Arriaga se convierte en el punto de partida de la travesía de los indocumentados, cuyo objetivo —EE. UU.— cada vez está más lejano.
Los migrantes, quienes en su gran mayoría son guatemaltecos, salvadoreños y hondureños, coinciden en que llegan al municipio chiapaneco “sin mayores problemas”, pero muchos no están conscientes de que durante el viaje enfrentarán peligros que los pondrán en riesgo.
Los casos de migrantes que fallecen mutilados al caer del tren, vencidos por el sueño, se cuentan por decenas. Otros son víctima de secuestradores, extorsionistas, tratantes de personas o del narcotráfico, que bajo amenazas los obligarán a transportar droga a EE. UU.
LLEGA LA BESTIA
A eso de las 15 horas, el enorme tren de 30 vagones arriba, procedente de Oaxaca a donde llevó, entre otros productos, maíz, frijol y cemento. Al estacionarse, los indocumentados salen de sus “escondites” y suben a la locomotora. Rumores corren de que el tren partirá de inmediato hasta Oaxaca, por lo que los migrantes se apuran a subir y tratan de ubicarse en el mejor lugar, aunque la máquina saldrá cerca de la medianoche.
El techo de la Bestia quema al tocarlo, hombres, mujeres y niños colocan pedazos de cartón para no sufrir quemaduras. Los más afortunados se instalan entre vagones pese al riesgo de una caída que sería fatal.
Los sueños de los migrantes siguen intactos. La travesía apenas empieza. Les esperan 12 horas de camino hasta el siguiente transbordo, y de cuatro a cinco días para estar en la frontera con EE. UU.
CADA VEZ MÁS NIÑOS
El drama de los migrantes conmueve a cualquiera y el de los menores hace llorar. El flujo de familias enteras que buscan “el sueño americano” se ha incrementado de una manera alarmante desde diciembre del año pasado.
Las cifras de deportaciones de menores de edad que maneja el Consejo Nacional de Apoyo al Migrante de Guatemala hablan por sí solas. En diciembre del 2013 fueron retornados desde México 156 menores; en los primeros tres meses del 2014 la cifra aumentó, y solo en abril se contabilizaron 341 —84 por ciento más que en diciembre último—. En lo que va del 2014 suman mil 63 niños deportados.
Jacinta Zelaya y Eriberto Matamoros son padres de Josué, un adolescente hondureño de 12 años, y viajan junto a Francel, madre de tres menores, de 8, 11 y 15 años, quienes también van en el tren. Todos quieren ir a EE. UU.; se colocaron en vagones de la Bestia.
“En Honduras no se puede trabajar. Si uno pone un su negocio, rápido cae la renta —extorsión— y le quitan a uno todo”, cuenta Matamoros, de 52 años, con desconsuelo y con el peso de la responsabilidad que siente un padre de familia de proteger a su familia en cualquier circunstancia.
Con un tono de reclamo, Zelaya explica por qué la violencia los obligó a abandonar su país: “Tengo cuatro hijos, pero dos se me enviciaron, al pequeño —Josué— lo están obligando a tomar drogas, si no lo hace lo golpean, por eso me lo traje porque lo quiero salvar, sé que estamos arriesgando la vida, pero igual allá estamos condenados a morir”.
“No me gusta el tren, siento que me voy a caer”, dice la pequeña Amparo Nohemí mientras se come un dulce, una niña de 5 años que viaja con su madre, Briseida, y su hermanita, Keyly, 3. Son originarios de Quetzaltenango y buscan llegar a Nebraska, donde los espera su esposo y su hermana.
Los 15 niños que viajaban en los vagones del tren esperan que el tiempo pase rápido, y mientras parten rumbo a Oaxaca, por momentos se bajan y juegan en los rieles del tren.
“Estoy en tercero primaria y he ganado todos mis grados”, afirma entusiasmada Aura Saraí, de 8 años, una niña hondureña, mientras su madre asiente con tristeza.
Ahora que se publica este reportaje, se desconoce si los protagonistas de estas historias sobrevivieron, si llegaron a la frontera, si tocaron suelo estadounidense o si los detuvieron y deportaron.
Expertos señalan que la migración ilegal no se detendrá, sin importar clima, riesgos o endurecimiento de controles migratorios de EE. UU. Las familias continuarán, aseguran, en busca de un lugar digno para vivir y hacer realidad sus sueños.
Tres hermanos viajan en el tren
El traslado de infantes en el tren de carga conocido como la Bestia era algo inusual hasta hace pocos meses, cuando se incrementó el número de niños que viajan en el techo de ese transporte.
Ese es el caso de Catalina Lisbeth, de 6 años; Domingo Ismael, 5; y Miguel, 4; tres hermanos que viajan junto a su madre, Carmen, y su tío, José Castro, originarios de San Rafael La Independencia, Huehuetenango, uno de los municipios más pobres del país.
Todos tienen el anhelo de llegar hasta Alabama, EE. UU., donde los esperan familiares. Mientras los pequeños comen una fruta, pan y algunas golosinas, antes de que arranque el tren, los mayores tratan de entretenerse y bromean entre sí.
“No podemos rendirnos, tenemos que pensar que Dios nos acompañará en todo el camino y que vigilará nuestros pasos”, señala Castro.
La madre de los niños lo respalda. “En el pueblo no hay dinero ni trabajo, lo poco que ganamos no alcanza para más que comer tortillas con sal y frijol, por eso estamos felices, porque sabemos que allá —EE. UU.— vamos a trabajar y vivir mejor”, dice Carmen mientras amarra a la cintura de sus hijos un lazo que sujeta de la locomotora para evitar que se caigan.
La migración de menores a EE. UU. ha aumentado porque los traficantes de personas dicen que con un niño es más fácil que les den asilo en aquel país.
Domingo, Catalina y Miguel comen fruta. Están a pocas horas de iniciar la travesía.
Amistad y Juventud
Diana, Belsi, Johana y Lesly son cuatro amigas que dejaron su natal San Marcos con el deseo de “aventurar”. Todas son menores de edad, entre 15 y 17 años, una lleva el quinto mes de embarazo.
“Aquí nos vamos a cuidar, la amistad está ante todo”, expresa Belsi, mientras sonríe y no deja fotografiarse.
“Tenemos familiares que nos esperan en Houston, Texas”, añade Lesly. Las cuatro aseguran que no les advirtieron de peligro en la ruta.
El caso es similar al de Carlos, 26; Ernesto, 21; y Brian, 22; amigos salvadoreños que buscan llegar a San Francisco, California. Ellos tienen un título de nivel medio, pero su país no les ofrece oportunidades de desarrollo.
Dos de los jóvenes ya han viajado una vez a EE. UU, pero fueron deportados. Ahora intentan hacerlo de nuevo. “Siempre hemos andado juntos, desde pequeños”, dijo Carlos, quien después de ser fotografiado pidió que al menos una imagen se le enviara a su correo electrónico para tener un recuerdo de su viaje en la Bestia.
El caso de Mario Cor Osorio, 33, de San Juan Ilotenango, Quiché, es peculiar, su casa se cayó durante el terremoto de noviembre del 2012, busca trabajar para tener recursos y reconstruirla.
“El Gobierno tiene mucho que gastar por eso no puedo esperar a que me den nada. Tengo que trabajar y reconstruir la casa de mi familia”, precisó Cor Osorio.
Cuatro jóvenes sonríen al ser captadas por la cámara, viajan en medio de los vagones.