Siendo niña destrozaba sus zapatos porque quería pararse de puntas. Tenía seis años cuando su familia emigró a causa del conflicto armado, en 1983. Tres años después ingresó a la Escuela de Danza de la ciudad de México en donde la familia se refugió.
Fue tanta su insistencia en convertirse en una bailarina que su madre la llevó a la prueba a la que asistieron 500 aspirantes. Durante nueve años cursó 45 materias relacionadas con el ballet, además de las clases regulares. “Estudiaba de las siete de la mañana a las siete de la noche”, recuerda. Se graduó en 1995 como ejecutante profesional de danza clásica.
En el país de las maravillas
Es la mañana del ensayo general de la nueva temporada infantil del Ballet Guatemala y la compañía está a dos días de estrenar Alicia en el país de las maravillas. “¡Puntas!, ¡puntas!” , indica desde el graderío del Teatro de Cámara , mientras con suavidad levanta ambos talones al mismo tiempo como si ensayara un relevé –posición de ballet que consiste en pararse sobre los dedos de los pies-.
“¡Luz!” , reclama en tanto media docena de flores corren al escenario . Sus brazos se sitúan simétricos, separados hacia los costados y formando una línea. “¡Quién le dijo al hongo que entrara!”, exclama molesta. La música cesa y el aturdido bailarín regresa tras bambalinas. Su hija de seis años está atenta al llamado para interpretar su primer papel como puercoespín.
“Regresamos poco antes de la firma del Acuerdo de Paz, en agosto de 1995”, comenta durante un descanso. Su madre la presentó a los profesores del Ballet Guatemala y obtuvo un contrato. Bailó tanto que años después los médicos le diagnosticaron artrosis, por el desgaste del cartílago articular, que es producido por un esfuerzo excesivo o hecho de forma inadecuada.
La artrosis con frecuencia afecta la cadera o la rodilla. Pensó en retirarse pero no lo hizo. Cuando el traumatólogo le dijo que era riesgoso operar la rodilla le increpó: “¿Por qué no se corta la mano antes de decirme que ya no podré bailar? ¡Veríamos si podría operar sin una mano!”. Su rostro cambia de expresión como si tuviera frente así al médico. Ella no habla; interpreta cada frase. “¡Después de la cirugía bailé cuánto quise! El ballet es mi vida y la bailarina es Andrea Álvarez”, retoma con tono suave.
Interpretó muchas veces a Carmen, la gitana que se enamora de su carcelero, quien la mata al darse cuenta de que ella lo ha traicionado con un torero.
Carmen es la mujer apasionada que encuentra en la sociedad que la rodea un marco estrecho lleno de prejuicios. “Se parece mucho a mí, no temo a la vida, ni a la muerte, no hay imposibles para mí”, afirma convencida.