De California a las calles del país
Víctor Antonio García González fue deportado desde California hace varios años.
Desde entonces vive en las calles de los alrededores del Hospital General San Juan de Dios. “Ya llevo cinco años de vivir en las banquetas que me sirven de colchón; en Guatemala no tengo ningún familiar y cuando me regresaron no tenía a dónde ir. Ya nadie estaba aquí”, dijo.
Cuando vivió en Estados Unidos laboró en construcción en varios estados. California, Idaho y Oregón fueron buenos lugares para vivir y hacerlo dignamente, según recordó.
“Al regresar empecé a buscar trabajo, pero como tengo manchados mis antecedentes nadie quiere emplearme; cuando busco lo primero que me piden son varios documentos, pero imagínese a mí no me alcanza ni para comer, mucho menos para gastar en sacar mis papeles”, lamentó, mientras llamó “desquiciados” a quienes han atacado a los indigentes.
Un hogar entre drogas y limosnas
Marvin Álvarez salió de su casa en San José Pinula debido a su adicción. Aunque solo cuidaba carros en un supermercado y lustraba zapatos, para él “todo iba bien”, hasta que sus padres murieron y él comenzó a consumir drogas.
“Ahora vivo junto a María Herminia. Ella es mi pareja y esperamos un bebé. Estoy muy feliz porque ella vive aquí en la calle conmigo y cuando tengamos a nuestro hijo comenzaré una nueva vida”, afirmó con alguna emoción.
Aseguró que él cuida mucho de su pareja para que nadie le haga daño. “Ella no consume drogas y me hace compañía para poder buscar comida y luego criar a nuestro hijo”, subrayó.
Comentó que lo han querido matar en varias ocasiones porque lo acusan de ladrón, aunque él solo pide comida y dinero, con lo cual algunas veces cenan pan con huevo, los cuales cocinan en la calle “donde nos protegemos y cuidamos para que no nos dañen”.
Marlon espera que solo sea “mala racha”
Marlon Rosales Granados, de 50 años, vive junto a su hermano mayor, Mynor, 60, desde hace varios meses en la calle.
“Cuando mi hermano se quedó desempleado por una enfermedad, tuvimos que desalojar el cuarto que alquilábamos en la zona 2. Hemos buscado trabajo, pero por la edad nadie nos da nada formal. Yo limpio las gradas de un edificio, y me dan Q20”, revela.
Asegura que el dinero que le pagan y lo que recaudan por los pequeños trabajos que hace su hermano, les sirve para comer y comprar artículos básicos de aseo personal.
“Lo primero que hago cuando despierto es guardar mis cosas: un par de tenis, cinco camisas, igual número de pantalones, tres pares de calcetines, dos bóxer, cuatro playeras, dos chumpas y dos pares de zapatos, que por cierto cuido mucho porque son muy importantes para caminar por las calles del Centro Histórico y buscar las latas que recolecto para vender”, reveló.
Marlon cree que la “mala racha” que afrontan pasará, porque Dios no los olvida y le permitirá encontrar un empleo para vivir bajo un techo.
“Desde que me gradué de perito en Comunicación en los años ochenta siempre he trabajado en diversos quehaceres… El vivir en la calle es realmente duro, y muchas veces despierto por las noches para asegurarme de que nadie esté acechando para hacernos daño”, puntualizó.