Era una noche de jueves como otras. La nuera Tanya García había llamado a su madre como todas las tardes, pues le preocupaba su presión sanguínea.
La nieta Melany Sandoval intercambiaba mensajes con un amigo en otro estado de Guatemala, y de repente, la conversación se detuvo.
En total, siete miembros de la familia murieron y cuatro más siguen desaparecidos en la vivienda que Sandoval construyó hace 16 años en el fondo del cañón, donde vivían él, su esposa Maritza, sus tres hijos y familiares.
Ellos son algunos de los fallecidos, y posible cientos más, que quedaron bajo tierra el jueves recién pasado, luego de que la lluvia provocara que la ladera colapsara en la colonia de El Cambray 2.
Pablo Sandoval, el único hermano sobreviviente, estaba en el trabajo al momento del desastre y dijo que se enteró por un amigo que había sucedido una tragedia en su vecindario.
Cuando llegó a casa “solo veía tierra, nada más”. Era su trabajo recuperar e identificar los cuerpos. Un tipo robusto, abrazó y compartió lágrimas con varias personas que pasaron por el refugio instalado tras la tragedia en una plaza de la ciudad, con espacio suficiente para colocar siete ataúdes.
“Éramos una familia trabajadora, luchadora, desde mis padres hasta la más pequeña”, dijo. “Muy cariñosa. La mejor”.
Este domingo, los rescatistas reanudaron los trabajos para recuperar más cuerpos de los escombros con ayuda de picos y palas. Un funcionario de emergencias dijo creer que hay otras 350 personas desaparecidas.
Las autoridades municipales dijeron creer que había 300 personas desaparecidas, porque algunas de ellas no estaban en la zona al momento de los hechos.
Julio Sánchez, portavoz de los bomberos voluntarios de Guatemala, dijo que es posible que la cifra de muertos incremente mientras los cuerpos de emergencia excavan el lugar donde unas 125 casas quedaron enterradas en Cambray, un barrio en el suburbio de Santa Catarina Pinula.
Con el paso del tiempo, hay menor esperanza de encontrar sobrevivientes.
“Solo un milagro puede salvarlos”, dijo la rescatista Inés de León.
Las familias se preparaban el domingo para enterrar a sus muertos. Los deudos planificaban los funerales.
Una morgue improvisada
Decenas de familias como los Sandoval esperaban afuera de una morgue improvisada ante la llegada de más cuerpos, con la esperanza de encontrar a sus seres queridos.
Sandra Escobar dijo que su madre estaba dentro viendo los cadáveres en busca de familiares, incluyendo tías, tíos, primos y sobrinos. En total, dijo que no tienen noticia de 20 familiares desde el alud.
Santa Catarina, una municipalidad en el condado de Guatemala, ubicada justo después de los límites de la ciudad, es un suburbio de clase media para trabajadores gubernamentales, vendedores, taxistas y cocineros.
La noche del sábado recién pasado gran parte de sus habitantes salieron a la plaza de la localidad, frente a una Iglesia Católica blanca con cúpulas en azul claro, donde se realizarán muchas de las misas para los difuntos.
El kiosco central, con su techo de teja roja, estaba lleno de donaciones: leche, jugos, ropa, papel higiénico, arroz.
La gente lloraba en la plaza y en el refugio de Sandoval, donde varios voluntarios cocinaban en ollas grandes arroz,
frijoles, pollo y tortillas. La familia extensa de Sandoval se enteró del incidente por el mensaje en Facebook de un familiar.
“Avisa a los familiares que ha habido un accidente”, se leía en el mensaje, de acuerdo a Alma Salic, la madre de Tanya García.
Llegan de la provincia
Muchos condujeron toda la noche desde otras partes de Guatemala, algunos desde la provincia de San Marcos y otros desde Petén.
Eduardo Pérez, de 17 años y quien pasó a rendir el pésame, estaba cocinando la cena colina arriba de donde vivían los Sandoval, cuando se deslavó la ladera. Él y varios más corrieron con palos para intentar rescatar a los atrapados, escalando por los techos para sacar a las personas.
En una casa, logró sacar a dos niños, un adolescente de 16 años y a su madre.
“La hermana de 15 años estaba enterrada. Solo se veía el brazo y nada más”, dijo.
Las fotografías colocadas junto a los ataúdes en el refugio de Sandoval mostraban como sus vidas habituales habían sufrido un final abrupto.
Sandoval tenía trabajos en el gobierno y Aquin trabajaba en una escuela para invidentes. Estaba cerca de jubilarse.
El hijo José Sandoval, conocido como “Johnny“, venía accesorios de teléfonos celulares y era gran seguidor del equipo de futbol Gallos de Zacapa.
“A mi nieto y mi yerno y mi nieto les gustaba jugar futbol”, dijo Salic. “Era un buen yerno, quería mucho a mi hija y mis nietos”.
Su nieto, Bryan Sandoval, de 17 años, fue fotografiado con un gran trofeo tras una competencia de bandas. Era baterista. La hermana mayor, Melany, de 19 años, había terminado el bachillerato y pensaba en trabajar y estudiar leyes.
“Siempre estuvimos juntos. Fuimos de vacaciones juntos, cuando éramos niños, a la casa de mi abuelita en Zacapa”, dijo la prima, Karla Pirir Sandoval, de 27. Rompió en llanto al recordar las navidades pasadas. “Todas las navidades llegaban a comer con nosotros”.