmacéutica en Estados Unidos que instituyó un programa vigoroso para incrementar el rendimiento y la eficiencia de producción de penicilina.
En 1945, Fleming, Florey y Chain recibieron el premio Nobel de Medicina por su labor conjunta, aunque muchos otros científicos e investigadores contribuyeron al desarrollo de este fármaco milagroso.
La penicilina continúa salvando la vida de millones de personas en todo el mundo.