La Administración Nacional Océanica y Atmosférica de Estados Unidos calificó de “extremadamente activa” la temporada de ciclones en el Atlántico. Se contabilizaron 30 eventos meteorológicos, de los cuales 13 se convirtieron en huracanes, incluidos seis de categoría mayor con vientos de 111 a 178 km/h. Dos de ellos, Eta e Iota, causaron cuantiosos daños Nicaragua, Honduras, Guatemala y el archipiélago colombiano de San Andrés.
De alguna manera esto ya había sido previsto en octubre por el Equipo de Investigación sobre el Clima Tropical de la Universidad de Colorado, el cual advirtió de que las temperaturas promediadas de la superficie del mar en el Atlántico caribeño eran mucho más cálidas de lo normal.
“Estas condiciones, combinadas con -el fenómeno de- La Niña, ayudaron a hacer posible esta temporada de huracanes extremadamente activa y sin precedentes”, señaló NOAA, que antes de junio alertaba de una sucesión de eventos climáticos excesivos.
“La Niña tiene típicamente un efecto de enfriamiento de las temperaturas globales, pero este fenómeno queda más que compensado por el calor atrapado en nuestra atmósfera por los gases de efecto invernadero”. Petteri Taalas, director de la Organización Meteorológica Mundial.
Alto riesgo
El huracán Arthur, que apareció el 14 de mayo, y luego la fugaz Bertha, formada el 27 de ese mismo mes, dieron pistas del año que se venía. Para el 18 de septiembre se habían agotado los 21 nombres programados, nueve solo entre mayo y julio, y por segunda vez en su historia, la NOAA debió apelar al alfabeto griego hasta llegar a las que denominaría Eta e Iota.
Laura, Teddy, Delta, Epsilon, Eta e Iota, los seis huracanes mayores de esta temporada, representan la segunda mayor cifra formados en un año, que en el caso del 2020 ha marcado la tendencia de los últimos cinco, de cerrar con al menos un huracán de categoría 5, la máxima en la escala Saffir-Simpson.
El protagonista de esta temporada fue Iota, el poderoso huracán que alcanzó vientos de 258 km/h y que después de Eta fue el segundo mayor surgido en noviembre, cuando usualmente disminuye la actividad.
Niños difíciles
El Niño y La Niña son los nombres de dos fenómenos océanicos opuestos que en realidad forman parte de la Oscilación del Sur.
El término El Niño surgió por primera vez en el siglo XIX, y con el cual los pescadores de Perú y Ecuador denominaron el fenómeno de aguas más cálidas que lo normal, cuyo efecto era una reducción de sus capturas. Al observar que ocurría antes de la Navidad, lo asociaron con el Niño Jesús.
Los episodios de El Niño suelen dar inicio a mediados de año con un calentamiento a gran escala de las aguas de superficie en la parte central y oriental del Pacífico ecuatorial y cambios de la circulación atmosférica tropical -viento, presión y precipitaciones-.
El Niño alcanza su intensidad máxima de noviembre a enero y luego decae a lo largo de la primera mitad del año siguiente. Ocurre cada dos o siete años y puede perdurar hasta 18 meses. Los episodios intensos y moderados de El Niño producen un calentamiento de las temperaturas medias globales en superficie.
Sus efectos más evidentes son la ausencia de lluvias, de impacto directo.
El fenómeno opuesto se conoce como La Niña, y se trata del enfriamiento a gran escala de las temperaturas de la superficie del océano en la misma región del Pacífico ecuatorial, sumado a un efecto invertido de las condiciones de la atmósfera suprayacente.
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) constató la instalación de un episodio del fenómeno La Niña que se espera que dure hasta el próximo año, una situación que, según se prevé, afectará las temperaturas y los patrones de lluvias y tormentas en muchas regiones del planeta.
La declaración mundial sobre el desarrollo del fenómeno atmosférico debía servir como punto de partida para que los gobiernos organicen su planificación en sectores sensibles al clima, como la agricultura, la salud, los recursos hídricos y la gestión de desastres.
La OMM intensificó sus tareas de apoyo y asesoramiento a los organismos humanitarios internacionales para intentar reducir los efectos del fenómeno entre los más vulnerables.
De acuerdo con las previsiones del organismo, se pronostica que el actual episodio de La Niña sería de “moderado a intenso”. El último con estas características se registró en 2010 y 2011 y le siguió uno moderado el año siguiente.
El más reciente boletín sobre El Niño/La Niña de la OMM destaca la “alta probabilidad” (90 por ciento) de que la temperatura de la superficie del océano Pacífico tropical se mantenga en los niveles propios de La Niña hasta el primer trimestre de 2021 (55 por ciento).
El secretario general de la OMM, el profesor Petteri Taalas, explicó que “la Niña tiene típicamente un efecto de enfriamiento de las temperaturas globales, pero este fenómeno queda más que compensado por el calor atrapado en nuestra atmósfera por los gases de efecto invernadero. Por lo tanto, el 2020 sigue en camino de ser uno de los años más cálidos de los que se tiene registro y se prevé que el período 2016-2020 sea el quinquenio más cálido desde que se iniciaron los registros”.
La OMM hizo ver la importancia de considerar que El Niño y La Niña no son los únicos factores “que condicionan las características climáticas a escala mundial y regional, y que no hay dos episodios de La Niña o de El Niño que sean iguales. Sus efectos en los climas regionales pueden variar en función de la época del año, entre otros aspectos”.
Previsiones por región
En América del Norte, La Niña suele provocar lluvias superiores a la media en la franja norte del continente, junto con otras inferiores a la media en el sur. Los resultados de los modelos de pronósticos más recientes concuerdan con este análisis histórico del impacto de La Niña.
En el Caribe, los episodios de La Niña pueden contribuir a aumentar la intensidad de la temporada de huracanes. El 2020 es una dura prueba de ello.
En América del Sur, La Niña puede traer también lluvias por encima de lo normal en vastas regiones del norte del continente, mientras que más al sur pueden producirse lluvias por debajo de lo normal.
Insivumeh
Monitoreo exige más tecnificación
La adquisición de equipo para mejorar las mediciones hidrológicas y el monitoreo climático es una de las mayores necesidades del Instituto de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología, destaca el director Yeison Samayoa.
“Solo hay entre un 40% y 50% de cobertura, por eso los pronósticos no siempre son exactos. Hacen falta más equipos de medición de ríos para prevenir efectos como las inundaciones”, expone.
Reconoce que este año fue complicado en el campo meteorológico. “Es ahí donde se descubren situaciones y se ven oportunidades para mejorar la institución. Nos hemos dado cuenta de que es preciso contar con mayor tecnificación, uno de nuestros principales objetivos. La información que generamos es relevante y necesitamos de instrumentos para elaborar los pronósticos, con equipos que permitan generar información de primera mano en tiempo real y emitir boletines para que la población pueda estar atenta”, apunta.
El proyecto inicial era disponer de equipo meteorológico en los 340 municipios del país. Sin embargo, también hay desafíos relacionados con la actividad volcánica, sísmica y el monitoreo de ríos.
“Las personas se preguntan a veces ‘¿por qué dijeron que iba a llover y no llovió?´ Y eso sucede porque el pronóstico se hizo basado en la información de la estación más cercana. Pero en un departamento con 17 municipios que solo tienen dos estaciones instaladas, el pronóstico será muy general. Con más equipo podemos tener pronósticos más acertados por municipio y región, de lo cual hasta ahora no disponemos”, enfatiza Samayoa.
Sobre las emergencias climáticas de noviembre acota: “Los equipos no van a evitar que los ríos se desborden, pero nos ayudan a medir para saber en qué momento están creciendo y, con ese dato, alertar a las comunidades para que puedan evacuar. Por ejemplo, ocurrió estos días con uno de los ríos, el Cahabón. Por no tener una estación cercana al pueblo no se pudo observar el incremento en su caudal, lo que sí fue posible establecer río abajo. Estamos tratando de ubicar esos lugares para tener estaciones de alerta”, precisó.
Finalmente, destaca el valor del personal de la entidad: “Es lo más valioso de la institución, ha recibido capacitaciones en el extranjero, pero cuando regresan al país no tienen las herramientas para realizar su labor de mejor manera”.