En teoría, Guatemala tiene suficiente agua, comparada con El Salvador —4,000 metros cúbicos (m3) per cápita al año—, Alemania —3,000 m3— o Israel —apenas 90 m3—, según estadísticas de la FAO del 2014.
En el caso de Guatemala, la Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia (Segeplán) documentó disponibilidad total de 97 mil 120 millones de m3 al año, que aplicada a la población actual arroja un aproximado de seis mil 875 m3 por persona al año, muy por encima de lo que se considera un riesgo hídrico.
“España tiene menos —agua en proporción— que Guatemala y Alemania, que es una potencia económica, menos todavía. El caso extremo es Israel, donde se han hecho maravillas; usan hasta la última gota muy bien, a pesar de que la agricultura es el usuario más demandante. En Guatemala, el agua no debería de ser un problema”, asegura Álex Guerra, director general del ICC.
Según la Asociación Mundial del Agua GWP, con datos del 2011, se utilizan 9,596 millones de m3 al año, equivalente al 10 por ciento del agua disponible. De ese porcentaje, el 77 por ciento es para consumo agropecuario, el 16 por ciento de uso doméstico y el 7 por ciento lo utiliza la industria. “Con esas condiciones, si manejamos apropiadamente el agua. deberían cubrirse todas las necesidades”, puntualiza Guerra.
Entonces, ¿por qué el agua escasea en Guatemala?
Gestión local y conflictos asociados
El primer problema es que la división administrativa del Estado no está necesariamente asociada a la división geográfica del recurso hídrico en el país. “Esto implica que la gestión de recursos a nivel de cuencas hidrográficas entre en conflicto con varias gestiones locales y centrales a la vez. Esto da como resultado que haya conflictos de interés debido a que no está claramente definida la propiedad, la responsabilidad y los derechos asociados”, subraya Jorge Benavides, investigador asociado de la Fundación para el Desarrollo (Fundesa).
Pero ese es apenas el inicio. Para Héctor Tuy, investigador asociado de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales (Asíes), esa gestión inadecuada del agua está afectando la calidad del recurso, causando graves problemas de salud pública, y provocando un número creciente de conflictos socioambientales. “La persistencia de esos problemas de gobernanza, no permiten coordinar las políticas sectoriales, desarrollar mecanismos de financiación, plantear alternativas entre los usuarios del agua, revisar los enfoques de las políticas relacionadas con la eficiencia del uso, diversificar las fuentes de suministro, desarrollar capacidades y mejorar la gestión del conocimiento”, indica.
Añade el investigador que los bajos niveles de cobertura y saneamiento, principalmente en el área rural, se suman los problemas de calidad y sostenibilidad de los servicios. El agua que es distribuida en estas zonas no es segura en su mayoría, dado que la desinfección no se aplica de forma permanente o, se realiza de manera equivocada.
Este contexto arroja que una de las falencias es institucional. “El primer problema con la gestión del agua está relacionado con la falta de la institucionalidad a cargo de regular, administrar y sancionar a los productores, intermediarios y usuarios del bien público. El segundo, — apunta— a una mala administración del recurso, lo cual implica garantizar su sostenibilidad debido a que se conoce la relación entre la producción de agua en las cuencas y el volumen de consumo según los distintos usos, a lo cual debiera asociarse un balance financiero que permita realizar las inversiones necesarias en el tiempo”, expone Benavides.
De momento, dice, las posibles soluciones al tema —del servicio, el suministro y el manejo de desechos sólidos— pueden ir de la mano con la administración municipal, siendo los ámbitos mucho más cercanos a la población.
Desafío colateral
Debido a que no existe un tratamiento completo del recurso a lo largo del ciclo natural del agua, hay un exceso de contaminación superficial, por lo que se ha caído en una sobreexplotación del afluente subterráneo.
“A esto debe sumarse la falta de planificación urbana, que impide brindar el servicio de forma constante y de calidad a los usuarios, quienes recurren a tomar medidas alternas y costosas para abastecerse. muchas veces obviando el costo que implica mantener la suficiencia de agua en el tiempo”, observa el investigador de Fundesa.
No obstante, la demanda va en aumento por el crecimiento demográfico y las actividades económicas que utilizan el agua. Esto, pese a que el volumen del caudal que se produce en cada una de las 38 cuencas es suficiente para que haya un consumo sostenible.
Asignaturas pendientes
Una gestión sin balance del agua y saneamiento se ha traducido en conflictos socioambientales que han comprometido, incluso, la salud pública.
A esto se une la falta de una política pública local y/o central que proponga cómo garantizar la sostenibilidad del recurso y contrarrestar la contaminación de los acuíferos. Esto debe contemplar el manejo que se hace de los desechos sólidos desde los municipios, según las fuentes consultadas.
Finalmente, la falta de información de acceso público sobre los recursos de aguas subterráneas es uno de los mayores desafíos para resolver los problemas de las aguas subterráneas.
Nota del editor: La serie especial “Una nueva historia para el agua” cuenta con el apoyo de la Asociación de Azucareros de Guatemala —Asazgua—, como parte de una alianza estratégica que respalda el trabajo periodístico.