“Aquí, montones se han ido viera, son como unas 100 casas donde ya no hay gente”, dice René Figueroa, un agricultor de 59 años que toda su vida ha vivido en El Quebracho, y que ha sido testigo de cómo en los últimos años la tierra ya no produce como antes por la falta de lluvias.
Las inclementes canículas y la irregularidad de las lluvias desde hace seis años han ocasionado las pérdidas de los cultivos de maíz, frijol y maicillo. Lejos quedaron los años en los que en esas aldeas jutiapanecas se cultivaba no solo esos granos, sino también cebolla, arroz y yuca.
“Ahora ya no se da nada. Aquí venía gente desde El Salvador, Honduras y hasta de Nicaragua a comprar cebolla, pero ahora todo ha cambiado”, recuerda Figueroa con un dejo de nostalgia.
Añade que muchos jóvenes se fueron a EE. UU. y que la migración incluso ha afectado a la escuela primaria en el sector que ha visto una disminución de estudiantes.
La maestra Elizabeth Figuera que tiene nueve años de dar clases en la Escuela Rural de El Quebracho, expuso que antes había hasta tres secciones por grado, pero ahora hay menos. Solo este año unos 15 niños dejaron de asistir a clases, sin contar los de preprimaria y los preescolares, estos últimos lo que más se llevan los adultos a EE. UU.
El drama por la pérdida de cultivos se extiende a otras aldeas. En Estanzuela, Asunción Mita, el río El Chorro, que en algún tiempo abasteció a la comunidad y cuyas aguas se utilizaban para lavar ropa o para darse un baño se secó desde diciembre del año pasado.
Manuel Gámez, presidente del consejo comunitario de desarrollo de la aldea, refirió que las lluvias han sido “demasiado irregulares” desde hace años, en algunos de los cuales ha dejado de llover durante meses, y otros, como este 2019, llueve fuerte un día, y deja de llover 10 o 12, lo cual tampoco ayuda a las siembras.
“Aquí, si no fuera por la migración, saber qué estuviéramos haciendo porque muchos viven en el norte y mandan dinero para que las familias sobrevivan, porque antes aquí se vivía de la agricultura, pero ya no se ha producido nada”, precisó el líder comunitario, quien cuenta que antes las familias solían reunirse en el río y almorzar con lo que pescaban.
Migrar o seguir en pobreza
En la aldea La Cebollera, Asunción Mita, también ocurre lo mismo. En este lugar, quienes no tienen la “fortuna” de contar con un familiar en EE. UU. viven en pobreza y pobreza extrema, tal es el caso de Demetrio Jiménez Morán, quien refiere que este año “las milpas —igual que el año pasado— se están secando”.
Demetrio es padre de cinco niños, cuatro de los cuales están en edad escolar y el más pequeño tiene 1 año y 9 meses. Afirma que para tratar de mantener a su familia tiene que comprar un quintal de maíz al mes que se cotiza hasta en Q190. Para sobrevivir, consigue leña en las montañas cercanas y aparte, la esposa trabaja en oficios domésticos cuando hay.
El padre de familia asegura que su esposa recibió durante algún tiempo ayuda gubernamental del programa de remesas condicionadas, pero desde hace 3 años, cuando ella se acerca al banco a preguntar le dicen que su cuenta “no tiene fondos”.
Al observar los terrenos donde Demetrio sembró se puede ve que la milpa apenas mide medio metro, cuando en esta época hace años ya se cosechaban elotes.
“Yo no me he ido a EE. UU. porque no tengo quien me eche la mano”, subraya Demetrio al indicar que no tiene dinero ni quién lo reciba en el país del norte. El agricultor de 48 años muestra con desconsuelo unos depósitos vacíos donde antes almacenaba sus granos básicos, e incluso vendía el excedente de maicillo del año.
En La Cebollera se ven casas de dos niveles con diseños elegantes y sofisticados, producto de aquellas personas que tienen años de vivir en EE. UU., pero otros, como Demetrio, se tienen que conformar con una casa con el piso de tierra, paredes de madera y bajareque y caminar descalzo.
Los niños eran una visa
La migración desde estas aldeas jutiapanecas se ha acentuado a raíz de la propagación del rumor de que con niños era más fácil ingresar a EE. UU., algo que ha desmentido reiteradamente la embajada de ese país en Guatemala.
“Aquí se fueron todos, un mi hijo mandó a su hijo con otros dos niños chiquitos”, dijo Juana Francisca Morán, una anciana de La Cebollera.
Con preocupación, dice que dos de sus nietas, Sherley y Rosmery de 6 y 10 años, siguen en poder de autoridades estadounidenses. Ambas se fueron con otro de sus nietos, de 18 años, que viajaba con la novia; sin embargo, a la mujer la deportaron y al joven lo liberaron.
Decidieron llevarse a los niños por el falso rumor que se divulgó en la comunidad, la consecuencia es que ahora la familia ignora qué pasará con las niñas y no saben cuándo volverán a verlas.
Santos Cameros, líder comunitario de La Cebollera, indicó que la mayoría de las personas que se han ido a EE. UU. iba con al menos un niño. Afirma que “en otras aldeas” cuando el que quería viajar no tenía hijos simulaban matrimonios para aparentar que eran los padres de los niños con los que viajaba cuando en realidad no eran sus hijos.
Además, viajar con un menor sale mucho más barato. Líderes comunitarios coincidieron en que el viaje de una persona que va sola cuenta hasta Q85 mil, y si va con un niño, Q16 mil por cada uno. La diferencia es que, con un menor, el coyote se limita a entregar a los migrantes con la Patrulla Fronteriza, pero si se viaja solo este debe internarlo por pasos ciegos para no ser detectados.
En Estanzuela, Gámez refiere que la migración “masiva” empezó hace unos meses “cuando estuvo eso de que dejaban pasar a la gente con menores de edad”. Pero la realidad es que las leyes estadounidenses, en ese sentido, tienen años de que no han variado.
“La bulla que se escuchaba entre la gente era que estaba fácil pasar porque llevando a un niño menor de edad era como llevar una visa. La gente se alborotó y de repente empezó esto”, cuenta Gámez, quien no descarta que los coyotes se hayan aprovechado del empeoramiento de las condiciones económicas en las aldeas para engañar a su gente.
Víctor Medina, dirigente del Cocode de El Pito, Asunción Mita, cuenta que en la aldea donde vive una mujer se fue con sus nietos, pero cuando las autoridades estadounidenses detectaron que no eran sus hijos los separaron y a ella la detuvieron y posteriormente deportaron.
Narra que todo ocurrió “con ese movimiento que hubo, de esa puerta que abrieron en los EE. UU.”.
Postura
Y a pesar de que la sequía ha golpeado fuertemente a estas aldeas, en todas, sus pobladores afirman que no han recibido ayuda del gobierno. “El gobierno nos tiene abandonados, eso es lo que da tristeza y coraje porque los pobres pagamos impuestos igual que los ricos y nunca vemos nada a cambio. Acá podrían mandar maíz para repartir entre la gente, pero nada”. Afirmó.
Se consultó al Maga si las aldeas visitadas estaban incluidas en planes para contrarrestar la sequía, pero hasta el cierre de esta nota un portavoz no respondió al requerimiento de información.
La pobreza, la sequía y falta de empleo son los detonantes de la migración. A eso se suma que muchos migrantes logran pasar y establecerse en EE. UU. lo cual se comprueba con los bienes que han adquirido sus familias producto de las remesas.
Al final de cuentas, como dice Gámez, “uno pasa deseando tener una casita o un su carrito, y mira que alguien pudo hacer sus cosas, entonces se meten las ganas y los deseos de cambiar su vida”.
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