“Los primeros días estaba emocionada, pero ahora soy consciente de todo lo que implica —el confinamiento—”, expresa María Fernanda Murillo, una universitaria de 22 años. La situación ha hecho que su rutina de estudios cambie, pues ahora las clases las recibe en línea. “Sin duda, prefiero las presenciales. Hace falta la interacción con el catedrático, con las compañeras, estar en un ambiente académico”, agrega.
En esa situación se encuentran estudiantes de todos los niveles. Héctor Dueñas, quien cursa la carrera de Comunicación Audiovisual en una universidad privada, cuenta que ahora comparte el área de estudios con un niño de nivel primario, su hermano menor.
El trabajo también se ha convertido para muchos en una actividad telemática.
Liliana Pérez, empresaria, cuenta que las operaciones de sus negocios se pueden sostener entre un 70 y 80% gracias a las telecomunicaciones. “Las redes sociales se prestan para esto; hay interacción con cada miembro de la empresa, lo que permite avanzar con lo más importante”, explica.
Carlos García, becario en un bufete de abogados de la zona 10 capitalina, narra cómo también está haciendo teletrabajo, una opción que se presta para varios oficios.
El ingeniero Marvin Martínez también logra sostener reuniones a distancia con sus colegas, para no detener los procesos de producción que maneja la empresa donde labora.
Plus de convivencia
“Yo he visto esta situación como una oportunidad para valorar todo lo que tengo, sobre todo el amor de la familia”, comenta Rebeca Wolff, locutora en una radio de contenido musical.
El confinamiento supone compartir más tiempo con la familia, algo que no es usual para muchas personas. “A veces no veía a mi papá hasta el otro día, o solo unos minutos por la noche. Ahora desayunamos, almorzamos y cenamos todos juntos”, refiere Wolff.
“Llevábamos toda una vida de no convivir todos por tanto tiempo encerrados en una misma casa por más de cinco o siete días”, afirma, en la misma línea, García.
Pérez, quien es madre de familia, se expresa en un sentido similar. “Hoy en día, tanto las labores fuera de casa como las redes sociales hacen que la convivencia sea menor. Lo positivo de esta situación es compartir con la familia”.
Marconi Gallo, bombero voluntario, de 39 años, también dice que gran parte del tiempo en casa, consecuencia del confinamiento, lo está dedicando a organizar juegos con sus hijos.
Héctor Dueñas, por su parte, propone una actividad que han impulsado en su casa a raíz del encierro. “Estamos teniendo la mecánica de que cada uno lee un libro, y a la hora del almuerzo lo comentamos en grupo”.
Miedo en el horizonte
“Trato de no ver las noticias todo el tiempo, porque eso me causa ansiedad”, confiesa Murillo, la estudiante universitaria, quien además ha visto cómo su rutina familiar se rompe, pues no vive con su padre y tampoco lo puede visitar. “Sé que existen FaceTime y aplicaciones similares, pero no es lo mismo”, dice.
La incertidumbre sobre cuál será el desenlace de una crisis que le compete a todo el mundo es evidente. Incluso los mercados de valores, de petróleo o el valor del quetzal frente al dólar lo han demostrado.
“El estancamiento económico y el temor a lo que vendrá, sobre todo dentro de las finanzas. Todos vamos a sufrir una crisis que todavía no se está percibiendo”, explica Liliana Pérez al hablar de lo que le preocupa.
Sin tiempos muertos
Estar en casa todo o casi todo el día no es sinónimo de tiempo muerto. Al contrario, se ha visto cómo muchos trabajos y estudios mantienen el ritmo. Sin embargo, los períodos de ocio sí se reducen a un espacio menor al usual.
Algunos cuentan que han comenzado a distribuir las labores del hogar entre los miembros de la familia; otros, como el bombero Gallo o Farah Illescas, quien también sostiene reuniones de trabajo a diario desde su casa, hacen volar su imaginación para organizarles juegos a sus hijos.
Los demás recurren, en gran proporción, a ejercitarse, navegar por internet y avanzar con películas o libros pendientes.
La vida sigue, pero como deporte de interior.