Lunes 18 de marzo. Aldea Nicá, Malacatán, San Marcos. Diez días después de la muerte de 23 migrantes guatemaltecos en Chiapas, México, cuando volcó el camión en que se conducían, la comunidad de la cual provenían seis de ellos luce aletargada, aplastada por el calor de la zona baja de San Marcos; 31 grados centígrados, bajo la sombra, a las cuatro y media de la tarde.
El picop de una funeraria recorre las calles empedradas. Tiene altavoces en su techo y el alcalde auxiliar de la aldea, junto a otros vecinos, familiares y amigos lo utilizan para anunciar que se convoca a una reunión de urgencia a las cinco de la tarde.
Apiñados en el picop de doble cabina, los comunitarios van recorriendo el poblado. Calles empedradas hace seis años y que se mantienen en buen estado, cerdos que cruzan la calle con la confianza que tendría un perro por su casa.
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Las autoridades comunitarias no lo admitirán en entrevista, pero a uno de los jóvenes que los acompañan se le escapará comentarlo: van hablar del regreso de otro cuerpo, otro joven que murió en México “trabajando”, dicen sin aclarar si también se dirigía al norte. “No era del mismo grupo” murmura luego uno de los líder comunitarios.
Aldea Nicá, San Marcos, 18 de marzo. A 3 kilómetros, o a diez minutos en tuc tuc por un camino de terracería, de un paso ciego sobre el río Suchiate. Del otro lado México.
La muerte ha tocado otra vez a sus puertas.
Los que se quedan
Félix Jeremías Cash López, de 17 años; Delfino Cash Felipe, 19; Reyna Venancia Ramos Nolasco, 19; Ezequiel Aldair Cash Fernández, 18; Oscar Mazariegos López, 29; y Yesenia Magdalena Pérez, 17, son sus nombres.
Todos partieron de la aldea Nicá con la esperanza de trabajar por su familia. Regresaron en ataúdes y con deudas de sus familias para pagar su retorno, según explicaron a Prensa Libre algunos de los familiares de los fallecidos.
“Ya cualquiera se decide a ir, por lo mismo que la situación que aquí hay—dice Héctor Ramos, padre de Venancia Ramos— vivimos en un país qué tal vez no sea de tanta pobreza, pero que son los hombres los que lo empobrecen”.
Héctor Ramos, un hombre delgado y de cabello cano, lo explica con voz firme y pausada mientras se apoya en una de las paredes de su casa: “Vivimos en nuestra propiedad, somos gente del campo, aunque sea la persona profesional o no, no hay oportunidades, entonces nosotros nos dedicamos a trabajar en el campo. Y lo que consigue en el día se consume en el mismo día”.
Su hija trabajaba en el hogar preparando alimentos y cuidando de la casa. La posibilidad de “buscar una vida mejor” la llevó a tratar de viajar a Estados Unidos, explicará su padre.
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Es la misma necesidad que expulsó a Ezequiel Cash de su aldea. “Nada más me decía—relata Imelda Fernández, su madre— mamá mire que aquí estamos trabajando y no hay nada, solo para la panza se gana y para otra cosa no hay. Q40 que ganamos no es nada. Él hablaba: me tomo un refresco y una torta, ya solo quedó Q30 mamá, decía. Y yo le decía, no diga así”.
Imelda Fernández rememora a su hijo, llegando a casa después de un día de cortar tabaco, deshierbar un campo o cortar manías con Q30 en el bolsillo.
“Si nos juntamos con los amigos hacemos comperacha… decía él, sólo él se inquieto de irse, allá no tenemos familia” dice la madre de Ezequiel entre las flores y un ángel que aguardan el cuarto donde rezaran tras los nueve días de su entierro.
El cuerpo de Ezequiel fue el último en llegar a la comunidad, su familia no tenía los Q12 mil que su madre dice otras familias si pudieron reunir para repatriar los cuerpos de sus hijos.
“Los demás se adelantaron —los otros cuerpos que regresaron— porque pagaron, mire y decían que el gobierno de acá iba a ayudar con el consulado de allá, son mentiras. No apoyaron ellos nada” refiere Fernández.
La oficina de comunicación social del Ministerio de Relaciones Exteriores aseguró que a 13, de las 23 familias de fallecidos, se les brindó apoyo para la repatriación de los cadáveres; que a cinco más se le repondrá los gastos en que incurrieron para traer los resto. Y que los demás “no quiso el apoyo”.
Los familiares consultados no quieren ni escuchar hablar del apoyo del gobierno de Guatemala o de México. “Yo traje el cuerpo de mi hija por mis propios recursos, tuve que viajar a donde fue el accidente. Llegar donde había que gestionar, llevar documentos. Son mentiras cuando se escucha por noticias, por televisión, por prensa que se recibió ayuda, tampoco de las autoridades de México, ni una bolsa de agua” dice el padre de Venancia Ramos.
Un poblado de frontera
Una piedra pintada de blanco con las palabras “Feliz viaje” y una flecha en dirección hacia el río Suchiate separa a la aldea Nicá de México. A unos pasos algunas mujeres lavan en el río, más allá algunos adolescentes chapotean entre las aguas y del lado mexicano picops traen sacos de cemento, papel higiénico…
Es la frontera. Esa línea imaginaria que vemos en los mapas y que tratamos de volver real haciéndola coincidir con el cauce de los ríos o levantando muros que la hagan corpórea.
Los números fríos de Migración dicen que al 11 de marzo de este año han sido deportados de México 5,520 guatemaltecos; 5,520 historias de frustración. Que el año pasado fueron 51 mil 376, y que en el 2017, se trató de 32 mil 833 personas; que en el 2016 fueron 35 mil 465 y que en 2015 se trataron de 31 mil 443.
Detrás de cada número, una historia, una vida.
Una fuente judicial del Departamento de San Marcos, que ha trabajado además en municipios fronterizos como Ixchiguán, Sibinal o Tacaná le pone también una cifra a la epopeya que emprenden cada migrante en la zona.
“Q90 mil a Q95 mil puede llegar a costar el viaje hasta Estados Unidos, por su puesto, ese dinero no lo tiene la gente, pero con deudas pueden pagar el adelanto de 10 o 15 por ciento que en ocasiones cobran” señala el investigador consultado.
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Las poblaciones son herméticas cuando se trata el tema de la contratación de “coyotes” o “polleros”, los traficantes de personas rumbo a Estados Unidos. Cuando cumplen con su servicio y el migrante llega a su destino no suele haber una razón para denunciarlo, cuando una tragedia como la de los 23 migrantes guatemaltecos fallecidos ocurre las familias están más ocupadas lidiando con su dolor, y tratando de recuperar los restos de sus muertos, que interesadas en buscar culpables.
En Guatemala el trasiego de personas de este país es un delito apenas desde diciembre del 2015, luego de una reforma a la Ley de Migración.
“Comete el delito de tráfico ilegal de guatemaltecos quien, con ánimo de lucro o cualquier otro beneficio material o personal, dentro del territorio nacional, de cualquier forma o manera capte, aloje, oculte, traslade o transporte por cualquier vía o medio, a guatemaltecos para emigrar a otro país sin cumplir con los requisitos legales” dice la norma.
Un delito que, en todo caso, no es aplicable “a los migrantes, padres, tutores, responsables o familiares en grado de ley de los migrantes guatemaltecos”.
La ley parece letra muerta frente al fenómeno económico, social y hasta cultural de la Migración. El origen de la aldea Nicá mismo, tiene el mismo nombre: Migración. El poblado fue formado hace 67 años con agricultores provenientes de los municipios de Sibinal, Ixchiguán, Comitancillo, Tajumulco y Tacaná en el mismo San Marcos. Campesinos que buscaban una tierra para trabajar, una tierra que ya no le alcanza a sus nietos para hacer una vida mejor.
De los 23 fallecidos en México 20 tenían por origen San Marcos, mientras que los otros tres procedían de Petén, Huehuetenango y Quetzaltenango. Los mismos rostros de una tragedia desde distintas regiones
Más números fríos: 41 migrantes centroamericanos registra la Organización Internacional para las Migraciones en lo que va del año —en su proyecto Missing Migrants. Tracking deaths along migratory routes—; cinco niños, 11 mujeres y 28 hombres; más tres desaparecidos y un subregistro incierto.
Los que faltan
“Hay gente está tratando de ubicar a sus familiares. Oímos que de los que faltan, de los que iban en ese grupo no se ha escuchado, hay una muchacha con dos niños de la que no hay razón y la están esperando” relata Josefina Ramos Felipe, tía de Teofilo Ramos Cash uno de los heridos que hasta el martes pasado aún se encontraba en un hospital de Chiapas, México, y que según información del Ministerio de Relaciones Exteriores habría regresado este jueves.
Josefina Ramos cuenta la incertidumbre de las familias que callan, porque sus hijos aún siguen en ruta al norte o pueden estar de regreso. Su sobrino, relata, se encontraba “en coma y con sonda”. “Hasta ayer —el domingo 17— nos mostraron la identificación, él ya no habla, no abre los ojos” dice Ramos.
En la casa de Josefina Ramos un pozo artesanal es la única fuente de agua, mientras baña a uno de sus niños cuenta que una hermana suya también migró a Estados Unidos. “Es duro pasar ese desierto, deténganse allí, aunque cuesta la vida, pero allí quédense” le ha dicho su hermana, pero la necesidad apremia y hoy uno de sus sobrinos yace en una cama.
La aldea fue fundada hace 67 años y se origina a partir de la compra de parcelas de vecinos del altiplano de San Marcos de una finca ganadera. Originalmente se le llamó comunidad La Primavera y más tarde cambió su nombre a aldea Nicá. Entre los pobladores originarios se encuentra vecinos provenientes del altiplano de San Marcos: Sibinal, Ixchiguán, Comitancillo, Tajumulco y Tacaná. A la aldea también la forman los caseríos Esquipulas Nicá, La Batalla, La Loma y San Francisco. Su principal actividad es la agricultura y entre sus cultivos se encuentra frijol, maíz, hierba mora, plátanos, tabaco y camote. La más importante obra pública en la zona data de 1973 con la construcción de una presa y un proyecto de captación de agua para riego de 20 kilómetros, entre canales primarios y secundarios. Sin embargo, la comunidad no tiene un sistema de agua potable y drenajes, según denuncias de los vecinos. El poblado cuenta con una escuela preprimaria, primaria, un instituto de telesecundaria y dos institutos donde se imparte bachillerato en computación y en mecánica automotriz. El acceso a la aldea es por una carretera asfaltada de 15 kilómetros y el poblado cuenta con un empedrado de tres kilómetros desde hace seis años. El río Suchiate, frontera con México, se encuentra a 3 kilómetros de la población.
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