ENTREVISTA
Jayro Bustamante: “El arte está ahí como un espejo, pero si nadie llega a verse frente a él, no pasa nada”
Desde 2015, el director Jayro Bustamante ha retratado capítulos dolorosos de Guatemala con un cine social que ha logrado llamar la atención de Hollywood.
Jayro Bustamante, director de cine, guionista y productor de cine guatemalteco en las oficinas de La Casa de Producción. (Foto Prensa Libre: Érick Ávila)
El nombre de Jayro Bustamante es uno de los más reconocibles al momento de pensar la historia del cine actual en Guatemala. Desde que el estreno de su ópera prima Ixcanul trastocara al jurado del Festival Internacional de Cine de Berlín en 2015, hasta el estreno en agosto de 2024 de su cuarta película, Rita, Bustamante ha contado al mundo varias de las heridas sociales y políticas que marcan a país.
Para el cineasta, quien decidió hacer cine en el país luego de una larga estadía en Francia, Guatemala es un lugar que todavía se debate entre la necesidad de respuestas y el miedo a enfrentarlas. Su intento por evidenciar esa urgencia histórica lo ha llevado a realizar películas que oscilan entre el realismo mágico y el cine de denuncia. Con ellas, Bustamante ha invitando al público a mirarse en el cine, incluso si esto supone incomodidades.
A lo largo de cuatro películas, el director ha reforzado la voz y el protagonismo de personas marginadas o tachadas históricamente por el Estado o la misma sociedad. En filmes como Temblores y La Llorona, aborda temas de los que muchos evitan hablar: ya se la represión contra la comunidad LGBTQ+ o las secuelas del conflicto armado.
Para Bustamente, el cine es una herramienta que debe enfrentar las tragedias sociales antes de poder imaginar historias más ligeras, dejando claro que para él, la responsabilidad del arte es cuestionar la realidad y hacer visible lo invisible.
En esta entrevista, Bustamante reflexiona sobre el rol del cineasta en un país con heridas históricas, su relación con el activismo y la responsabilidad social que siente al contar las historias de Guatemala.
Antes de Ixcanul, la primera de sus películas tuvo la oportunidad de quedarse en Francia viviendo. Sin embargo, decidió regresar a Guatemala, armar una productora y hacer películas. ¿Cómo entiende este país, luego de varios años de haber decidido retratarlo?
Es difícil entendernos como guatemaltecos porque tenemos una necesidad muy grande de respuestas y de poner luz ahí donde hubo sombra, pero al mismo tiempo, tenemos miedo de que eso pase. Podemos llamarle conservadurismo, secuelas de una guerra, pero yo me iría más a las secuelas de una colonia mal trabajada. También es difícil entendernos como guatemaltecos por los roles a los que no estamos habituados, como el rol del artista.
Venimos de culturas en donde el arte ha sido muy importante, pero nos olvidamos de él. En nuestra sociedad el artista es difícil de entender y aborda temas que nos incuben a todos. De alguna manera a este artista le exigimos soluciones, cuando realmente el arte es un espejo y nuestra participación es conjunta. El arte está ahí como un espejo, pero si nadie llega a verse frente a él, no pasa nada. Lo rico sería a que no solo yo entienda Guatemala, sino que juntos nos entendamos.
¿Encuentra una “responsabilidad social” en contar este territorio desde el cine?
Creo que hay una responsabilidad cuando el arte es tan precario en un país, y esa responsabilidad para los artistas se inicia con tocar los grandes temas que nos tienen estancados. No está escrito en ningún manual del artista, ni en ninguna biblia, pero hay algo que te mueve como humano hacia tratar de sanar la separación. Creo que en el futuro vamos ya a empezar a hacer películas que cuenten historias de una Guatemala cotidiana, de una pareja, etc. Podemos ir desatando nuestras grandes tragedias en algún momento, pero hay que pasar por acá.
Sus películas hablan de personajes olvidados por el Estado y que también suelen ser desestimados por la sociedad. ¿Qué tanto se acerca su cine al activismo?
Yo respeto mucho los activistas, creo la gente visible es la gente que ha hecho cambiar las sociedades y por ellas hemos ganado los derechos que tenemos. Yo esperaría que mi trabajo en algún momento pueda contribuir hacia el activismo y contribuir con los activistas.
Sin embargo, la diferencia es que desde el cine siempre estamos tocando temas diversos, entonces nuestro activismo es temporal. Nuestra permanencia depende de los temas que estamos abordando, aunque si los metes todos en el mismo saco, son derechos humanos.
Yo fui muy activo con las comunidades LGBT durante Temblores, con los temas de nuestras guerras pasadas durante La llorona, y soy mucho más activo ahora con el tema de la niñez, por Rita. Y no es que a uno dejen de interesarse los temas que ya tocó. Lo que ocurre es que cada película vuelve a abrir otro mundo. En el activismo las personas no se irán hasta que no haya un cambio, y eso es algo que nosotros en el cine no podemos hacer porque estamos en diferentes historias.
"Creo que en el futuro vamos ya a empezar a hacer películas que cuenten historias de una Guatemala cotidiana (...) Podemos ir desatando nuestras grandes tragedias en algún momento, pero hay que pasar por acá"
Jayro Bustamante, cineasta, productor y guionista
Rita y La Llorona, sus dos últimas películas, muestran elementos de la magia y el terror. En ambos filmes, las historias coinciden con casos mediáticos de justica en Guatemala. ¿De qué manera sirve el realismo mágico para narrar temas espinosos?
En el cine se puede hablar de algo inspirándose en un hecho real. Todas mis historias fueron concebidas bajo el realismo mágico. Yo creo que nosotros en Guatemala vivimos en realismo mágico. Eso es dado al hecho que no tenemos justicia. En los países donde la justicia funciona, no necesitan quemar velas para pedir que las cosas se resuelvan, porque se resuelven.
A mí la magia me interesa muchísimo. Creo que sin ella el mundo sería muy aburrido. A partir de Asturias empecé a tratar de entender por qué se delimitaba el realismo mágico a la literatura y mi conclusión ha sido que los europeos, por ejemplo, no necesitan el realismo mágico en la vida cotidiana y por eso lo dejan puesto en la literatura. Nosotros en Guatemala sí lo necesitamos y por eso lo estamos usando creo que en algún momento mi sueño es que nuestro realismo mágico no desaparezca, sino que evolucione.
Sus historias también se encuentran en una zona donde lo “real” se mezcla con la ficción.
A mí el documental me parece hermosísimo, pero creo que su ética me limita personalmente. Sé que la voy a romper y que incluso voy a empujar hacia mi lado. Muchos documentalistas lo hacen, pero claro, después de eso, ¿Hasta dónde te lo permites? A partir de ahí me digo que es mejor hacer ficciones y asumir que en el fondo, estoy contando cuentos. A mí lo que me gusta es contar cuentos y entender una historia que se hila, que hace entender otras realidades.
Son cuentos donde triunfa la injusticia respecto a sus personajes principales. ¿Qué hacer como audiencia cuando una película nos deja impotente?
Si mis películas hubiesen pasado por la gran industria de Hollywood, esa que convierte todo en un final feliz, seguramente hubiéramos encontrado una manera de hacer finales felices para mis historias de Guatemala. En todas hubiera triunfado siempre el bien.
A mí lo que me preocupa en países como el nuestro, que no tiene cinematografía, es que, si empezamos a contar esas historias con finales felices, pasa lo que hace Hollywood: des-responsabilizar a la gente. Yo escucho “historias felices” en Guatemala todo el tiempo. Hay gente que me dice: ‘Pero al final los indígenas no están tan mal. Yo tengo tres en mi finca que están felices porque les doy trabajo’. A eso me refiero.
Este sistema desigual no funciona y no podemos seguir sobre el sistema contando cuentos de hadas y finales felices. Creo que en Guatemala y que todos los sistemas hay cabida para la esperanza y esas historias vendrán muy pronto. Veo que en las nuevas generaciones hay una gana de contar historias que reflejan menos la realidad de Guatemala. Creo que ahí hay dos factores: que no conocen la historia de Guatemala; y dos, que, en su nuevo espacio, sí ha habido evolución.
¿Cómo escapa Rita, la primera película nacional producida con Hollywood, de esa que des-responsabilización a la que somete la industria del cine a sus públicos?
Hay un Hollywood que crea productos y otro en el que existen disidentes y artistas, que trabajando logran meter otros mensajes. Cuando me hicieron la propuesta de producir con Hollywood mi primera gran reacción fue tenerle miedo a esto de lo que lo que estamos hablando.
Tenía miedo de que cayera en manos de un productor que hubiera querido limpiar toda la historia para hacerla fácil. Pero tuve la suerte de llegar con Jonathan Kier, que se ha construido una carrera en el cine, porque supo entender el nicho de las historias latinoamericanas que podían volverse relevantes. Ahí empecé a tener más confianza.
¿Cuáles efectos empiezan a verse en Guatemala gracias a la alianza con Hollywood?
Lo que ya está pasando es que en noviembre saldremos con Rita en Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Australia y los países anglosajones. Esto además deja una puerta abierta para nuevas inversiones.
Debemos entender que el cine no solo es una tarea de los cineastas, también comprende a la audiencia. Si como audiencia seguimos sin interesarnos por las producciones locales, seguiremos sin tener cine. Es muy fácil que se diga: ‘Bueno los guatemaltecos en el fondo no consumen lo suyo. Vendamos lo que ya está hecho en otro lugar’.
Si logramos cambiar eso y nos interesemos de lo que está pasando localmente, los inversores van a invertir en nosotros. El cine es un arte y se convierte en un juego de mercado, en cuanto a que los inversores ponen sus esfuerzos económicos en lugares donde van a tener respuesta.
¿Cómo ha ido variando la relación de sus cuatro películas con la audiencia?
Desde La Casa de Producción hemos hecho un esfuerzo por llevar las películas a todos lados porque como cine guatemalteco no tenemos ninguna ley que nos defienda. Nosotros en el país debemos pagar el derecho de exhibición a las salas. Ellas deciden en dónde ponerte, y de lo que la película genera, te quitan el porcentaje que es para ellos, más el porcentaje de derecho de sala.
Le pedimos a la audiencia que vaya a ver las películas al cine, pero si al final están en solo dos salas, se le complicamos aunque quiera ir. Cuando te das cuenta que en las multi-salas estás con solo un horario de las cinco de la tarde y está la película de un superhéroe con nueve salas y todos los horarios, no es tan difícil de explicar que la gente irá a ver la de superhéroes.
De existir, ¿cómo podría la Ley de cine estimular el tiempo de exhibición de las películas nacionales?
Como películas nacionales deberíamos tener una permanencia. En Guatemala, aunque haya público, te quitan de la sala por darle privilegio a las películas internacionales.
Sería genial que por lo menos a las películas guatemaltecas el porcentaje no fuera el mismo, ósea, que el cine no se quede con un porcentaje tan alto de lo que estamos generando.
Cada nuevo gobierno los cineastas vamos a hablar de esto, y el problema de nuestros dirigentes es que en el fondo son políticos y antes de pensar en el cine o en el arte, tienen que pensar en su silla, en su carrera y se les van los cuatro años y no pasa nada.