Al igual que un día antes, el clima no les favoreció de mañana. Una pertinaz llovizna mojaba a los pocos minutos de estar expuesto a ella, por lo cual los adultos trataban de cubrir con pedazos de nailon a los más pequeños, lo cuales son muchos.
Por lo menos el 20 por ciento de la caravana está conformada por menores de edad, según datos oficiales del Instituto Nacional de Migración.
Dentro del grupo que espera llegar hoy a ciudad de Guatemala está Gustavo Amador, un hombre de 55 años que participó en la primera caravana de octubre e incluso llegó a la frontera con EE. UU., pero al estar allá prefirió regresarse cuando se dio cuenta de que pasar a ese país es muy difícil.
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A la fecha más de dos mil 500 hondureños de las caravanas del año pasado se encuentran varados en Tijuana a la espera de presentar sus casos de solicitudes de asilo.
Amador vivía en Tegucigalpa, capital hondureña, dice que su anhelo, ahora, es llegar a México. “Todo lo que quiero es trabajar, de albañil, taxista, de jardinería de limpieza, de lo que sea. En Honduras no hay trabajo y si uno encuentra pagan muy poco”, afirma.
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Sosteniendo un crucifijo que compró en Esquipulas, el migrante hondureño dice que en su país por un trabajo recibía unos 200 lempiras, casi el salario mínimo en Guatemala.
“En esta caravana me vine sin dinero, pero la gente en Guatemala es muy buena”, añade Amador quien en su país dejó a sus cuatro hijos.
Quiere quedarse en Guatemala
A David Rodas recién lo deportaron de EE. UU. a Honduras, el año pasado logró llegar a EE. UU. en siete días, luego fue detenido en Tucson, Arizona, desde lo regresaron.
Rodas dice que hace un año se casó con una guatemalteca que vive en San Antonio Suchitepéquez, y ahora, recién deportado, su interés es llegar a aquel municipio sureño para reencontrarse con ella. Asegura que el pasado 6 de enero nació su primera hija a quien ahora quiere conocer, después de nuevo intentará irse a EE. UU.
David y Gustavo se conocieron en el vuelo de deportados y ahora, poco a poco se forja una nueva amistad.
Avanzan en grupo
En medio del calor de Teculután, Zacapa, un grupo de siete hondureños entre los que va un niño trata de darse ánimos.
“¿Cuánto falta para llegar a la capital de Guatemala?”, pregunta uno de ellos. Luego de escuchar de que faltan unos 125 kilómetros vuelve a preguntar “¿Será que nos dan aventón por acá?”.
Los siete salieron de San Pedro Sula el lunes en la noche y el martes temprano cruzaron la frontera con Guatemala. En el barrio donde vivían se conocían, aseguran, y ahora todos llevan el sueño de llegar a EE. UU. y encontrar trabajo.
José Carlos Suazo, el padre del niño de 9 años, dice que afortunadamente han conseguido apoyo en automovilistas que les han dado aventones y, aunque la idea es que el grupo siga junto hasta “el final” si se separan pues tendrán que seguir así.
El grupo lo complementan otros tres adultos y dos jóvenes que no pasan de los 25 años.
“Gracias a Dios hemos conseguido jalones, ojalá que consigamos hasta la capital porque ya no tenemos ropa, agua, ni comida”, dice uno de ellos
Pasos ciegos
Mientras las autoridades migratorias guatemaltecas dan cuenta de que hasta la noche del miércoles habían ingresado mil 701 hondureños por las dos fronteras, las casas del Migrante de la capital y Esquipulas estaban desbordadas.
Lo cierto es que, como lo confirmaron varios hondureños, muchos optaron por atravesarse por pasos ciegos, ya sea porque la fila para registrarse era muy extensa o porque no tenían todos los documentos que requiere el Instituto Nacional de Migración de Guatemala, que en el caso de los niños exige que porten pasaporte vigente y autorización de ambos padres.
En el momento en que barría las afueras de la Casa del Migrante en Esquipulas, Karen Portillo confiesa que tuvo que pagar para que a ella y sus dos hijas las ingresaran a Guatemala por un paso ciego porque “no me dejaban pasar por las dos niñas que traigo”.
Portillo afirmó que pagaron 900 lempiras (unos Q300) para que los cruzaran por las montañas cercanas, el servicio incluía el traslado a Esquipulas en un bus.
Sus hijas tienen 12 y 6 años, y dice que huye porque en Honduras está amenazada y al llegar a EE. UU. pedirá asilo. “Yo no me puedo quedar ni aquí ni en México, esa persona puede venir aquí y yo no tengo nadie quien me ampare porque vivo sola”, asegura Portillo.
Un hombre que se identifica solo como Javier coincide en que personas cobran cierta cantidad de lempiras para trasladar a personas por las montañas y salen a un par de kilómetros de Esquipulas.
La caravana continúa su paso por Guatemala, un grupo grande espera llegar hoy a la capital, mientras que otro avanza lentamente sobre la ruta de Esquipulas a Chiquimula.
Con menos personas que les ayudan en la ruta y que acceden a darles “jalón” la situación para los migrantes hondureños complica.
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