La venta de sorbetes, a su edad, podría ser la única forma de ganarse la vida para los 17 abuelitos. La mayoría de estos heladeros migró a la capital cuando eran pequeños, con sus familias. desde Chimaltenango, Quetzaltenango y Escuintla.
De entre 50 y 83 años, muchos padecen sordera y enfermedades crónicas que se trataron con medicamentos a lo largo de su vida. Algunos no saben leer ni escribir. La mayoría ha trabajado desde muy joven en el negocio de los helados, con el que aprendieron a leer, escribir y a emplear operaciones básicas de matemáticas.
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Hace más de un año que no se escucha por las calles la acostumbrada campanilla que anuncia el paso de los carritos de helados. Durante los cierres parciales de la economía informal y conforme se incrementó el número de contagios del covid, para los heladeros fue un reto recorrer más de 10 kilómetros para vender dos o cinco paletas. La época seca es en la que más venden, pero el año pasado fue la peor de toda su vida de comerciantes.
Debido al toque de queda y las restricciones de movilidad se les complicaba regresar a sus viviendas, después de su larga jornada de más de ocho horas de trabajo, por lo que se quedaban a dormir en cartones, colchones improvisados con tablas o en el suelo, en la casa que le alquilan a la empresa para la cual distribuyen helados. Así se ahorraban el dinero de los pasajes pues pagan
Cambios de vida
María Isabel Grajeda es administradora de empresas y tiene 27 años. Fundó la iniciativa de los Abuelitos Heladeros. Su visión de quererlos ayudar la impulsó a crear una venta en línea con el fin de generar para ellos ingresos económicos y no exponerlos a contagios del covid-19.
El proyecto inició el 5 de abril de 2020. Ese día, María Isabel estaba en la puerta de su casa y vio pasar a don Julio, uno de los heladeros mayores, quien caminaba lento mientras empujada su carrito. Luego de unos días fue a visitarlos. Las condiciones en las que vivían, en una casa de más de 100 años, la impactaron. Al menos cuatro de ellos se quedaban a dormir en ese lugar, cercano al Cerrito del Carmen, donde el techo y el cuarto frío necesitaban remodelaciones.
“Me impulsó la necesidad de estas personas que estaban afectadas por la baja de las ventas y las restricciones durante la pandemia. Pasaban penas como quedarse a dormir en el depósito en el cual trabajan”, dijo.
María Isabel supo que la ayuda debía ser integral. En sus redes sociales publicó que necesitaban ayuda para los abuelitos y el apoyo comenzó a llegar. Les donaron catres, víveres, camas y ecofiltros. Los heladeros no salen a trabajar desde el 6 de junio pasado. Además, reciben insumos de la canasta básica, apoyo económico, atención y tratamientos médicos.
“Con las donaciones que las personas de forma recurrente nos envían podemos seguir adelante. Llevan ya casi un año en casa -lo mismo que el proyecto-. Con estos fondos que se recaudaron al inicio se hizo una remodelación del 40 por ciento de la casa. Se cambió el sistema eléctrico, se hizo limpieza profesional, control de plagas y se habilitaron dormitorios, un comedor, un huerto y áreas cómodas para ellos”, explicó María Isabel.
El mayor ingreso en ventas para los heladeros son colegios, escuelas e instituciones educativas, y los eventos multitudinarios de Semana Santa, pero fueron suspendidos para limitar la propagación del covid-19.
Desde julio pasado, los Abuelitos Heladeros ofrecen sus helados en línea a través de las redes sociales del proyecto. Sin embargo, a partir de noviembre las ventas bajaron y a la fecha no se han recuperado.
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La venta a domicilio es efectuada por medio de paquetes o helados individuales y tres motoristas se encargan de la distribución en el mismo día del pedido, si es posible, o al siguiente.
En todo este tiempo, el grupo de ancianos no ha recibido ayuda del gobierno ni de ninguna institución u organización. Solo han recibido donaciones de vecinos y personas que conocen su historia.
Agradecimiento
Julio Yol Chiquitó tiene 81 años y nació en Sumpango, Sacatepéquez. Sus padres eran muy pobres, por lo que trabajó desde muy pequeño en fincas para ayudarlos económicamente.
Comentó que migró a la capital cuando tenía 12 años, ganaba Q1 por sus labores como albañil. Por recomendación de un amigo se integró a la distribución de helados. Desde hace más de 50 años está en el negocio. Padece de sordera y otras enfermedades. Está muy agradecido con María Isabel por el apoyo y ayuda que le han brindado.
“Gracias a ellos hemos descansado. Hoy me puedo quedar en casa gracias a la ayuda recibida. Nosotros no podemos pagar nada, pero hay un Dios que todo lo mira”, expresó.
Los niños, sus mayores clientes
Olga Estrada Menéndez tiene 50 años y nació en Zacapa. Desde hace 15 años vende helados y forma parte del grupo de los Abuelitos Heladeros. Recordó que los niños son sus mayores clientes, porque insisten a sus papás en que les compren paletas de limón y fresa. Además, dijo que se siente orgullosa de haberse dedicado a este negocio, porque durante este tiempo vendió en parques como San Sebastián, Morazán, en la avenida Elena, entre otros.
Comparó las ventas que hizo hace más de una década y reflexiona que antes del covid-19 estaban muy bajas. “He sacado adelante a mis hijos por medio de las ventas, incluido la de helados”, afirmó.
Con esperanza de volver
Dionisio Aguilar Valdez, de 64 años, es originario de Jalapa. Ahora vive en la zona 18 capitalina. Desde hace 35 años vende helados. Contó que, por no cursar muchos grados escolares, las personas lo han discriminado. Antes de la pandemia, su clientela estaba en la zona 2, de forma especial en el Hipódromo del Norte y el Mapa en Relieve.
“De ahí –las venta de helados—saqué adelante a mis hijos. Cuando me estaba yendo rebien, porque tenía mi clientela, apareció la pandemia. Gracias a Dios y a María Isabel Grajeda que nos ha ayudado con víveres y dinero, hemos sobrevivido”, manifestó.
Extraña salir a vender helados, pero tiene claro que los lugares que frecuentaba para distribuirlos están cerrados. Recuerda que las refrescantes golosinas qué más vendía eran de chocolate, los cremosos con sabores como naranja, y los sanguches.
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“He sentido mucho esta enfermedad, pero tenemos la esperanza de volver a salir a las calles. Los muchachitos se nos subían a la llanta –del carrito-. El niño se va a los más grande y los padres conforme a sus recursos compran el más caro o barato. No nos afectó solo a nosotros, afectó todos los negocios”, expuso.
Don Dioniso narró que por una parte se siente triste, porque ya casi llevan un año de estar encerrado. Por otro lado, se siente alegre porque no han dejado de comer, pagar facturas y convivir más tiempo con sus familias.