Hay una pequeña ladera entre esa calle limítrofe y las casas ahora destruidas. En toda el área hay viviendas. Desde la ventana de una de las habitaciones de la casa de doña Blanca se observa el panorama. Es de total desolación. Aún con los fragmentos de la pared que cedió, de entre los restos de las residencias ahora parcialmente soterradas, se ve el inicio de una fila de voluntarios municipales que limpia el sector 23, la que acaba en la calle asfaltada del sector 21, donde hojalata, madera, tubos de pvc, trozos de muebles e inclusos juguetes enlodados son trasportados en camiones que, aproximadamente, cada 40 minutos renuevan su carga.
Ciento setenta y cinco personas, distribuidas en diferentes cuadrillas, explica el encargado Lusvin Jerez, se turnan para limpiar el lugar. Esa logística tiene lugar justo enfrente de la casa de Blanca, ella es una de las personas que dejó su residencia recientemente, temiendo lo peor. “Conseguimos un cuarto no muy lejos. Ahí vamos a comenzar a alquilar. Salir de nuestra casa fue una decisión muy dura, llevo acá 16 años, pero lo hago por mis hijos. No quiero que ninguno muera”, indica.
Ella no es la única, uno de sus vecinos inmediatos ya se fue asustado, cuenta, porque parte del terreno donde construyó ya cedió. El peso de la tierra dañó las láminas perimetrales de su casa, empujándolas hacia el interior. “Imagine que se derrumbe esa casa, se lleva de paso la mía”, dice aterrorizada Blanca. Uno de sus cuñados, agrega, también dejó el sector ubicado enfrente de la tragedia.
Si lo peor pasara
El caso de las señoras Rosa y Maribel es distinto. “Nosotras no tenemos a dónde ir”, señalan. Sus residencias, aunque comienzan en el nivel de la calle, concluyen en el borde de esa pendiente oculta por láminas. “Tengo miedo, no he podido dormir las últimas noches”, dice Maribel. Ambas llegaron a Santa Isabel 2 hace 18 años.
Pedro y Cornelio, sus cónyuges, tratan de remozar el borde de sus terrenos, incluso talan las ramas de un árbol, en caso este ceda y caiga sobre los vecinos debajo de sus casas. “Los esfuerzos de las autoridades se han focalizado en el sector 23, pero en el 21 también hay peligro. Necesitamos atención y alternativas antes de que ocurra otra tragedia”, expresan.
En igual situación de impotencia vive doña Lily. “Somos 12 personas, incluyendo a una anciana que no puede valerse por sí misma. En qué momento salimos todos a tiempo si lo peor pasara”, dice.
En el albergue
En la Escuela Niño Victorioso, sí, la misma a la que asistía Yimmi Vega, la última de las vidas que cobró el derrumbe, funciona el albergue habilitado para atender esta emergencia.
María Agustín es una de las más de cien personas que han sido atendidas desde la noche en que ocurrió el siniestro. A su cargo está atender las necesidades alimentarias de los niños. “Les doy sus juguitos o agua pura cuando tienen sed, repartiendo las donaciones que la población nos ha dado”, indica. También colabora en la repartición de alimento y abrigo a los otros adultos que, como ella, quedaron desamparados.
Agustín vivía junto a su esposo y dos hijos en una de las casas colindante al muro que cedió. “Mi hijo grande estaba en la casa cuando la pared se cayó. Dios es grande y él sobrevivió. Mi esposo, mi otro hijo, el más pequeño, y yo, estábamos en la iglesia cuando todo sucedió. Esa noche lo perdimos todo, quedamos en la calle, empapados, hasta que pudimos llegar al albergue”, recuerda con la voz entrecortada.
En algún momento
De acuerdo con la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) hay aún 93 personas atendidas en el albergue. “El compromiso de la Municipalidad de Villa Nueva es dar acompañamiento a las familias que están 100% damnificadas”, dice Karen Morales, Directora de la Secretaría de Obras de la Esposa del Alcalde de dicho municipio.
Agrega que se evalúa si hay más viviendas en riesgo y que el apoyo seguirá hasta que se arme una mesa técnica con Conred y la municipalidad, “para poder reinstalarlos en algún momento”.
Morales indica que inicialmente se atendió a 107 personas y que cuatro familias han dejado ya el refugio. “Lo han hecho de forma voluntaria, firmando un acta”, explica.