El inodoro, artefacto cotidiano al que no se le presta atención, es de fundamental importancia para el desarrollo humano, para que la persona, cómoda e higiénicamente, deposite sus necesidades fisiológicas en él, las cuales son arrastradas por medio del agua a un alcantarillado, donde se convierten en aguas residuales. Un cierre de sifón de agua impide la salida de los olores del desagüe hacia los espacios habitados. Por lo general se fabrican de porcelana, pero también, de loza o acero inoxidable. Asimismo, estos artefactos se pueden conectar a un pozo séptico.
Cuando no se dispone de un sistema de alcantarillado se puede construir una letrina, compuesta por un pozo —de al menos 2 metros de profundidad, cuya vida útil es de uno a tres años—, un asiento y una caseta. También se puede instalar un sanitario ecológico seco, que aprovecha los ciclos naturales para transformar las excretas en un producto inofensivo que sirve de abono. Es amigable con el medioambiente, pues no utiliza agua, no la desperdicia y no la contamina. A la orina y heces se les esparce cenizas, aserrín o tierra, que llegan a una cámara, con ventilación.
Según datos del Censo 2018, el 55% de los hogares guatemaltecos contaba con inodoro. De este porcentaje, el 44.9% estaba conectado a una red de drenajes y el 10.6% a fosa séptica. Además, el 32.3% tenía letrina y el 4.8% reportó carecer de servicio sanitario.
En las últimas décadas se registra una tendencia a aumentar el uso de inodoro conectado a red de drenaje o a fosa séptica, y a reducir el uso de letrinas, con base en el Censo 2002. Según el de 1994, el 13% no tenía servicio sanitario y en el 2002, el 14.5%. El departamento en el que se registró la mayoría de hogares sin ningún tipo de servicio sanitario, en el Censo del 2018, fue Jutiapa —22 mil 311—, seguido de Chiquimula —21 mil 92— y Quiché —17 mil 161—. El 88.9% de los hogares censados tiene excusado, letrina o pozo ciego de uso exclusivo en el hogar.
Según un informe de Usaid, Abriendo la mentalidad (2017), las letrinas resultan más atractivas en el área rural, por cuestiones de privacidad, pues las casas están cada vez más próximas e “ir al monte” ya no supone intimidad. Las letrinas, sin embargo, tienen la desventaja de producir mal olor y atraer moscas. Un retrete para la población rural le ahorra recorrer grandes distancias, muchas veces por vergüenza, aparte de que corre peligro de ser asaltada, dice la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Consecuencias
Alrededor de 829 mil personas mueren cada año en el mundo por enfermedades provocadas por saneamiento inseguro y agua insalubre. Hay que recordar que la inadecuada disposición de las excretas humanas es una de las principales causas de contaminación y origen de enfermedades; entre estas, parasitarias, diarreicas agudas, cólera, infecciones gastrointestinales, amebiasis y disentería, expone la Organización Panamericana de la Salud. Además, propicia la multiplicación de vectores que generan afecciones, pues cuando los insectos tienen contacto con las heces transportan microbios y parásitos a todo lo que toquen en su recorrido, como los alimentos.
Los países en donde la evacuación al aire libre es una práctica extendida tienen el mayor número de decesos de menores de 5 años, además de altos niveles de desnutrición y pobreza, destaca la OMS.
Según estadísticas de Sistema de Información Gerencial de Salud, del Ministerio de Salud, la diarrea y gastroenteritis de presunto origen infeccioso, amebiasis y parasitosis intestinales están entre las 20 principales causas de morbilidad en Guatemala. De las primeras, en el 2022 se registraron 286 mil 527 casos; de la segunda, 251 mil 172, y de la tercera, 221 mil 56.
La eliminación segura de las heces disminuye el riesgo de aparecimiento de diarrea en un 30% o más, refiere un informe de Salud, Usaid e Incap del 2016. Por lo tanto, un inodoro, más que un lujo, es un aparato primordial para la salud.
El decreto legislativo 90-97 establece que la cartera de Salud es la encargada de establecer normas sanitarias que regulen la construcción de obras para la eliminación y disposición de excretas y aguas residuales.
Dicho ministerio, en mayo de este año, participó en el lanzamiento de la guía “Paso a paso para implementar la metodología Saneamiento e higiene total sostenible en Guatemala”, con el propósito de reducir la evacuación al aire libre en las áreas rurales y así disminuir enfermedades. La guía implica una organización comunitaria y aprovechamiento de recursos de la comunidad para fortalecer la higiene y el uso del agua en las letrinas y servicios sanitarios.
El tema del Día Mundial del Retrete de este año es “Acelerar el cambio”, pues en este momento “estamos muy lejos de alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 6: agua y saneamiento seguros para todos en el 2030”, puntualiza la OMS. “Los retretes son la piedra angular de la salud pública y desempeñan un papel fundamental en la protección del medioambiente”, añade.
Alrededor de 3 mil 500 millones de personas no tiene un retrete seguro, un inodoro que no se comparte con otros hogares, que trata o elimina los excrementos humanos en el mismo sitio, que los almacena de forma segura para su posterior vaciado o está conectado a una planta operativa de alcantarillado y tratamiento de aguas residuales.
“La falta de retretes nos afecta a todos y perjudica al mundo que compartimos. Necesitamos con urgencia programas de gran envergadura de construcción de retretes respaldados por los gobiernos”, hace ver la OMS.
Historia en Guatemala
Los españoles introdujeron las letrinas, las cuales eran utilizadas por personas pudientes, como se puede observar en vestigios hallados en patios posteriores de casas de Antigua Guatemala, indica el historiador y sociólogo Aníbal Chajón. En Santiago, en el valle de Almolonga, fundada en 1529, Antonio de Remesal menciona que en la casa de doña Beatriz de la Cueva había retretes.
Desde 1559 cada construcción debía contar con sumideros o pozos para desechos. En el convento de Capuchinas, que data del siglo XVIII, construido por Diego de Porres, las celdas de las enclaustradas servían para retiros, pues cada una tiene un servicio sanitario que desfoga a la calle, además de una complicada construcción hidráulica que desde el piso superior bajaba a cada excusado, un sistema que no tenía semejanza en esa época.
En uno de los patios del convento de la Inmaculada Concepción, fundado en el siglo XVII, donde hay un claustro que habitó sor Juana de Maldonado y Paz, se encontró una artesa bien decorada y cerca de esta, letrinas, las cuales se valían del agua proveniente del lavadero para expulsar los sólidos del lugar y evitar así la fetidez y enfermedades.
Hay una instalación en la Casa Popenoe, en la ciudad colonial, del siglo XVIII, considerado un mingitorio, ubicado en uno de los corredores. Se trata de una abertura en la esquina de este, donde orinaban los hombres, quizá protegidos de miradas indiscretas mediante una estructura tipo biombo, que debía estar reservado para los mozos de servicio. Para limpiarlo, el agua debía ser aportada con baldes, puesto que no hay ningún tipo de cañería. Se cree que pudo existir otro tipo de letrinas más lujosas para los propietarios de la casa. Se localizaron restos de probables letrinas en el patio principal con una cubierta de alcantarilla.
Vestigios hallados en los conventos de Carmelitas Descalzas, en Antigua Guatemala, del siglo XVII, y el de la Nueva Guatemala de la Asunción, del siglo XIX, muestran que las pilas estaban cerca de los lugares comunes o letrinas, que debían estar apartados en un apartamento, en el cual se encerraba la monja, para que no fuera observada por los demás. Eran estrechas y cerradas, para que no emanaran malos olores. Cerca de las cajas de agua extramuros estaban aquellos lugares que necesitaban el líquido, como cocinas, pilas, fuentes, baños y letrinas. Estas eran similares a las usadas en la época de los romanos, en un lugar que no estuviera a la vista del exterior, con uno o dos asientos, alejados de las celdas o cuartos. Las bañeras para el aseo corporal estaban contiguas a las cocinas, porque el agua pasaba cerca del fogón, donde se calentaba.
Dentro de los servicios de una vivienda de Antigua Guatemala, construida en el siglo XVI, ubicada en la 4a. calle Oriente, se encontró una letrina de fina mampostería, rectangular, con dos agujeros de 40 cm de diámetro, separados por tabiques, contiguo a la artesa o bañera y piletas. Presentaba restos de pintura roja original, situada en un espacio constructivo importante. El depósito de excretas, de piedra y argamasa, tiene 3.30 metros de profundidad y 1.8 metros de ancho.
Chajón añade que también era común el uso de bacinica por los dueños de las casas, que eran de cerámica o metal, y que eran vaciadas por los sirvientes en los excusados.
En la Nueva Guatemala de la Asunción, cuando se importaron los primeros inodoros de Europa, a principios del siglo XIX, surgió la necesidad de disponer de tuberías para los desechos, por lo que se aprovecharon las que ya habían construido los españoles para distribuir agua.
Sin embargo, estos drenajes se fueron obstruyendo, porque no estaban capacitados para recibir desechos de ese tipo, por lo que se decidió liberarlos en los barrancos. En las décadas de 1920 y 1930 se mejoró el alcantarillado, y en la de 1950 se construyeron los grandes colectores, expone Chajón.
El historiador Horacio Cabezas Carcache menciona que cerca del convento de San Francisco, en Granada, Nicaragua, su lugar de origen, muchos vecinos, en vez de depositar las excretas en el excusado, abrían la ventana para lanzarlas a la calle, y antes de ello gritaban: “¡Agua va!”.
A partir de la primera colonia residencial, en 1936, llamada Ubico, y después 25 de Junio, zona 5 capitalina, era obligatorio que todas las urbanizaciones y construcciones nuevas tuvieran drenajes apropiados para inodoros.
Durante el gobierno de Jorge Ubico (1931-1944) se empezaron a importar los primeros inodoros estadounidenses, como los de la marca Richmond, manifiesta el historiador de Arte Fernando Urquizú, que destacan por su elegancia y durabilidad.
Fuentes consultadas para la reseña histórica: Las estructuras monacales de las Carmelitas Descalzas, de René Johnston Aguilar; Resultado de la investigación arqueológica del claustro conocido como Sor Juana de Maldonado y Paz, de Christopher Martínez; Las instalaciones hidráulicas de la Casa Popenoe, de Alberto Garín, Carmen María Mejía y Ana Lucía Ortiz, y Rescate arqueológico de una vivienda colonial situada en la 4a Calle Oriente No. 17, de Gustavo Martínez Hidalgo y Tania Cabre.