Fue en Alamogordo donde, al día siguiente, un agente fronterizo observó que el niño estaba tosiendo y tenía los “ojos brillantes”, por lo que fue trasladado al hospital Gerald Champion Regional.
Una vez allí, los doctores determinaron que el pequeño sufría un resfriado común; pero, luego, comprobaron que tenía una fiebre de 39.5 grados y decidieron dejarlo otros 90 minutos en observación para, después, darle el alta con una receta médica para que tomara ibuprofeno y amoxicilina.
Sin embargo, la salud del menor empeoró: comenzó a sentir náuseas y vómitos, de forma que los agentes migratorios lo llevaron de vuelta al hospital, donde falleció.
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Este es el segundo niño que muere en el mes de diciembre bajo custodia de las autoridades estadounidenses.
El 8 de diciembre, la guatemalteca Jakelin Caal Maquín, de 7 años, perdió la vida en un hospital de El Paso (Texas) después de haber cruzado ilegalmente la frontera desde México junto a su padre.
El Gobierno de EE.UU. ha eludido toda responsabilidad por la muerte de los menores inmigrantes y responsabiliza a los traficantes, contrabandistas y a los propios padres de los niños de “poner en riesgo” sus vidas al embarcarse en el viaje hacia el norte.
En ambos casos, las autoridades guatemaltecas han pedido a EE.UU. una investigación “clara” por la muerte de los menores.
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