La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) define la resiliencia como “la capacidad de prevenir desastres y crisis, así como de preverlos, amortiguarlos, tenerlos en cuenta o recuperarse de ellos a tiempo y de forma eficiente y sostenible”.
El concepto incluye “la protección, el restablecimiento y la mejora de los sistemas de vida frente a las amenazas que afectan a la agricultura, la nutrición, la seguridad alimentaria y la inocuidad de los alimentos”.
El Corredor Seco abarca gran parte de la región central pre-montaña de El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Guanacaste en Costa Rica y el Arco Seco de Panamá, de acuerdo con los datos de FAO.
Se trata de una de las áreas más afectadas del mundo por eventos extremos, en particular geoclimáticos, indica el organismo de la ONU, y precisa que “el término Corredor Seco, aunque apunte a un fenómeno climático, tiene una base ecológica y define a un grupo de ecosistemas que se combinan en la ecorregión del bosque tropical seco de Centroamérica en la vertiente pacífica”.
Beasly dijo que el Programa provee “asesoramiento técnico” a los gobiernos “y adicionalmente alimentos para cierta población, en especial niños”.
El PMA aporta a los países del Corredor Seco “su experiencia para enfrentar los problemas” que presenta la zona, como son períodos recurrentes de sequía juntos con excesos de lluvias e inundaciones severas que afectan a la producción agrícola, con mayor intensidad en las áreas degradadas.
Según datos del Centro de Coordinación para la Prevención de los Desastres Naturales en América Central (Cepredenac), en el Corredor Seco habitan cerca de 3,5 millones de personas, la gran mayoría dependiente de la agricultura de subsistencia, cuya productividad y diversidad está sometida a los vaivenes del clima.
Un informe de la FAO reportó en el 2015 que a causa de una prolongada sequía asociada al fenómeno de El Niño la producción de cereales se vio reducida severamente aquel año, por segundo consecutivo, llegando a ser del 60 por ciento en el caso del maíz y del 80 por ciento en el caso de los frijoles, los alimentos básicos de la dieta centroamericana.
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