Comunitario

Indumentaria maya se adapta a los cambios

Indumentaria maya que se viste con orgullo en las comunidades responde a factores de deseos y necesidades de los usuarios, para fortalecer su uso.

El fortalecimiento de la indumentaria maya se ha logrado gracias a las abuelas y abuelos ajkem que han guardado el conocimiento y  lo heredan a hijos y nietos. (Foto Hemeroteca PL)

El fortalecimiento de la indumentaria maya se ha logrado gracias a las abuelas y abuelos ajkem que han guardado el conocimiento y lo heredan a hijos y nietos. (Foto Hemeroteca PL)

Parte de la identidad de las comunidades se refleja en la belleza y significado de su indumentaria, cuyo uso debe fortalecerse en las nuevas generaciones, al adaptarse a cambios de la moda e innovación actual, pese a factores que podrían conducir a su desuso.

Cada prenda o tejido de las distintas comunidades tiene su relevancia, puesto que resguardan valiosa información de sus portadores y su entorno. Asimismo, los tejidos son un signo de la identidad y cosmovisión de los pueblos y etnias, expone Violeta Gutiérrez, directora técnica y curadora del Museo Ixchel del Traje Indígena.

Hombres y mujeres mayas visten diferentes indumentarias para uso diario, de fiesta y ceremonial, indica la antropóloga Lina Barrios, investigadora del Instituto de Estudios Interétnicos y de los Pueblos.

Se podría decir que los trajes ceremoniales son los de mayor influencia en la historia textil guatemalteca, al ser elaborados con materiales de alta calidad y diseños más complejos. Sin embargo, no se puede dejar de lado la innovación de los trajes de uso diario, que mejor se adaptan a los cambios de materiales y gustos personales, dice Gutiérrez.

¿Han desaparecido?

“La indumentaria de las mujeres no ha desaparecido, sino se ha modernizado, en su mayoría, y más con las nuevas generaciones. Nuestras abuelas tratan la manera de conservarlo, lo cual se convierte en referencia para la inspiración de las tejedoras. He visto cómo se recuperan muchos, para darle un aire de fuerza al contenido histórico visual del pueblo al que se pertenecen”, expresa Alicia Sen Sipac, originaria de Tecpán, Chimaltenango, y representante del colectivo artístico Mujeres Mayas Ajchowen.

“La migración, problemas económicos y falta de interés de las nuevas generaciones en dar continuidad a los procesos de tejeduría pueden ser algunas razones que han llevado al desuso de trajes mayas en algunas comunidades. No se tiene un estudio concreto para afirmar que los trajes estén desapareciendo, mucho menos especificar alguno”, añade Gutiérrez.

Aunque por ahora no hay un estudio al respecto, la curadora pone un ejemplo. En el 2008 se buscó, en San Antonio Sacatepéquez, San Marcos, el traje de la comunidad para documentarlo, pero no se obtuvo mayor información. Solo una persona recordó que su abuela usaba un huipil similar al de la colección del Museo Ixchel.

Huipil ceremonial de San Antonio Sacatepéquez, San Marcos, del cual no se ha hallado evidencia de uso actual. (Foto Prensa Libre, Archivo Fotográfico Museo Ixchel, Anne Girard De Marroquín)

Muchas veces, y por diferentes motivos, los trajes pueden experimentar cambios en la gama de colores, diseños y tamaños, lo cual puede ser interpretado por personas ajenas a las comunidades que no es la misma prenda tradicional, pero para los tejedores y habitantes del lugar se trataría de una adaptación de conocimientos con el mismo significado, agrega.

En Santo Domingo Xenacoj, Sacatepéquez; San Juan Sacatepéquez, Guatemala; Sololá y comunidades de Huehuetenango la tradición textil se ha mantenido y revitalizado.

Para el antropólogo Deyvid Molina, investigador de indumentaria maya del Centro de Estudios de las Culturas de Guatemala, hay trajes de uso diario que han desaparecido, pero se conservan en espacios ceremoniales. Un caso, refiere, es el de San Miguel Dueñas, Sacatepéquez, donde en la actualidad se puede considerar que el traje maya local está extinto, así como el de Santa Lucía Milpas Altas, del mismo departamento.

También se puede considerar extinta la indumentaria maya que se utilizó en comunidades de habla xinka, como Chiquimulilla y Guazacapán, Santa Rosa, afirma Molina.

En San Luis Jilotepeque y San Pedro Pinula, Jalapa —de habla poqomam—, pocas mujeres, la mayoría de la tercera edad, visten indumentaria maya, y lo mismo ocurre en la cabecera de Mixco, Guatemala, pero se conserva de mejor manera en Sacoj Grande.

Destacan los centros ancestrales de tejeduría que surten a la población local y comunidades vecinas como Santo Domingo Xenacoj, Sacatepéquez; San Juan y San Pedro Sacatepéquez, Guatemala, la cabecera de Sololá y Palín, Escuintla, detalla Molina.

En San Luis Jilotepeque, Jalapa, pocas mujeres, la mayoría de la tercera edad, visten indumentaria de su comunidad.  (Foto Prensa Libre, cortesía de Deyvid Molina)

Indumentaria de hombres

La mayoría de hombres ha dejado de usar la vestimenta tradicional maya debido a diversas dinámicas socioculturales, explica Gutiérrez. Son muy pocos los sitios donde los hombres visten prendas originarias que identifican a la comunidad. Entre estos, Todos Santos Cuchumatán y San Juan Atitán, Huehuetenango, donde se observa a niños con su indumentaria maya, y Santiago Atitlán, San Pedro La Laguna, Nahualá y la cabecera, Sololá. También en San Martín Sacatepéquez, Quetzaltenango.

La indumentaria masculina se ha mantenido parcialmente, refiere Barrios, pues en la mayoría de municipios la que más se conserva es la ceremonial, no así la de diario y de fiesta.

En el libro Rostros de la Guatemala indígena, de Anne Girard de Marroquín (2012), se detalla que en Tecpán, Patzún y Comalapa, Chimaltenango, hay cofrades que aún portan la vestimenta tradicional que identifica su alto rango.

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“En Sololá, donde vivo, solo la conservan los abuelos y los líderes. Podría decirse que el uso de indumentaria maya de hombre se ha perdido en un 95 por ciento”, manifiesta Sen.

Adaptación

Al ser la tradición textil maya un fenómeno vivo, esta debe responder a diversos factores, preferencias, deseos y necesidades de los usuarios, como cambios de colores y materiales que no afectan la confección de las prendas. La moda permite la innovación y el desarrollo cultural, y la creatividad de los artesanos despierta y se adapta a tecnologías novedosas, subraya Gutiérrez.

En la actualidad, en muchas comunidades están trabajando y usando materiales brillantes como hilos metálicos o bricho, y aplicaciones de pedrería o tornasoles para decorar los tejidos. Al igual que hace casi cien años, el rayón y el algodón mercerizado —tratado para que sea más brillante— eran los más populares entre los usuarios. En las últimas décadas también cobraron auge las tecnologías industrializadas computarizadas como el sublimado —reproducción impresa de los diseños tradicionales—.

Estas últimas surgieron en detrimento de las artesanas del tejido maya o ajkem. Por tal razón, el Movimiento Nacional de Tejedoras Mayas está elaborando un proyecto de ley para proteger el arte textil maya, dice Barrios.

También rige la transculturización, ya se que se elaboran combinaciones de distintas comunidades, con lo cual generan nuevos trajes y en la mayoría de ellas se utilizan dos, el ceremonial y el de diario, hace ver Gutiérrez.

Molina cita dos ejemplos. Uno es Parramos, Chimaltenango, donde la indumentaria distintiva de la comunidad se sustituyó por la de San Antonio Aguas Calientes, Sacatepéquez. El otro es Santa Catarina Barahona, donde el antiguo huipil elaborado en algodón café se reemplazó por el de Aguas Calientes.

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Su’t de San Antonio Aguas Calientes, Sacatepéquez. En Parramos, Chimaltenango, se sustituyó la indumentaria distintiva de la comunidad por la del municipio mencionado.  (Foto: Hemeroteca PL)

En Aguacatán, Huehuetenango, las mujeres se sienten a gusto con su vestimenta característica, pero han transformado su colorido y materiales de confección.

Como todo producto de la actividad humana, la indumentaria no ha estado exenta de la influencia de la moda. En varias comunidades se adaptaron al traje maya suéteres, bolsas y zapatos, los cuales deben combinar con el color del corte, huipil y faja. También es cada vez más común el uso de maquillaje y llevar el cabello corto o teñido, puntualiza Molina.

Según Sen, hay nuevas propuestas de recuperación de materiales hechos con tintes naturales. Algunas organizaciones de tejedoras lo promueven desde sus localidades.

Abandonan costumbre

En muchas ocasiones, expresa Gutiérrez, desde muy jóvenes las niñas dejan de utilizar el traje por la situación económica, la marginación o la discriminación. Son señaladas por sus comunidades, pero hay que recordar que cada quien tiene el derecho de vestir como guste, afirma.

Fue determinante, también, la imposición de uniformes estilo occidental en los establecimientos educativos desde mediados del siglo XX. En 1972, el Ministerio de Educación permitió oficialmente el uso de indumentaria maya en los establecimientos educativos, pero su aplicación fue prolongada, dice Barrios.

El aspecto económico es un factor importante, indica Molina, pues la indumentaria tiene alto valor por el proceso que requiere su elaboración. Los precios de huipiles oscilan entre Q300 y Q2 mil. En San Pedro Sacatepéquez los huipiles elaborados en lustrina pueden llegar a costar hasta Q10 mil. Un corte de jaspe en Salcajá, Quetzaltenango, de ocho varas, oscila entre Q300 u Q1 mil 500.

Hay que considerar la influencia de patrones culturales ajenos a los pueblos mayas, como las ventas de ropa usada, agrega Molina.

“Como mujer kaqchikel me he dado cuenta que nuestra indumentaria ha persistido de generación en generación. En las comunidades las personas saben tejer, incluida un número significativo y activo de hombres, aunque tengan otras ocupaciones”, asevera Sen.

“No obstante, la modernidad, la fiebre del consumismo, la globalización, la discriminación, la migración a ciudades, el alto costo de la vida y no tener clara y fortalecida la identidad son factores que influyen en la pérdida del uso de la indumentaria de mujer, como ha ocurrido con la del hombre”, enfatiza Sen.

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“El fortalecimiento de la indumentaria maya se ha logrado gracias a las abuelas y abuelos ajkem que han guardado el conocimiento, la filosofía y las técnicas y las han compartido a nuestros padres y a nosotras, sus hijas e hijos. Lo portamos como parte de nuestra identidad y diario vivir, lo cual ha logrado mantenerla”, concluye Sen.

Evidencia de arte textil milenario

Dintel del Templo 23 en Yaxchilán, donde puede observarse a la mujer hincada vistiendo huipil grande o nim po’t. (Foto Prensa Libre, cortesía de Lina Barrios)
  • Los primeros indicios arqueológicos de producción textil en el área mesoamericana se remontan de 5 mil a 2 mil 500 años antes de Cristo en Puebla y Tamaulipas, México, donde se elaboraban cordeles, redes, cestas y petates, dice Violeta Gutiérrez.
  • El instrumento clave para la confección de la indumentaria es el telar de cintura, cuya evidencia de su uso son los fragmentos encontrados en Río Azul, que datan del Clásico Temprano (250-550) y en Chichén Itzá, México, y del Posclásico Tardío (1250-1550).
  • Según el libro Indumentaria maya milenaria, de Lina Barrios, Miriam Nimatuj, Raquel García y Yamanik Pablo, Museo Ixkik’ del Traje Maya (2014), la indumentaria maya es milenaria y original, según se halló en pinturas de vasijas, platos, murales y códices mayas; esculturas de dinteles, estelas y figurillas.
  • Un ejemplo es el dintel del Templo 23 en Yaxchilán, esculpido hace 1 mil 300 años, donde se observa a una mujer hincada vistiendo huipil grande o nim po’t.
  • Los mayas crearon, además, artefactos e instrumentos para usarlos en el proceso de elaboración de prendas textiles.
  • El Códice de Dresde brinda importante aporte a las evidencias del bordado desde la época maya antigua, realizado por hombres y mujeres. Además, en este documento aparecen 20 elementos de indumentaria de mujer; 11 de ellos son textiles, nueve de los cuales los usan mujeres mayas en la actualidad en todo el país, y solo dos entraron en desuso.
  • 636 es la cifra de indumentarias mayas diferentes que se visten en el país, 477 de mujeres (159 municipios), en versiones de diario, fiesta y ceremonial.

ESCRITO POR:

Brenda Martínez

Periodista de Prensa Libre especializada en historia y antropología con 16 años de experiencia. Reconocida con el premio a Mejor Reportaje del Año de Prensa Libre en tres ocasiones.