Sin embargo, incluso con todos estos problemas, un país sobresale como la única nación próspera que ha sufrido un brote grave y sostenido durante más de cuatro meses: Estados Unidos.
En lo que respecta al virus, Estados Unidos no se asemeja a los países ricos y poderosos con los que se le suele comparar, sino a países mucho más pobres o a los que tienen grandes poblaciones de migrantes.
¿Cómo pasó esto? The New York Times se propuso reconstruir el singular fracaso de Estados Unidos a través de numerosas entrevistas con científicos y expertos en salud pública de todo el mundo. El reportaje señala dos temas centrales.
En primer lugar, Estados Unidos enfrentó desafíos antiguos en el combate de una pandemia importante. Es un país grande en el centro de la economía mundial, con una tradición de poner el individualismo por encima de las restricciones gubernamentales.
“Como estadounidense, creo que hay muchas cosas favorables que decir sobre nuestra tradición libertaria”, afirmó Jared Baeten, epidemiólogo y vicedecano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Washington. “Pero esta es la consecuencia: no tenemos tanto éxito como colectividad”.
El segundo tema importante es uno que suele ser incómodo de hablar para los expertos en salud pública porque muchos tratan de mantenerse alejados de la política partidista. No obstante, muchos están de acuerdo en que los malos resultados de Estados Unidos se deben principalmente al desempeño del gobierno del presidente Donald Trump.
En ningún otro país de altos ingresos (y solo en unos cuantos países en general), los líderes políticos han ignorado la asesoría de los expertos con tanta frecuencia y de forma tan significativa como el gobierno de Trump. El mandatario estadounidense dijo que el virus no era grave; predijo que desaparecería; pasó semanas cuestionando la necesidad de usar mascarillas; animó a los estados a reabrir incluso con un número de casos cada vez mayor y promovió la desinformación médica.
“En muchos de los países que han tenido mucho éxito, hubo una dirección estratégica mucho más nítida y realmente tuvieron una visión”, comentó Caitlin Rivers, epidemióloga del Centro para la Seguridad Sanitaria de la Universidad Johns Hopkins. “No estoy segura de que alguna vez realmente hayamos tenido un plan o una estrategia, o al menos no se hizo público”, agregó.
En conjunto, el escepticismo nacional hacia la acción colectiva y la respuesta dispersa del gobierno de Trump al virus han contribuido a varios fracasos específicos y oportunidades perdidas, según muestra el informe del Times:
— una falta de restricciones efectivas de viaje,
— repetidas fallas en las pruebas,
— recomendaciones confusas sobre el uso de mascarillas,
— malentendidos sobre la relación entre el virus y la economía,
— y mensajes incongruentes de los servidores públicos.
El número de muertes en Estados Unidos ya es de un orden de magnitud diferente al de la mayoría de los demás países. Con solo un cuatro por ciento de la población mundial, Estados Unidos representa el 22 por ciento de las muertes por coronavirus.
Una política de viajes que se quedó corta
En retrospectiva, una de las primeras respuestas políticas de Trump al virus parece haber sido una de las más prometedoras.
El 31 de enero, su gobierno anunció que iba a restringir la entrada a Estados Unidos desde China. A muchos extranjeros, ya fueran ciudadanos de China o de otros países, no se les permitiría la entrada a Estados Unidos si habían estado en China en las dos semanas anteriores.
Pero pronto se hizo evidente que la política estadounidense estaba llena de salvedades. No aplicaba a los familiares inmediatos de ciudadanos estadounidenses ni a los residentes permanentes que regresaban de China, por ejemplo. En los dos meses posteriores a la implementación de la política, casi 40 mil personas llegaron a Estados Unidos en vuelos directos desde China.
Lo que es más importante, la política no tuvo en cuenta que el virus se había propagado mucho más allá de China a principios de febrero. Los datos posteriores mostrarían que muchas personas infectadas que llegaron a Estados Unidos provenían de Europa (el gobierno de Trump no restringió los viajes desde Europa hasta marzo y eximió al Reino Unido de esa prohibición a pesar de la alta tasa de contagio existente en ese país).
La política gubernamental tampoco hizo mucho para poner en cuarentena a las personas que ingresaron a Estados Unidos y podrían haber tenido el virus.
Las autoridades de algunos otros lugares adoptaron un enfoque mucho más riguroso en cuanto a las restricciones de viaje.
Corea del Sur, Hong Kong y Taiwán restringieron el ingreso de manera importante a los residentes que volvían a casa. Esos residentes tenían que estar en cuarentena durante dos semanas tras su llegada y el gobierno los vigilaba de cerca para cerciorarse de que no salieran de su casa u hotel. Corea del Sur y Hong Kong también hicieron pruebas del virus en el aeropuerto y transfirieron a todos los que dieron positivo a una instalación del gobierno.
Estados Unidos impuso pocas restricciones de viaje, ya sea a extranjeros o a ciudadanos estadounidenses. Los estados por su cuenta hicieron poco para hacer cumplir las reglas que sí impusieron.
Muchos epidemiólogos creen que las restricciones de viaje y las cuarentenas fueron fundamentales para el éxito en el control del virus en Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán y Australia, así como en Nueva Zelanda. En Australia, la cantidad de nuevos casos por día se redujo más del 90 por ciento en abril. Se mantuvo cercana a cero hasta mayo y principios de junio, incluso cuando el virus se disparó en gran parte de Estados Unidos.
La falla doble con las pruebas
El 16 de enero, casi una semana antes de que se anunciara el primer caso de coronavirus en Estados Unidos, un hospital alemán, Charite, en Berlín, hizo un anuncio. Sus investigadores habían desarrollado una prueba para el virus, que describieron como la primera del mundo. Los investigadores publicaron la fórmula de la prueba en línea y dijeron que esperaban que los países con sistemas de salud pública sólidos pronto pudieran producir sus propias pruebas.
En Estados Unidos, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) desarrollaron su propia prueba cuatro días después de que lo hiciera el laboratorio alemán. Los funcionarios de los CDC afirmaron que la prueba estadounidense sería más precisa que la alemana, ya que utilizaba tres secuencias genéticas para detectar el virus en lugar de dos. De inmediato, el gobierno federal comenzó a distribuir la prueba estadounidense entre los funcionarios estatales.
No obstante, la prueba tenía un defecto. La tercera secuencia genética producía resultados no concluyentes, por lo que los CDC les ordenaron a los laboratorios estatales que pararan su trabajo.
La falla tardó semanas en repararse. Durante ese tiempo, Estados Unidos tuvo que restringir las pruebas para las personas que tenían buenos motivos para pensar que habían contraído el virus. Mientras tanto, el virus se propagaba silenciosamente.
A principios de marzo, con los retrasos en las pruebas aún sin resolver, la región de Nueva York se convirtió en un epicentro mundial del virus, sin que los ciudadanos se dieran cuenta sino hasta semanas después. Los expertos creen que la aplicación más generalizada de pruebas podría haber marcado una gran diferencia, ya que habría ocasionado que el confinamiento se impusiera desde antes, al igual que el distanciamiento social y, en última instancia, habría derivado en menos enfermedad y muerte.
Estados Unidos acabó por recuperar terreno en las pruebas. En las últimas semanas, ha realizado más pruebas per cápita que ningún otro país, según los investigadores de Johns Hopkins.
Sin embargo, tenemos un nuevo problema: el virus ha crecido aún más rápido que la capacidad de realizar pruebas. En las últimas semanas, los estadounidenses han tenido que esperar en largas filas, a veces bajo un calor abrasador, para que se les realice una prueba.
La enorme demanda de pruebas saturó los laboratorios médicos, y muchos tardan días (o hasta dos semanas) en obtener resultados. Mientras las personas esperan los resultados, muchas propagan el virus.
La falla doble con las mascarillas
Durante los primeros meses de la pandemia, los expertos en salud pública no podían ponerse de acuerdo en un mensaje coherente sobre las mascarillas. Algunos dijeron que las masacarillas reducían la propagación del virus. No obstante, muchos expertos desalentaron su uso, diciendo (de manera algo contradictoria) que tenían pocos beneficios y que debían reservarse para los trabajadores médicos.
Los consejos contradictorios, de los que hicieron eco los CDC y otras instituciones, ocasionaron que en muchos países el uso de mascarillas fuera relativamente bajo durante las primeras etapas de la pandemia. No obstante, varios países asiáticos fueron la excepción, en parte porque tenían una tradición de uso de esos accesorios para evitar enfermarse o minimizar los efectos de la contaminación.
En los meses siguientes, los científicos de todo el mundo comenzaron a informar sobre dos vertientes de pruebas que apuntaban a la importancia de las mascarillas: las investigaciones demostraron que el virus podía transmitirse a través de gotículas de saliva que permanecen en el aire y varios estudios descubrieron que el virus se propagaba con menos frecuencia en los lugares donde la gente usaba mascarillas.
En muchos países, los servidores públicos reaccionaron a la nueva evidencia con un mensaje claro: usen mascarillas.
El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, comenzó a usar mascarillas en mayo. Durante una visita a una escuela primaria, el presidente de Francia Emmanuel Macron usó una azul hecho en el país que combinaba con su traje y su corbata.
No obstante, en Estados Unidos, las mascarillas no se convirtieron en un símbolo de moda, sino en un símbolo político.
Durante meses, Trump evitó usar mascarilla en público. Se burló de un reportero que usó uno en una conferencia de prensa, pidiéndole que se lo quitara y dijo que usarlo era “políticamente correcto”.
Muchos otros republicanos y medios de comunicación conservadores, como Fox News, repitieron la postura del presidente. En consecuencia, el uso de ese artículo se volvió otra división partidista en un país altamente polarizado.
En gran parte del noreste y de la costa oeste, más del 80 por ciento de las personas usaban mascarillas cuando estaban a menos de dos metros de alguien más. En áreas más conservadoras, como el sudeste, el porcentaje era más cercano al 50 por ciento.
Una encuesta de marzo reveló que el partidismo era el mayor indicador de si los estadounidenses usaban mascarillas de manera habitual. En muchos lugares donde la gente adoptó una postura hostil hacia esos accesorios, la cantidad de casos de virus comenzó a dispararse esta primavera.
La primera regla de la economía del virus
Durante marzo y abril, el gobernador de Georgia Brian Kemp y los miembros de su gabinete celebraron dos conferencias telefónicas diarias con el Departamento de Salud Pública, la Guardia Nacional y otros servidores públicos. Uno de los principales temas de las reuniones fue cuándo acabar con el cierre de emergencia de Georgia y reabrir la economía del estado. A finales de abril, Kemp decidió que había llegado el momento.
Georgia no había cumplido los criterios de reapertura establecidos por el gobierno de Trump (y muchos expertos sanitarios externos consideraron que esos criterios eran demasiado laxos). El estado registraba unos 700 casos nuevos al día, más que cuando cerró el 3 de abril.
No obstante, Kemp siguió adelante. Dijo que la economía de Georgia no podía esperar más y se convirtió en uno de los primeros estados en reabrir. La orden de quedarse en casa expiró a las 11:59 horas del 30 de abril.
La decisión de Kemp era parte de un patrón: en todo Estados Unidos, la cantidad de casos de coronavirus en general era mucho más elevada cuando la economía se reabrió que en otros países.
A medida que Estados Unidos toleraba semanas con tiendas cerradas y aumento del desempleo esta primavera, muchos políticos (en particular republicanos, como Kemp) argumentaron que había una inevitable disyuntiva entre la salud pública y la salud económica. Y si aplastar el virus significaba arruinar la economía, tal vez los efectos secundarios del tratamiento eran peores que la enfermedad.
A principios de la pandemia, Austan Goolsbee, economista de la Universidad de Chicago y exfuncionario del gobierno de Obama, propuso lo que llamó la primera regla de la economía del virus: “La mejor manera de arreglar la economía es controlar el virus”, afirmó. Mientras el virus no estuviera bajo control, muchas personas tendrían miedo de volver a la vida normal y la economía no funcionaría normalmente.
Los acontecimientos de los últimos meses han confirmado la predicción de Goolsbee. Incluso antes de que los estados anunciaran las órdenes de confinamiento en primavera, muchas familias comenzaron a reducir drásticamente sus gastos. Estaban respondiendo a sus propias preocupaciones sobre el virus, no a ninguna política oficial del gobierno.
Y el fin de los cierres, como el de Georgia, no arregló los problemas de la economía. En cambio, condujo a un breve aumento del gasto y las contrataciones que se desvaneció al poco tiempo.
En las semanas posteriores a la reapertura de los estados, los números de casos del virus comenzaron a aumentar de manera repentina. Los que abrieron en fechas más tempranas tendían a tener peores brotes, según un análisis del Times.
En junio y julio, Georgia informó que había más de 125.000 nuevos casos del virus, lo que convirtió a este estado en uno de los nuevos centros álgidos de propagación del mundo; hubo más casos nuevos que en Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y Australia combinados durante ese periodo.
Los estadounidenses, asustados por el resurgimiento del virus, respondieron visitando restaurantes y tiendas con menos frecuencia. La breve recuperación de la economía en abril y mayo parece haberse agotado en junio y julio.
En gran parte de Estados Unidos, los funcionarios decidieron reabrir antes de que los expertos médicos lo consideraran prudente, en un intento de que la gente volviera a trabajar y reactivara la economía. En lugar de ello, Estados Unidos provocó un nuevo y enorme brote de virus y la economía no pareció beneficiarse.
El mensaje es la respuesta
Estados Unidos no se ha desempeñado de manera singularmente deficiente en todas las medidas de la respuesta al virus. Además, en ningún otro país de altos ingresos los mensajes de los líderes políticos han sido tan variados y confusos.
A su vez, estos mensajes han sido amplificados por las estaciones de televisión y los sitios web que simpatizan con el Partido Republicano, en particular Fox News y el Sinclair Broadcast Group. Para cualquiera que escuchara a los políticos del país o viera estas estaciones de televisión, habría sido difícil saber cómo responder al virus.
Los comentarios de Trump en particular han contradicho en repetidas ocasiones las opiniones de científicos y expertos médicos.
Un día después de que se diagnosticó el primer caso en Estados Unidos, el presidente declaró: “Lo tenemos totalmente bajo control”. A fines de febrero, dijo: “Va a desaparecer. Un día (casi como un milagro) desaparecerá”. Posteriormente, declaró de manera errónea que cualquier estadounidense que quisiera una prueba podría obtenerla. El 28 de julio, proclamó falsamente que “grandes porciones de nuestro país” estaban “libres de corona”.
También promovió desinformación médica sobre el virus. Ha alentado a los estadounidenses a tratarlo con hidroxicloroquina, un medicamento utilizado para combatir la malaria, a pesar de la falta de pruebas sobre su eficacia y las preocupaciones sobre su seguridad. En una reunión informativa de la Casa Blanca, mencionó la idea de inyectar desinfectante a las personas para tratar el virus.
Estos comentarios han ayudado a crear una enorme división partidista en el país, en la cual los electores de tendencia republicana están menos dispuestos a usar cubrebocas o a cumplir con el distanciamiento social.
“Si tuviera que resumir nuestro enfoque, es un liderazgo federal realmente deficiente, desorganización y negación”, afirmó Andy Slavitt, quien dirigió Medicare y Medicaid de 2015 a 2017.
A pesar de la continua incertidumbre sobre cómo se transmite este nuevo coronavirus y cómo afecta el cuerpo humano, muchas cosas han quedado claras. Suele propagarse en interiores, con contacto humano cercano. Hablar, cantar, estornudar y toser son factores importantes en la transmisión. Los cubrebocas reducen el riesgo. El reinicio de la actividad normal casi siempre conduce a nuevos casos que requieren una acción inmediata (pruebas, seguimiento de los pacientes y cuarentena) para mantener el virus bajo control.
Cuando los países y las ciudades han prestado atención a estas lecciones, han reducido rápidamente la propagación del virus y, con cautela, han podido volver a la vida normal. En Corea del Sur, aficionados han podido asistir a partidos de béisbol en las últimas semanas. En Dinamarca, Italia y otras partes de Europa, los niños han vuelto a la escuela.
En Estados Unidos, el virus sigue abrumando la vida cotidiana.
“De hecho, no se necesita ser un genio”, dijo Thomas Frieden, quien dirigió el Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York y los CDC durante 15 años. “Sabemos qué hacer, y no lo estamos haciendo”.