En su aldea lo recuerdan como un muchacho educado, respetuoso y muy amable, a quien que le gustaba bromear, jugar futbol, pero sobre todo la música.
Victoriano Cotzalo, que preside el Consejo Comunitario de Desarrollo de San José el Rodeo, explicó que Carlos tocaba el piano, teclado, bajo y la mandolina. Acudía a la iglesia donde participaba en el coro y se había ganado el respeto no solo de sus compañeros, sino también el de la comunidad.
“En la aldea estamos muy tristes, nunca había pasado eso aquí”, afirma Cotzalo, quien conocía a Carlos desde que era pequeño, puesto que vive enfrente de la vivienda en donde residía el joven migrante, una humilde carpintería que la familia logró instalar con múltiples esfuerzos.
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Aunque no vivían en pobreza extrema, Cotzalo afirma que la familia de Carlos tiene muchas necesidades, y en especial, porque tienen a un hijo con una enfermedad que no le permite desarrollarse a plenitud. Según el líder comunitario, uno de los objetivos del joven migrante precisamente era ayudar a su hermano para darle el tratamiento que necesitaba.
Cotzalo contó que Carlos hizo el viaje con una hermana de 19 años que ahora está detenida en EE. UU. La madre intentó persuadirlo de que no se fuera, pero él insistió. Aunque llegó a tercero básico prefirió marcharse porque decía que para estudiar se requería mucho dinero que su familia no tenía.
“Nos hará falta”
Jason Raymundo es un joven de 15 años, además, uno de los integrantes del grupo musical en el que tocaba Carlos. Afirma que fue su amigo de “de bromas y de chamuscas”, puesto que también le gustaba mucho el futbol.
“Él era un amigo mío desde que éramos pequeños, el hizo que yo aprendiera —a tocar— algunos instrumentos, y así empecé en el coro. Era el subdirector del grupo y aparte de manejar los instrumentos a veces cantaba”, expuso el adolescente con un tono nostálgico.
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“El enterarme de su muerte fue demasiado duro. Yo sentía un aprecio y admiración especial por él, porque era muy sencillo de corazón a pesar de que era inteligente y tenía talento”, agregó Raymundo.
Escuchar el testimonio de este adolescente es suficiente para entender por qué cada vez más jóvenes deciden migrar desde las áreas rurales de Guatemala al norte y por qué el hablar del futuro en Cubulco es sinónimo de migración.
“Cuando escuchamos que hay posibilidades de ir a Estados Unidos pasa por nuestra mente irnos, porque sabemos que allá tendremos posibilidad de ir a hacer algo, o de apoyar a la familia. Por ejemplo, Carlos pensó en eso y también en ayudar al coro con más instrumentos”, comentó Raymundo.
“Uno piensa en la familia y en el futuro de uno mismo. Aquí en Cubulco es muy difícil hacer algo y salir adelante, en realidad es muy dificultoso”, cuenta el adolescente de 15 años, quien no oculta su ilusión de contar algún día con una casa y un carro.
“Es lo que muchos jóvenes de aquí anhelamos”, dice. De hecho, es lo que quieren todos los guatemaltecos un futuro de bienestar.
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“Lo que más vamos a extrañar de Carlos es su compañía y todo lo que él hacía aquí, nos hará mucha falta, ahora que no está sentiremos un vacío. Él se fue y uno se queda aquí, si nada, sin palabras…”, concluyó Raymundo con resignación.
Los rumores
Pero, ¿por qué se van los jóvenes pese a los riesgos?
Cotzalo confirmó que en la aldea han llegado a difundir rumores de que a los menores de edad los dejarán ingresar y quedarse en Estados Unidos, así también a los adultos que lleguen con sus hijos.
No obstante, la embajada de ese país en Guatemala ha reiterado que no es cierto que a estos grupos de personas se les permita el ingreso a EE. UU. y que lo más probable es que al llegar sean deportados.
La historia de Cubulco es la misma que se repite en muchos municipios de Guatemala en donde las redes de tráfico de personas tienen dentro de sus filas a figuras especiales llamadas “reclutadores” quienes son los encargados de convencer a los jóvenes para que migren a EE. UU.
La Fiscalía contra la Trata de Personas confirmó el año pasado la existencia de esa figura delincuencial dentro de estas redes de trata que ahora funcionan transnacionalmente.
Estos reclutadores, incluso, convencen a las familias de los migrantes de que les conseguirán el préstamo para que hagan el viaje, en muchas ocasiones personas de escasos recursos ofrecen en garantía sus pocas propiedades y el dinero nunca llegan a verlo puesto que, supuestamente, se le entrega directamente al coyote.
Fallecido
Carlos falleció en un centro de detención de Weslaco, Texas. Su cuerpo fue hallado sin vida la madrugada del 20 de mayo después de una revisión que hizo el personal encargado de la prisión.
Aunque, según reportes oficiales, el día que arribó a EE. UU., el 13 de mayo, iba en buen estado de salud, el 16 dijo sentirse mal, el 19 fue diagnosticado con influenza y un día después fue encontrado sin vida.
Grupos humanitarios exigen que se esclarezca la causa de la muerte de Carlos, así como la de otros cinco menores que fallecieron en similares circunstancias y después de haber sido detenidos por la Patrulla Fronteriza.
Mientras tanto, el centro de detención de EE. UU., donde murió el joven de Cubulco, suspendió sus actividades temporalmente luego de detectar a varios casos de migrantes con fiebre alta, un día después de la muerte de Carlos.
La oficina de Aduanas y Protección Fronteriza informó que el personal médico del centro identificó a los migrantes bajo custodia con fiebres altas y con “signos de una enfermedad relacionada con la gripe” y que se les está brindando tratamiento médico.
Las autoridades migratorias no precisaron el número de migrantes afectados por la enfermedad.
Ese centro de procesamiento es una de las instalaciones más abarrotadas de indocumentados a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos. El hacinamiento puede ser un detonante para los contagios.
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