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Las huellas de Eta e Iota acechan a la comunidad de Campur
Los pobladores de Campur, en San Pedro Carchá, Alta Verapaz, tienen temor de que con las lluvias que se pronostican para este 2024 la aldea se vuelva a inundar.
Esta es la aldea Campur, en San Pedro Carchá, Alta Verapaz, que en 2020 se inundó con el paso de las tormentas Eta e Iota. Los pobladores esperan que la tragedia no vuelva a ocurrir, pues se espera una temporada intensa de lluvias. (Foto Prensa Libre: Erick Avila)
“Tengo miedo de que nos inundemos otra vez”. Sentada en una silla plástica sobre un piso de tierra y rodeada de paredes de madera, Dominga Cuc, de 75 años, es una de las personas que vio como su casa y sus pertenencias quedaron bajo la laguna que se formó en el centro de Campur, en San Pedro Carchá, Alta Verapaz, durante las tormentas Eta e Iota, en noviembre del 2020.
Han pasado cuatro años, pero con cada lluvia revive en su mente aquel día en que tuvo que dejarlo todo para huir a las partes altas porque el nivel del agua subía sin control. Comenzó a llover el 4 de noviembre y 72 horas bastaron para que la aldea se inundara.
La casa de doña Dominga quedó más de 25 metros abajo, como otras 600 viviendas de la localidad. Pasaron cerca de tres meses para que el agua descendiera por completo y comenzara el retorno de las familias a sus viviendas, o lo que quedaba de estas.
No hay certeza de que la tragedia no vuelva a ocurrir. El Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología e Hidrología (Insivumeh) pronostica que la temporada de lluvia este año será “histórica” y la cantidad de agua que caerá excederá a lo registrado en años anteriores.
Al momento, la región del sur ha sido la más afectada, pero las fuertes precipitaciones eventualmente alcanzarán a Alta Verapaz, en donde se asienta Campur.
Por otro lado, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, en inglés) de Estados Unidos, pronosticó para el 2024 una temporada activa de huracanes y por encima de la media en el Atlántico; se prevén entre 17 y 25 tormentas con nombre y de 8 a 13 huracanes, la mitad amenaza con ser de categoría mayor.
“No tengo esperanzas de refugiarme en un lugar seguro”, menciona doña Dominga en q’eqchí’, el idioma materno de la localidad, pues los estragos que la lluvia ha ocasionado en las últimas semanas en distintos lugares de Guatemala son señal de “que también nos pasará a nosotros”, agrega.
Como al resto de vecinos, lo que le queda a la anciana es orar, “pedirle a Dios de que aún podamos estar en nuestra casa”, dice, sin ocultar la angustia en su rostro maduro.
El temor de que Campur quede de nuevo bajo el agua es real, como las rocas y los daños que se observan en las calles a cada paso por el lugar y recuerdan aquellos tres días de intensa lluvia.
Pese a que en 2021 el Consejo Científico de la Junta y Secretaría Ejecutiva de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) acordó “no declarar zona de alto riesgo” la aldea, y a que dictaminó “muy baja la probabilidad de ocurrencia de eventos hidrometeorológicos extremos”, como la inundación que provocó las tormentas Eta e Iota, en el 2022 la tormenta Julia anegó parte de la comunidad y se escucharon retumbos en la tierra.
A la mano de Dios
Daniel Jeremías es presidente del Consejo Comunitario de Desarrollo (Cocode) y alcalde Auxiliar de Campur. Menciona que con el paso del huracán Mitch, en 1998, se inundó solo una parte de la aldea y afectó una calle, pero lo que vivieron en 2020 con el paso de Eta e Iota fue extremo.
Fueron tres días de lluvia sin parar y el agua comenzó a subir. A cada hora, Jeremías y un grupo de pobladores medían el nivel desde el lugar más bajo de la aldea. Al cuarto día se derrumbó la primera casa y la voz de alarma corrió por el lugar, había que evacuar; sin embargo, perder el patrimonio de años de trabajo contuvo a varias familias.
El quinto día fue inevitable, había que huir a las partes altas. Campur estaba bajo el agua.
Cuatro años después de la tragedia los pobladores no saben qué ocurrió, porque no toda el agua que cubrió la aldea provino de la lluvia, del suelo también brotó una gran cantidad, salió de los siguanes –el respirador de la Tierra como lo describen los lugareños–, desagües naturales que rodean Campur.
Jeremías se encontró el pasado 24 de junio con el equipo de Prensa Libre en el centro de Campur, en el punto donde solo se veía emerger del agua la cúpula de la Iglesia Católica, cuando la aldea se inundó en 2020. El templo fue demolido para reconstruirlo.
Una palma de corozo que está en la parte alta de una montaña es la señal de que hasta allí llegó el agua, son 75 metros de profundidad, señala el presidente del Cocode, por eso era necesario usar lanchas para movilizarse de un extremo al otro.
La aldea estuvo más de dos meses bajo el agua, y en cuanto comenzó a bajar el nivel, las familias se apoyaron unas a otras para sacar el lodo de las casas.
Siguen sin saber qué paso
“Vinieron delegados del Gobierno central, recorrieron la comunidad, hicieron ofrecimientos que no cumplieron. Solo vinieron a sacarse la selfie –autoretrato–”, reprocha Jeremías, que junto a otros vecinos viajaron en varias ocasiones a la capital para reunirse con representantes de distintos ministerios del gobierno. Iban en busca de respuestas, pero hasta hoy no tienen certeza de qué sucedió en Campur.
“Estuvimos pidiendo un estudio minucioso y científico, solo dijeron que la aldea era inhabitable, que de las colinas cayeron grandes cantidades de agua, de unos sumideros que son piedras kársticas, pero eso no es suficiente. No pueden hacerlo inhabitable sin antes explicarnos qué fue lo que pasó. Queremos vivir en este lugar, aquí tenemos todo, y peleamos por una resolución inmediata”, agrega.
Dicha resolución dice que el área no es de alto riesgo, pero Erwin Alfonso Catún, alcalde de San Pedro Carchá, opina lo contrario: de intensificarse la lluvia no descarta que el área se inunde de nuevo.
El jefe edil agrega que la población está consciente del peligro de vivir en Campur, pero no tienen otro lugar en dónde vivir.
Por parte de la Municipalidad se hizo la limpieza de los siguanes, y que, según Catún, habían sido sellados por los vecinos y eso contribuyó a que se inundara la comunidad con las tormentas Eta e Iota.
“Hay tres aparatos ubicados sobre la cuenca del río Cahabón para medir los niveles del agua, al llegar a la altura de riesgo inmediatamente comenzaremos a evacuar a los vecinos en Campur”, agrega. Según el alcalde, ya sostuvieron reuniones con la gobernación departamental y están en coordinación con la organización Swisscontact, que trazó una ruta para atender cualquier emergencia.
Otra de las acciones es la capacitación a la Coordinadora Local para la Reducción de Desastres (Colred), además de la identificación de áreas donde pueden habilitarse albergues en caso de una inundación. También se han hecho alianzas con personas y empresas particulares que tienen lanchas y camiones para apoyar en la evacuación del área, de ser necesario.
“Estuvimos pidiendo un estudio minucioso y científico, solo dijeron que la aldea era inhabitable, que de las colinas cayeron grandes cantidades de agua, de unos sumideros que son piedras kársticas, pero eso no es suficiente. No pueden hacerlo inhabitable sin antes explicarnos qué fue lo que pasó. Queremos vivir en este lugar, aquí tenemos todo, y peleamos por una resolución inmediata”, agrega.
Daniel Jeremías, presidente del Consejo Comunitario de Desarrollo (Cocode) en Campur
¡Se viene la lluvia!
Como en el resto del país, la lluvia se atrasó en Alta Verapaz. En Campur las primeras precipitaciones cayeron hace unos días, nada de que alarmarse.
Pero, “el temor existe, uno tiene que hacerse el valiente, porque no hay a donde ir”, dice Jeremías, y que entre los vecinos hay familias que entran en pánico cuando llueve. Una mujer de la tercera edad, por ejemplo, desató los costales donde guardaba su ropa un año después de la inundación, por miedo a que con cualquier aguacero tuviera que salir de su casa.
Lesvia Esmeralda Ax pertenece a la Colred, organización que poco a poco se ha desintegrado porque varios de sus miembros migraron a Estados Unidos luego de Eta e Iota. Los que quedan en Campur se reúnen para coordinar cómo reaccionar ante cualquier emergencia que la lluvia provoque.
Recuerda que en noviembre de 2020, cuando el nivel del agua comenzó a subir, solo tuvo tiempo para agarrar una mudada de ropa y un par de zapatos, al igual que sus dos hijos. “Salimos corriendo sin saber a dónde ir”, la misma reacción que el resto de los vecinos.
De su mente no borra la imagen del agua entrando a su casa. Fue hasta el 13 de febrero del 2021 que pudo regresar.
“Tenemos miedo al escuchar que se vienen otras tormentas, pero si vuelve a llover igual, debemos tener un plan B”, esa es la mentalidad de los habitantes de Campur, pues están conscientes de que la ayuda no vendrá de las autoridades de Gobierno.
Como dice el Cocode: “Tenemos el espíritu de levantarnos, y debemos hacerlo, porque nadie lo hará por nosotros”.
Lo que piden los pobladores de Campur a las autoridades es que prioricen las comunidades más vulnerables. “No esperen a que la población tenga que pagar pasaje para ir a pedírselo a la capital. Que no solo vean a través de la tele en el sofá, sino que cuando escuchen de tormentas y que los porrazos de agua están fuertes piensen en nosotros. No hay que esperar, debe haber un plan que se active antes de cualquier desastre”, refiere Jeremías.
Sin agua no hay cosecha
Pero la falta de lluvia también ha resultado perjudicial para los habitantes de Campur. El abastecimiento de agua disminuyó en la comunidad durante la reciente sequía, mientras que los árboles de mandarina que sobrevivieron a la inundación no soportaron las altas temperaturas, lo mismo sucedió con las plantas de pimienta y de cardamomo.
“Fue como que les echaran una olla de agua hirviendo”, dice el presidente del Cocode.
La pérdida de su hogar y de sus medios de vida ha empujado la migración de los más jóvenes hacia Estados Unidos. Jeremías calcula que cada familia tiene como mínimo uno de sus miembros en el país del norte.
“Había deudas por pagar y el banco no perdona. Muchas familias tuvieron que enviar a sus hijos después de las tormentas, y con la cosecha que va a estar por los suelos, se irán más. No hay otra opción”, sentencia, y es que la aldea resultó fuertemente golpeada por la inundación, el centro de salud fue remozado, pero no hay personal que lo atienda, la infraestructura de la escuela no está en buenas condiciones, y en el camino principal para llegar a Campur los baches son incontables.