Ambos centros, administrados por la Secretaría de Bienestar Social de la Presidencia (SBS), están a cinco minutos de distancia en carro, y a otros cinco minutos está la colonia más cercana: Brisas del Valle 2.
Ahí hay calles amplias y asfaltadas, tranquilas, con uno que otro niño jugando en las banquetas, tiendas de abarrotes, varias viviendas de lámina y otras pocas con segundo piso.
Algunos vecinos que mantenían abierta su puerta accedieron a relatar lo que vieron en el pasado, el día de la fuga de 50 menores -7 de marzo- y la desgracia del incendio un día después.
Pedro Sarat es mototaxista y anduvo cerca del Hogar la tarde del 7 de marzo, cuando muchos menores escaparon, mientras otros protagonizaban una protesta contra los malos tratos y alimentación.
Dos niñas llegaron con él y le rogaron llevarlas a San José Pinula, con tal de alejarse del Hogar Seguro. “Las niñas me dijeron llorando que les hiciera favor”.
Pedro accedió y las llevó a su destino. Le pidieron Q10 prestados para continuar su camino. Esa tarde del 7 de marzo también vio cómo un grupo de menores que quiso fugarse fue capturado. No le queda duda: “Sí han sufrido allí”.
La vida continúa para Pedro. “Cuando paso por el lugar me da tristeza, recuerdo que todos los cuerpos estaban ahí”.
José Guillermo Muñoz fue testigo de cosas sospechosas en el Hogar Seguro. “Todo eso ya se sabía, se sabía lo que iba a suceder. Yo voy a la iglesia todos los días, me voy a las 7 de la noche y regreso a las 10… A veces a esa hora sacaban a las niñas”, narra.
A veces eso pasaba en autopatrullas. “¿A dónde las llevaban? saber…quizás a prostituirlas, era lo que más se oía”, dice Muñoz.
María Antonia Muñoz, otra de las vecinas Brisas del Valle 2, recuerda que a veces veía a un menor pedir dinero afuera del Hogar Seguro, y de quien, asegura, era bien portado y lo dejaban salir porque sabían que iba a ingresar. “Se mantenía sentado en una casita que está ahí y pedía dinero, se estaba sentado pero no se iba”.
Jerónimo Muñoz vive en el camino hacia el correccional Etapa 2 y cuenta que en los 16 años que tiene de vivir ahí no ha visto fuga de los menores en conflicto con la ley, pero sí de Hogar Seguro.
En una oportunidad, una menor le pidió permiso para cruzar el área y escapar más rápido del área, pero optó por no ayudarla para no verse involucrado.
Muñoz solía llegar en algunas ocasiones a cortar los árboles que estaban a punto de caerse en el Hogar Seguro y recuerda que los menores le pedían ayuda porque la comida que ahí les daban era mala.
Aún recuerda lo que le decían: “Ayúdenos, hombre, es que aquí nos dan mala comida”.
“Desgraciadamente, uno, como padre, no educa bien a sus hijos”, reflexiona.
Doña Deina Monterroso, de 88 años, tiene una forma particular de ver la situación. “El amor de madre es tan grande que yo jamás hubiera llevado a una mi hija a ese lugar”, dice, al tiempo que la indignación se apodera de ella.
“Ahí deberían de hacer un hospicio. Si las mamás no pueden criar a sus hijos, entonces ¿por qué aceptan a un hombre? A las madres de esos hijos hay que castigarlas”, razona doña Reina pues cree que hay quienes fuerzan las situaciones para que sus hijas sean llevadas a hogares estatales para no hacerse cargo de ellas.
Ante la tragedia ocurrida la mañana del 8 de marzo último, en algo coinciden los vecinos entrevistados: el área en la que los vecinos viven es tranquila, pero en los ambos centros estatales nadie sabe con certeza lo que ocurre en su interior.