Al entrar en su automóvil al garaje fue golpeado con un pedazo de concreto en la cabeza, lo cual le causó la muerte casi de manera instantánea. Su cuerpo ensangrentado fue arrastrado dos metros adentro.
Terrible hallazgo
Dos horas después, el sacerdote Mario Orantes, quien también servía en esa parroquia, se levantó al ver la luz encendida y encontró a Gerardi boca abajo. Al principio, según las informaciones, no lo reconoció porque su rostro estaba desfigurado, por lo que dio aviso a las autoridades.
Horas después se presentaron el entonces fiscal general Héctor Hugo Pérez; el director de la Policía Nacional Civil, Ángel Conte: el director de Minugua, Jean Arnault, y personal de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado.
Reacciones
La condena fue unánime. Organizaciones de derechos humanos, la comunidad internacional y la sociedad civil expresaron su repudio por el crimen “en tiempos de paz” y solo horas después de que el obispo había presentado el informe para la Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi).
Hipótesis sobre sospechosos del asesinato comenzaban a circular, entre ellas que había sido obra de políticos, de la delincuencia común o algunas osadas como la que presentó meses después el español José Reverte, que involucró a Balú, el perro de Orantes.
Después de un largo proceso judicial, que culminó en junio del 2001, fueron condenados por el crimen Byron Lima Oliva, Byron Disrael Lima, Obdulio Villanueva —asesinado— y Orantes.
Último adiós
Mientras la confusión y la indignación cundían en el país, se le dio el último adiós a Gerardi, con exequias de tres días en la Catedral Metropolitana, el lugar donde había cumplido uno de sus objetivos: la denuncia de las masacres cometidas durante el conflicto armado interno.
Desde entonces la frase que identifica al informe se inmortalizó junto a su legado: “Guatemala: nunca más”.