El proceso reviste una especial importancia puesto que viene a ser una especie de referéndum acerca de los primeros dos años de gobierno de Nayib Bukele, cuyo partido, Nuevas Ideas, participará por primera vez en unos comicios puesto que el gobernante fue electo por el partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA)
Para Guatemala, el proceso no deja de tener importancia. No por gusto, El Salvador es el segundo socio comercial del país detrás de EE. UU.; además, comparten una línea fronteriza de cerca de 200 kilómetros, por lo cual la migración los hermana.
Por esta razón EE. UU. ve a estos países, junto con Honduras como el Triángulo Norte de Centroamérica, una región de extrema importancia geopolítica para sus intereses, y la cual sigue expulsando migrantes.
Preocupaciones de EE. UU.
Tan solo en el año fiscal 2019, en la frontera sur se registraron casi 608 mil procesos de detención de ciudadanos de estos países, familias y menores de edad no acompañados. Por la pandemia, el número bajó en e 2020, pero se teme que tras las buenas expectativas en inmigración luego del triunfo de Joe Biden, ocurra un éxodo mucho mayor.
En un giro en cuanto a sus políticas migratorias, EE. UU. ya anunció una cooperación de US$4 mil para la región con el objetivo de atacar las causas de la migración, aunque cualquier plan tendrá efecto —en el mejor de los casos—, en el mediano plazo.
Actualmente Bukele goza de gran popularidad entre los electores salvadoreños, según encuestas. Y todo apunta a que su partido obtendrá mayoría en las elecciones del próximo domingo, tanto para la Asamblea Legislativa, las alcaldías y al Parlacén.
“Bukele forma parte del nuevo tipo de presidentes inorgánicos, sin plataformas partidarias, que montan sus campañas exitosas a través de redes sociales, y son populistas”, refiere el analista político y excanciller, Edgar Gutiérrez.
En tal sentido puede que el temor en torno a los resultados electorales del próximo domingo es que el mandatario salvadoreño concentre demasiado poder y “se convierta en un neo dictador”, de los que hace años no se ven en Centroamérica, enfatiza, puesto que en el caso de Daniel Ortega en Nicaragua, el tejido de su sistema viene de hace más de 30 años.
Entonces, la preocupación radica en que la región, desde Guatemala hasta Nicaragua, atraviesa por una crisis de ingobernabilidad, aunque con diferentes manifestaciones y resultados.
“En Honduras la situación es crítica por la configuración de estado mafioso y criminal, y en Guatemala el presidente —Alejandro Giammattei— perdió tanta aceptación por la inutilidad para responder a la pandemia y los temas de corrupción, que no tiene futuro”, expuso el analista.
“El común denominador es que los sistemas están implosionando y parece que Estados Unidos no tiene todavía la fórmula para atajar las crisis”, subrayó.
Divorcio en la región
Para el analista en temas internacionales, Jorge Wong, las elecciones del próximo 28 de febrero tienen una relevancia más doméstica que regional puesto que eso podría fortalecer el apoyo del Legislativo hacia la administración del presidente Bukele.
El evento será “una prueba de fuego”, tanto para la oposición que hoy por hoy controla dos tercios de la Asamblea, como para el oficialismo que participa por primera vez en unas elecciones como partido Nuevas Ideas, apunta.
Sin embargo, Wong considera que en estos momentos “el presidente Bukele no está interesado en el tema regional”, una actitud que, lamenta, ya que también se ve en los gobiernos de Guatemala y Honduras.
Ese divorcio de los países centroamericanos los pone en desventaja al momento de negociar con EE. UU., puesto que actuar unidos podría inclinar la balanza, aunque sea un poco, hacia estos países cuando discutan los temas migratorios, por ejemplo.
Las elecciones de medio término en El Salvador no van a representar ningún cambio en la política regional, más que para los propios ciudadanos de ese país que continuará con las relaciones y negociaciones bilaterales con EE. UU. añade Wong.
Negociar con la potencia mundial a nivel de los países del Sistema de Integración Centroamericana (Sica) representaría poner sobre la mesa un mercado de 48 millones de personas, lo que ya es un peso grande. “Pero no hay voluntad política ni diplomática para empezar a hacerlo”, lamenta el analista.
Como resultado, estas naciones deberán seguir actuando con tibieza y aceptar todo lo que venga de EE. UU. porque; además, en sus gobiernos no hay capacidad para hacer propuestas.
“No va a haber ningún cambio en la forma cómo nos ve. EE. UU. ya lo dejó claro, que la puerta no va a estar abierta para recibir migrantes, y no habrá más que acatar las órdenes y seguir los lineamientos que ellos consideran que son mejores para nosotros”, concluye Wong.
Puede incidir
Pero no todos piensan igual.
El internacionalista y profesor universitario Aldo Bonilla coincidió en que las elecciones serán un termómetro del trabajo que ha hecho hasta el momento el presidente Bukele. Opina que el mandatario salvadoreño ha llevado a cabo algunas actuaciones positivas como “la pronta acción ante la pandemia y la llegada de las vacunas”, lo que lo ha llevado a ser uno de los presidentes con mejor aceptación.
En ese sentido, espera que, si Bukele sale fortalecido después de las elecciones esto pueda servir como un estímulo para que el resto de los gobernantes de los países de la región, donde los niveles de aceptación de sus autoridades y la credibilidad en la democracia no pasan sus mejores momentos, busquen ganarse la aprobación ciudadana.
En cuanto a cómo EE. UU. puede ver a la región luego de este proceso electoral, Bonilla cree que a aquel país le interesa tener como aliado a “un gobierno que es favorablemente aceptado por su población”, pero que las tensiones puede que se mantengan por “diferencias” que hay entre los dos países por sus relaciones con China.
EE. UU. va seguir el desenvolvimiento de El Salvador de cerca, no muy contentos, dice Bonilla, “pero al final la aceptación local del trabajo del presidente trae consigo ventajas”. “Un país cuyos tres poderes no coluden, sino que se enfocan en el bien común y favorece un ciclo virtuoso” puede incidir en la grave problemática regional, asevera.
Para Bonilla, Guatemala debe verse en el espejo de El Salvador, que, por ejemplo, hoy en día invierte en educación 0.8 por ciento del PIB más que Guatemala. También en temas como infraestructura vial y puertos que superan “por mucho” a los guatemaltecos, lo cual se evidencia al nada más cruzar las fronteras.
Temor a debilitar institucionalidad
Javier Castro director de Estudios Legales de la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social, afirmó que las elecciones son “de gran importancia” para la institucionalidad de ese país puesto que los diputados que resulten electos tendrán bajo su responsabilidad la elección de importantes órganos de control del Estado, como magistrados de la Corte Suprema de Justicia y fiscal general.
Castro precisa que en primer lugar y en el corto plazo, las consecuencias de que la Asamblea Legislativa elija a funcionarios de justicia con criterios políticos y no idóneos se verán en El Salvador, puesto que se podría correr el riesgo de que el país ya no fuera visto con buenos ojos para las inversiones a consecuencia de un debilitamiento de la democracia.
Esto podría generar la fuga de capitales y pérdida de empleos con lo cual se generaría más migración, un problema que ya es regional y que involucra no solo a Centroamérica, sino también a México y a EE. UU.
Castro expuso que desde el Ejecutivo se han dado “graves violaciones a la Constitución” y si se eligen magistrados y fiscalía con criterios alejados a la meritocracia e idoneidad se correría el riesgo de eliminar el sistema de pesos y contrapesos en el Estado y ya no habría mecanismos para controlar el poder.
Señaló: “Si a las instituciones de control llegan personas no idóneas y permiten que la corrupción las permee, se pueden incrementar los problemas regionales como el narcotráfico y el crimen organizado. En la medida que se debilitan estas instituciones nos exponemos a estos problemas”.