José es uno de las decenas de miles que cada año abordan a la carrera como polizones el llamado Tren de la muerte o la Bestia, un largo y lento carguero, de horarios inciertos, que desde Arriaga, en Chiapas (sur de México) , toma rumbo norte hacia Oaxaca y Veracruz con su carga de maíz, cemento e indocumentados.
De piel clara, ojos verde oscuro y barba rala, este hombre de 31 años recuerda con amargura cuando cayó del tren en movimiento, empujado por “aquel policía” , en las afueras de Coatzacoalcos, ya en Veracruz, cerca de concluir su viaje en la Bestia, pero todavía a un par de miles de kilómetros de la frontera gringa.
Originario de San Pedro Sula (Honduras), llegó a México en julio y mientras se alistaba para seguir hacia Estados Unidos hizo trabajos temporales como lavacarros o ayudante en pequeños comercios.
Después que le ocurrió el accidente, José pidió acogida en un refugio denominado “Jesús el buen pastor” en Tapachula (Chiapas) , donde ha permanecido los dos últimos meses junto a otros indocumentados, todos heridos y a veces mutilados en el tren.
En la odisea de 12 a 15 horas -a veces más-, los inmigrantes arriesgan la vida a cada instante, tanto por el riesgo de quedarse dormidos y caer, o cuando el tren se detiene por una redada de migraciones o por criminales que buscan capturar ilegales para pedir rescate o “venderlos” como mano de obra esclava.
El periplo en tren del salvadoreño Luis Gerardo Santos, de 28 años, fue mucho más corto y de resultado igualmente terrible: perdió su pierna cuando falló en su intento de abordar el convoy en Chiapas.
“No me agarré muy bien del vagón y me resbalé. La rueda del tren me trituró parte de la pierna“, explicó Santos, quien movido por el ansia de reencontrar a su hija en Estados Unidos quiere seguir viaje hacia el norte, aunque no sabe cuándo ni cómo.
“Tengo una hija en Estados Unidos y quiero volver con ella“, agregó Santos, que fue deportado en 2005 tras haber vivido un par de años allá.
“Perdí lo que perdí de mi cuerpo por querer ir a Estados Unidos, pero no me ahuevo (no temo), voy a volver a intentarlo“, recuerda el salvadoreño mientras sus ojos se llenan de lágrimas.
En el refugio Jesús el buen pastor, otros inmigrantes que han resultado mutilados se esconden, no quieren hablar, “se guardan el dolor para ellos solos“, afirmó Carla Caravantes, una de las encargadas del lugar que atiende actualmente a una veintena de mutilados.
No muy lejos de ese refugio para inmigrantes lisiados, en otro sector de Tapachula, está la estación de resguardo de indocumentados que manejan las autoridades migratorias mexicanas y que es conocida como Estación Siglo 21 y que casi asemeja a una cárcel por sus estrictas medidas de seguridad en su interior.
Allí son llevados mujeres y hombres de distintas nacionalidades que han sido detenidos en varios lugares de Chiapas y desde donde son deportados a diario a sus países de origen.
“Ya no quiero estar aquí, mejor que me devuelvan a mi país, pero que me saquen de aquí” , suplicaba un colombiano de piel morena, René Paramo, detenido hace una semana en Ciudad Hidalgo, frontera sur de México con Guatemala.