Les llamaban “las doñitas”
Recuerda que cuando por los pasillos de la Fiscalía las veían les llamaban “las doñitas”. Todos las conocían. Pero querían trascender al tiempo y a la historia. Ayudar a otras a reconstruir su proyecto de vida, como habían hecho ellas. Darles ese empujón para superarlo.
Pero no es fácil sobreponerse cuando las leyes no están de tu lado. No puede quitarse de la cabeza la resolución de la Corte de Constitucionalidad que autoriza una rebaja de las penas para los reos condenados por feminicidio: un “retroceso”. Igual que otras leyes promovidas en el Congreso.
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“Los legisladores no están legislando para las mujeres. Están legislando para los agresores. Todo ese esfuerzo de las familias y de las víctimas, de lucha porque llegue la justicia, todo se pierde. Incluso se vuelve en su contra”, advierte. Ahora no sonríe. Sigue convencida de que hay que cambiar el sistema y una sociedad “sumamente machista, patriarcal y conservadora”.
Esto, aunado a un Gobierno que “no” está interesado en luchar contra esta lacra complica aún más la situación. Y ahí es donde está esa espinita que lleva clavada desde que empezó. No haber logrado que la sociedad tomara conciencia de que tiene que rechazar la violencia contra la mujer: “No es posible seguirlo viendo como algo natural”.
Cree que Guatemala se ha quedado anclada en el pasado, “dándole vueltas al conflicto armado interno” sin retomar una agenda “nueva de cara al futuro”. Y es eso lo que mantiene los “altos niveles de discriminación y de violencia“.
Persiste el miedo y la intimidación. En todos los ámbitos. Como cuando una mujer víctima de violencia fue rechazada para una plaza de cardiología, a pesar de haber aprobado, “solo por ser mujer”. O cuando los jefes violentan a las residentes. “Les dicen que las mujeres no tienen cerebro”.
No se lo puede creer. Pero no pierde ni la fe ni la esperanza y por ello va a empezar la próxima semana a volver a salir a la calle. Con las víctimas. Con las familias. Siempre habrá alguien que empuje su silla de ruedas para que pueda seguir alzando su voz.
No cesa en su lucha a pesar de su enfermedad. Hace un par de años que le diagnosticaron una neuropatía motora mixta desmielinizante, una enfermedad progresiva que disminuye su capacidad motriz. Pero no se rinde. Va a una terapia de mantenimiento todos los días y luego regresa a su despacho en la fundación.
Está lleno de reconocimientos y de agradecimientos. Por cada esquina. Cada uno tiene su razón de ser. Como una llave de San Pedro Sacatepéquez que le entregaron por acompañar a una madre a la que le asesinaron a sus tres hijas. O uno, más “feín”, de la asociación de futbolistas. Los mira con timidez y con sorpresa años después. Le gustan. Le recuerdan porque sigue aquí.
Cuando le preguntan porque sigue trabajando a pesar de su enfermedad ella siempre responde: “No es un trabajo. Esto es parte de mi vida. Esta soy yo. Si me quitan esto, me muero”.
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