Datos del Ministerio de Educación indican que en el 2019 la tasa de deserción escolar alcanzó un 7%, este año la cifra podría incrementarse, con un efecto crítico en las áreas rurales, donde el abandono de los estudios ya es evidente.
En un sistema educativo que ha dejado afuera a miles de jóvenes, excluye a las mujeres, relega a las personas con discapacidad y a la población indígena y a quienes están lejos de las urbes, la deserción viene a mermar cualquier esfuerzo por aumentar la cobertura escolar.
A criterio de Lucía Verdugo, Oficial Nacional de Educación de la Unesco Guatemala, este cierre prolongado de las escuelas puede ocasionar que muchos estudiantes no regresen a clases, lo que ya se ha visto a nivel internacional cuando por desastres naturales o conflictos los estados han tenido que suspender las actividades educativas.
Entre las razones que pueden empujan a la deserción escolar, según Verdugo, está el impacto socioeconómico que tienen los hogares como producto de la pandemia, lo que podría dificultar que los padres apoyen la continuidad de los estudios de sus hijos, debido a que esto implica un gasto.
En Totonicapán, por ejemplo, en la mayoría de las aldeas las familias se dedican al comercio informal, pero desde que comenzó el confinamiento el negocio mermó, así que los adultos se han visto obligados a movilizarse a otras comunidades para conseguir algo de dinero, pero en esta labor se suman los niños y los adolescentes, para quienes hacer las tareas que les asignan a la distancia en la escuela pasa a segundo plano. Trabajar en la agricultura es otra de las actividades a las que han tenido que ocuparse para ayudar en el hogar.
“Estamos comenzando a darnos cuenta de que sí hay un riesgo a la deserción. Muchos jóvenes están yendo a trabajar al campo, como se detuvo la actividad comercial ahora tienen que ver qué hacer, interesa más el tema de proveer a la familia que seguir en los estudios”, menciona Karen Avendaño, subdirectora de las escuelas Fe y Alegría.
Cuando las escuelas estaban abiertas, los niños recibían a diario la alimentación escolar, un beneficio que desahogaba a las familias de escasos recursos de un tiempo de comida para sus hijos, ahora con los establecimientos cerradas esto ya no es posible, lo que acentúa las carencias en los hogares. Aunque el Mineduc autorizó la entrega de víveres a los niños en lugar de la refacción que recibían en las aulas, no siempre llegan a tiempo, y en casa todos deben ayudar a conseguir el sustento diario.
Ante los altos niveles de pobreza, “en las comunidades se ve a todos los miembros de la familia como aportadores económicos”, señala Edwin Cáceres, maestro del área rural, y quien en sus visitas semanales a las aldeas ha visto aumentar el número de niños trabajando en la agricultura.
Temor al contagio
“Si deciden que regresen a la escuela,yo no voy a mandar a mis hijos, prefiero que pierdan el año a que se contagien”, ese comentario lo escuchan constantemente los directores de las escuelas Fe y Alegría. De esa cuenta, el temor a que los niños se infecten de covid-19 al convivir con otras personas en el centro escolar también puede abonar al abandono escolar este año.
Que la infraestructura de las escuelas no esté preparada para la reapertura es otro factor de peso. No tener las condiciones sanitarias adecuadas y agua potable para que los estudiantes se laven constantemente las manos, una de las recomendaciones para prevenir el contagio del covid-19, no contar con las medidas de higienización y el suministro de equipo de protección para los maestros y los estudiantes son aspectos que deben evaluarse antes de reanudar el ciclo escolar.
Además, “el hecho de que los niños y las niñas hayan permanecido al lado de sus familias durante varios meses podría afectar en la decisión de los padres y madres de volver a enviarlos a la escuela ya que sus hijos se habrán incorporado en actividades familiares, tanto domésticas como laborales y podrían considerar más conveniente que continúen en estas dinámicas”, menciona Verdugo.
No hay que pasar por alto que, sin importar la edad, el volver a las aulas no sería fácil para los estudiantes, pues según la oficial nacional de Unesco esto puede generar en ellos “temores relacionados con su capacidad de retomar el proceso de aprendizaje, especialmente para quienes no han tenido acceso a programas de educación a distancia durante el período de confinamiento y se han desvinculado de sus estudios y la escuela”.
Limitaciones
La pandemia ha obligado al distanciamiento físico, ante ello, la estrategia ideal para continuar con la educación son las clases virtuales, pero en las áreas rurales el acceso a internet es limitado, los padres de familia prefieren utilizar el dinero en alimentos.
“Vi el caso de una estudiante que no pudo mandar su tarea porque lo único que tenía la familia era para la comida. El papá me dijo: ‘Cómo voy a gastar esos 10 en internet cuando no hay comida en la mesa’”, indica Cáceres.
La deserción escolar pareciera que pesa más en el sector público y en las áreas rurales donde los niños no han logrado tener una continuidad educativa a través de clases en línea. Los alumnos han trabajado con guías de autoaprendizaje y de lineamientos provistos por el Mineduc, pero carecen del vínculo con el maestro, que en la mayoría de los casos se han limitado a entregar el material.
Avendaño dice que no contar con ese acompañamiento presencial del docente provoca un retraso en el aprendizaje de los niños.
En este punto Esther Ortega, exviceministra de Calidad Educativa, añade que al no obtener una retroalimentación por parte del docente de las tareas que realizan en casa, los estudiantes pueden desanimarse y ya no regresar a las aulas. El escenario se complica cuando el padre de familia no tiene la capacidad de ayudarlos en los trabajos escolares y no hay una motivación para el alumno de no bajar la guardia.
La amenaza del abandono escolar también está sobre el sector privado. Ortega señala que en los colegios privados hay alumnos que se están retirando. La principal razón es económica, pues el desempleo ha golpeado a muchos hogares y no hay solvencia económica para cumplir con el pago mensual de la colegiatura, además, los padres al ver que sus hijos no reciben clases presenciales optan por sacarlos.
¿Cómo frenarlo?
La incertidumbre de qué pasará después del covid-19 es generalizada, pero la deserción escolar es un riego latente que países como México, Colombia y Chile ya avizoran con cifras elevadas, en tanto que intentan retomar el ciclo lectivo.
Verdugo dice que es recomendable que el Mineduc ponga en marcha estrategias de prevención del abandono escolar previo al retorno a clases. Poner en marcha campañas de comunicación y de sensibilización que enfaticen la importancia del derecho a la Educación y las ventajas de asistir a la escuela para beneficiarse de programas como la alimentación escolar.
Por su parte, Cáceres refiere que para frenar la deserción hay que trabajar con los padres de familia, no con programas sociales mal enfocados, sino enseñándoles qué ellos pueden aprender junto a sus hijos. “Cuando ellos vean la importancia de la educación, y no lo vean como un gasto, enviarán a sus hijos a pesar de la pobreza. Lo he visto, familias pobres que gastan hasta lo último para que sus niños se superen. ¿Cuál es la diferencia? Los papás tienen esa conexión emocional con la educación”.
En las escuelas Fe y Alegría han puesto en práctica y con buenos resultados el acompañamiento a los estudiantes, no solo con la entrega de guías de trabajo sino también con el seguimiento de las tareas, monitoreo a los niños con llamadas telefónicas o a través de Whatsapp, y visitas a las casas de los estudiantes para que no pierdan el vínculo con el maestro, con la escuela.
La pandemia ha dejado al descubierto que el uso de la tecnología es vital en el campo de la educación. Es por ello que Aceña deja ver la necesidad de que en el Mineduc se forme un equipo paralelo que diseñe el concepto de educación virtual para el país.
Este es el momento de innovar y de capacitar a los maestros para que ingresen al mundo digital y que sean facilitadores de la información, y crear conciencia de que el niño es el centro del aprendizaje.
“Vemos esta crisis para hacer cambios radicales en el aprendizaje, en la forma de impartir clases y usar la tecnología, la tecnología no es cara, es barata en comparación con lo que es el aprendizaje de 3 o 4 millones de niños”, agrega Aceña.