Este es el caso de Tito, como lo conocían sus amigos, era un muchacho con problemas de alcohol que vivía en un barrio popular de la ciudad de Guatemala.
Todo el mundo lo recuerda por su tradicional frase “una choca vos” que repetía un centenar de veces al día. Pero también lo recordaban por la extraña experiencia que varios vecinos de aquel barrio tuvieron con él.
Todo comenzó un domingo por la noche. Tito había tomado, cómo era ya costumbre el fin de semana. Era normal verlo ebrio siempre.
No había día que no lo vieran con una lata de cerveza en la mano y otra en la bolsa trasera del pantalón. Tito era flaco, era flaquísimo y de aspecto enfermizo, pero bastante amable y servicial, sobre todo si su ayuda se la pagaban con licor o dinero.
Dinero que usaba para adquirir licor. Vivía en la casa que su madre le dejó, el inmueble no tenía luz ni agua entubada, pero allí vivía y mientras el sol la iluminaba de día y las velas de noche, en aquel lugar era bienvenido quien quisiera pasar la noche.
Incluso algunos perros callejeros sabían que podían ir a dormir en casa de Tito. Aquel domingo cuando las anchas calles de aquel barrio popular ya se habían rendido al inevitable silencio de la noche que precede al lunes, el inconfundible sonido de la puerta de la casa de Tito se escuchó.
Los vecinos tenían aquel sonido ya grabado en la mente y no les pareció para nada raro. Incluso algunos ni siquiera recordaban haberlo escuchado hasta que hablaron con la Policía los días siguientes.
Y luego de aquel sonido del arrastre de la puerta metálica de la casa de Tito, comenzó lo que varios vecinos relatan una y otra vez llenos de asombro e incredulidad.
Unos cuantos minutos después de aquel sonido las puertas de las casas de varios vecinos fueron golpeadas, todas tenían timbre, pero en ninguna de estas sonó, en todas golpearon la puerta.
Los vecinos llenos de asombro cuentan que Tito llegó hasta su casa, les habló por su nombre y con educación, como él acostumbraba, les pidió un poco de agua. En su casa no había servicio de agua y eran los vecinos quienes le proporcionaban el líquido vital.
Lo extraño del asunto es que les pedía agua para beber y el propio Tito llevaba un cántaro de barro bastante grande y profundo.
Al escuchar que pedía un poco de agua para beber se imaginaron que quería un vaso o un pachón, pero Tito llevaba aquel cántaro enorme en el que quería que le pusieran agua para beber.
Algunos vecinos vaciaron varios litros del líquido en aquel cántaro que parecía no llenarse. Incluso, un vecino le regaló un garrafón de agua purificada y le ofreció llevársela a su casa.
Pero Tito le suplicó que se la regalara dentro de aquel enorme jarro que se tragaba el agua como si fuera él el que muriera de sed.
Con agilidad pocas veces vista en Tito, ponía el cántaro sobre su espalda, daba las gracias, las buenas noches y se iba. Nada fuera de lo común, ninguno de los vecinos se vio entre sí al regalarle el agua a aquel hombre, pero todos coincidieron en la hora.
Estaba sin vida
A las 21 horas los vecinos se fueron a dormir y la noche trajo consigo al lunes y las noticias que sobresaltaron a los habitantes de aquel barrio. Tito había sido encontrado muerto dentro de su casa.
Si, en aquella casa con las ventanas rotas, sin lámina sobre algunos cuartos y sin servicios básicos, había sido encontrado el cuerpo de Tito en avanzado estado de descomposición.
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Tendría al menos una semana muerto, pero como el hombre vivía borracho y muchas veces nadie lo miraba salir de la casa hasta que se le acaba el licor, pocos notaron su ausencia
No se sabía con exactitud cuando había fallecido. Pero sí se sabía que una noche antes, cuando varios vecinos decían haberlo visto, no estaba vivo. Era imposible, estaba su cuerpo ya bastante descompuesto y los vecinos seguramente estarían confundidos.
Eso fue lo que la Policía dijo, no era posible. Lamentablemente Tito tenía ya varios días de fallecido. A pesar del asombro y la duda generalizada entre los vecinos, el cuerpo fue retirado, su casa sellada y cada uno volvió a su hogar.
De nuevo el sonido de la puerta
Nadie sabía si Tito tenía más familia y algunos incluso pensaban en hacer entre todos un funeral. Impactados por lo sucedido estaban, cada quien en su casa descansando para el día siguiente, cuando el sonido de aquella puerta se volvió a escuchar.
Ahora sí, todos lo notaron y discretamente se asomaron a la ventana desde dónde buscaban observar la vieja casa abandonada y acordonada con cinta amarilla por la Policía.
Entre las tinieblas propias de la noche y la que los enormes árboles sembrados en aquel lugar sumaban, se vio caminar con dificultad a un hombre flaco, demasiado flaco que arrastraba un enorme cántaro de barro que parecía que se rompería en cualquier momento debido al choque con las piedras del pavimento.
Aquella figura se acercó una a una a las puertas de sus antiguos vecinos y las golpeó tan quedito que era casi imposible percibirlo.
“Agua, agua, aaaguaaaaa”, repetía varias veces aquella figura frente a la puerta, y luego seguía su camino hasta la siguiente casa y así en toda la cuadra. Los vecinos estaban aterrorizados y obviamente nadie abrió.
Fue la última vez que lo vieron. Algunos se fueron de allí tiempo después.
Los que llegaron no creían la historia y pensaban que era una leyenda del lugar, pero aquella casa quedó deshabilitada para siempre, y se dice que en vísperas del aniversario de su muerte, la flaca figura de Tito se ve saliendo de la que fuera su casa en vida.
Siempre arrastra un enorme cántaro de barro pidiendo agua en cada una de las casas de aquel barrio, para después perderse en la oscuridad de la noche. Fin.
Autor del relato, Jorge García