Activistas han definido estos campamentos a los pies del muro entre Estados Unidos y México como centros de detención a cielo abierto. Allí los migrantes esperan incluso por días para ser procesados por unas autoridades migratorias que se dicen sobrepasadas y sin capacidad institucional para ir más rápido.
“La patrulla fronteriza nos dijo que esta es la nueva normalidad”, comentó a la AFP Erika Pinheiro, directora ejecutiva de la ONG Al Otro Lado.
Sólo en tres de estos asentamientos en Jacumba, una pequeña localidad en el suroeste de California, unos 800 migrantes aguardan a diario.
Pinheiro afirma que las autoridades los mantienen allí confinados mientras liberan espacio en los centros de procesamiento.
“Son advertidos de que si salen de estos campos serán deportados (…) Pero la patrulla fronteriza no les da comida, agua, refugio o asistencia médica”, dijo Pinheiro.
Al Otro Lado, junto con otras organizaciones, les llevan alimentos, agua y cobijas, cargadores eléctricos y les brindan atención médica. Pero temen quedarse sin recursos pronto.
“Protección”
Bajo un sol inclemente de día y temperaturas bajo cero de noche, adultos y niños se resguardan en tiendas maltrechas y arman hogueras con ramas y piedras que impregnan todo con olor a quemado.
Sólo disponen de dos baños portátiles sucios.
Las personas cruzan a través de un hueco a los pies de una montaña que interrumpe el imponente muro fronterizo.
Los oficiales reparten brazaletes de colores marcados con el día de la semana en qué cada persona se presenta para luego llevárselos por orden de llegada.
Pero muchos tienen que dormir allí a la espera de ser trasladados a un centro de procesamiento.
Un adolescente de 13 años murió el sábado en un accidente, y los activistas temen otras tragedias.
Pinheiro explicó que el embotellamiento se debe a que el proceso de solicitud de asilo en Estados Unidos depende del uso de la aplicación CBP One, que puede demorar meses en asignar una cita, lo que obliga a los migrantes a permanecer en condiciones peligrosas en México.
De paso, “la aplicación solo está disponible en inglés, español y creole. Si miras alrededor ves a gente de países que no hablan esos idiomas”.
“Esta es su única manera de buscar protección en Estados Unidos”, dijo Pinheiro.
La mayoría de los migrantes que acampan en Jacumba son chinos o turcos, pero también hay ciudadanos de Uzbekistán, Afganistán, Colombia, Ecuador y Perú.
Un chino, que se identificó como Jimmy por miedo a represalias del gobierno contra su familia en su ciudad de origen, dijo que atravesó diez países durante 35 días (y pagó US$12 mil dólares) para llegar a Estados Unidos.
“[China] está bien, pero prefiero venir a Estados Unidos”, dijo a la AFP. Pero cuando la cámara dejó de grabar, Jimmy se desdijo: “China no está bien, no quiero vivir allí”.
“Agenda política”
El tema migratorio debe ser clave en la campaña electoral de 2024, donde el demócrata Joe Biden se jugará la reelección muy probablemente contra el republicano Donald Trump.
Trump alimenta a sus bases con una retórica antimigración y pide una frontera hermética, mientras Biden intenta equilibrar sus promesas por impulsar un sistema migratorio más humano con las voces que le claman mayor control fronterizo.
“Ninguno de los partidos parece querer tratar con dignidad a quienes buscan asilo”, dijo Pinheiro, quien además acusa a la Agencia de Aduanas y Protección Fronteriza de tener una agenda partidista.
“La patrulla fronteriza, especialmente su gremio, es una organización muy inclinada a favor de Trump (…) Creo que esto es una manifestación de esa ideología política, tratan de mostrar que la frontera está fuera de control”.
Ni CBP, ni el gremio de la patrulla fronteriza respondieron los pedidos de comentarios de la AFP.
En el terreno los oficiales no pueden dar declaraciones, pero en conversaciones informales dicen no tener suficiente músculo para lidiar con la situación.
“Hacemos lo que podemos pero estamos abrumados”, dijo a la AFP un oficial en Jacumba.
Pinheiro no anticipa una disminución en el número de migrantes, ni un cambio en el abordaje estadounidense.
“Esto está pasando bajo una gestión demócrata, así que no tengo esperanzas de que mejorará”.
A pesar de las duras condiciones y la incertidumbre, muchos mantienen la moral alta porque lo peor, creen, quedó atrás.
A Carla Morocho, embarazada de ocho meses y que emprendió el viaje por miedo a la violencia y la crisis económica en Ecuador, le hace ilusión que su bebé tenga un mejor futuro si nace en Estados Unidos.
“No quiero que sufra como yo. Yo he sufrido”, dijo acurrucada con su esposo cerca de una hoguera. “Sé que voy a sufrir un poco más pero sé que va a valer la pena”.