Margarita no tiene un aparato para hacer ecografías, son sus manos el instrumento para detectar la posición del bebé en el vientre, una práctica ajena a la medicina convencional.
Con un ungüento preparado con plantas tradicionales, sus dedos y palmas comienzan a presionar y masajear frotan con movimientos circulares y delicadeza el vientre tibio de Laura Pérez Tumax. “Es para que se despierte el niño”, afirma la comadrona, de origen quiché.
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“Le falta poco para coronar”, señala, luego de palpar que la bebé se acomoda en la posición correcta para el momento del nacimiento, previsto para la siguiente semana.
Laura tiene 27 años y no puede ocultar lo nerviosa que se siente por el parto, pero la tranquiliza que ocurrirá en su casa.
Esta quizá sea la última visita de la abuela comadrona antes de que nazca la bebé. Laura se afloja la faja del corte, se acomoda en la cama y destapa su vientre frente a su esposo y su madre.
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Margarita pide una palangana con agua limpia, para lavarse las manos; se recoge el cabello con una cinta y lo cubre con un gorro de tela. Luego se coloca una mascarilla para cubrir nariz y boca y se ciñe una gabacha a la cintura. Son pasos que repite cada vez que visita a sus pacientes, parte del protocolo para garantizar una atención limpia y segura, sobre todo ahora, que el contagio del covid-19 es una amenaza.
“Todo está bien”, dice con voz pausada, luego de verificar la posición del feto, escuchar que su corazón está fuerte y asegurarse de que la madre no presenta señales de peligro como presión alta, secreción de líquido o sangrado vaginal, dificultad para respirar, dolor de cabeza o de piernas, manos hinchadas o que el niño esté atravesado.
Si ese fuera el caso, la familia ya conoce el plan de emergencia. El parto no puede ocurrir en la casa y habrá que llevar a la madre al hospital, como Margarita les ha explicado en cada visita.
“Decidí que el parto sea en la casa. Estoy más tranquila acá. Ir al hospital me da miedo, por eso decidimos hablar con la comadrona”, cuenta Laura. El temor no es solo a contagiarse de covid, sino porque los médicos y enfermeras no comprenden sus costumbres, no tratan con empatía a las mujeres indígenas ni les explican los procedimientos a los que las someterán, refiere. Con ayuda de la comadrona dará a luz entre su gente, y no en un frío y sombrío edificio del servicio de salud pública.
A donde Salud no llega
En las áreas rurales, los centros y puestos de salud no son accesibles, la lejanía y las malas condiciones de los caminos dificultan a muchas mujeres en estado de gravidez acercarse a las revisiones médicas, y esa es otra de las razones por las que la mayoría de partos ocurren en la casa de la madres.
El año pasado, la restricción de movilidad impuesta a causa de la pandemia complicó más el acceso a la atención prenatal, pero Margarita está donde el sistema de salud no tiene cobertura. Como ella existen 20 mil 84 comadronas registradas por el Ministerio de Salud. Posiblemente haya más, pero son ellas las que pueden ejercer el oficio, pues tienen un carné que las autoriza y les permite registrar a los bebés que reciben.
Durante el 2019, las abuelas comadronas atendieron 86 mil 337 de los 366 mil 855 partos reportados en el país, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Su labor representó un ahorro para el Sistema de Salud Pública, pues asistieron el 23 por ciento de nacimientos. En departamentos como Huehuetenango y Quiché el porcentaje es mayor, uno de cada dos niños fue recibido por estas mujeres de sabiduría ancestral.
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No se tienen registros del 2020, pero la pandemia obligó a más mujeres de las áreas rurales a buscar la ayuda de comadronas para dar a luz.
Los toques de queda impuestos limitaban el trabajo de las abuelas, pero, para no ser detenidas, consiguieron un permiso de las autoridades locales para movilizarse en los horarios restringidos, pues las emergencias no avisan.
“No importa de dónde me vengan a buscar, y la hora… Yo voy”, dice Margarita.
Con o sin pandemia
La labor de las comadronas va más allá del parto, pues llevan el control prenatal, aconsejan durante el pre y posparto, orientan sobre el cuidado del recién nacido e instruyen a las parejas en planificación familiar, salud sexual y reproductiva.
“Son las consejeras, las guardianas, las que promueven la salud comunitaria, dan apoyo emocional y espiritual”, indica Mayra Cholotío, coordinadora del Movimiento Nacional de Comadronas Nim Alaxik.
Ellas son una figura de autoridad en la comunidad, y por ello son pieza clave en esta pandemia. Sus consejos de cómo prevenir el covid son bien recibidos por los pobladores, pues les hablan en su idioma y de acuerdo con sus costumbres.
Les aconsejan usar mascarilla, el lavado de manos con agua y jabón o el uso de alcohol en gel para no contagiarse. Además, les describen las señales de la enfermedad y hablan de la importancia de vacunarse contra el coronavirus cuando sea el momento.
“¡Tenemos miedo a la vacuna!, me dicen, pero les digo que es un beneficio para nosotros. Me dicen que duele. Todo es dolor, les digo. Si comemos un tamal caliente es dolor, cuánto más un pinchón, pero es necesario”, de esa manera y en quiché Margarita promueve la inmunización en su comunidad.
Aunque hablan de la importancia de la vacunación contra el covid-19, solo cuatro mil comadronas han recibido la respectiva dosis de parte del Ministerio de Salud, según el reporte que Cholotío ha recibido, pese a que son consideradas personal en riesgo y a que en el Plan Nacional de Vacunación figuran en la primera fase, pues están igual de expuestas al virus que un médico o una enfermera.
Don y misión
Margarita es una figura de autoridad en Quiacquix, donde reside. Ser comadrona es un don y una misión de vida, una herencia de generaciones para preservar los conocimientos y la sabiduría ancestral.
Cuenta que de niña se enfermaba con frecuencia. “Mis papás me llevaron a curar, creyeron que tenía lombrices, pero cuando llegamos con la anciana, dijo: ‘Esa niña no está enferma, lo que tiene es un don. Si ella decide aceptarlo, poco a poco se curará”.
El anuncio de su misión le llegó a través de sueños. Mientras dormía escuchaba llanto de niños, intentaba acercarse al lugar de donde provenía aquel sonido, pero le impedían el paso. Al despertar, el malestar en su cuerpo volvía, y así transcurrió el tiempo.
A los 17 años contrajo matrimonio, y un año después recibió charlas de Aprofam para promover la planificación familiar en la comunidad, lo que le abrió las puertas para recibir otra capacitación en el centro de salud de la localidad. Para entonces ya había atendido un primer parto y la reconocían como comadrona. Luego obtuvo carné.
“Estoy salvando vidas. La tarea que tengo de ser comadrona es salvar vidas, la de las madres y las de los bebés. Estoy dando un servicio de atención de parto limpio y seguro para reducir las muertes maternas y neonatales en estas comunidades”, dice, convencida de que esa es su misión.
Cuando comenzó la atención de partos, su padre le regaló dos sábanas blancas, una toalla y una tijera. Fue el primer equipo que utilizó, y aún lo conserva.
Del Ministerio de Salud el apoyo ha sido poco. Le entregaron una tijera, una sábana, un poco de algodón y una yarda de cinta de castilla para amarrar el cordón umbilical de los recién nacidos, hace más de 20 años. La ayuda ha venido de organizaciones internacionales que las han equipado, y con esos insumos hacen frente a la pandemia.
Dignificación
Las comadronas son respetadas en sus comunidades; sin embargo, sus conocimientos no son aceptados por quienes practican la medicina occidental.
“Cuando llevamos a las pacientes al hospital les dicen: ‘peor si la comadrona les dio pimpinela —planta medicinal—, y por eso vienen con complicaciones. Eso es lo malo de las comadronas, eso es lo malo de ustedes, que confían en ellas”. En repetidas ocasiones Margarita ha escuchado esos comentarios del personal de Salud.
Los casos que las comadronas llevan al hospital son embarazos con señales de peligro que ellas saben identificar, pero su diagnóstico no es aceptado ni por médicos ni por enfermeras.
“Discriminan y desvalorizan su trabajo, les dicen que no saben, mientras que los médicos sí. Hacen comparaciones de capacidades, que obviamente son diferentes, porque son dos sistemas de salud distintos: uno es institucional-técnico y el otro es salud ancestral, más holístico, filosófico y cosmogónico”, señala Cholotío.
Ante esta situación, el Movimiento Nim Alaxik planteó en el 2015 un amparo contra el Ministerio de Salud, debido a la discriminación, racismo, así como violencia psicológica y física de la que son objeto las abuelas comadronas por parte de los médicos y enfermeras en los hospitales públicos.
Más de 140 comadronas denunciaron malos tratos, y aunque ganaron el amparo, la situación no ha cambiado.
Durante los meses más fuertes de la pandemia se les dejó trabajar, pues los servicios de salud estaban cerrados, por lo que pudieron atender todo tipo de partos en los hogares, sin problema, pero ahora que el país vuelve a la normalidad las restricciones comenzaron de nuevo para ellas, todo apunta a la intención de institucionalizar los partos. No pueden atender a primerizas ni multíparas, aun cuando la madre esté a punto de parir, de hacerlo, corren el riesgo de que les quiten su carné.
A criterio de Cholotío, la implementación de la Política Nacional de Comadronas de los Cuatro Pueblos de Guatemala: maya, garífuna, xinca, aprobada en el acuerdo gubernativo 102-2015, vendría a reivindicar el trabajo que realizan y que por siglos ha contribuido a la salud integral en las comunidades, y crearía las condiciones para coordinar el trabajo con el personal de salud.
Pese a que esta tiene una vigencia del 2015 al 2025, fue en diciembre pasado que se aprobó el plan de acción para implementarla, pero se carece de una ruta para que la política se convierta en realidad.
“Vemos que no hay voluntad política. También pedimos un reconocimiento para dignificar el trabajo de las comadronas a nivel nacional. Está engavetado en el Congreso, solo faltan dos artículos para que sea aprobado en su totalidad. Pedimos que la ley sea aprobada, pero no hay voluntad”, menciona Cholotío.
Margarita espera que cesen los malos tratos, la discriminación y el racismo, que se respete su visión ancestral, sus prácticas tradicionales para atender la salud de la mujer, y que haya un intercambio de experiencias entre el personal de salud y ellas, para preservación de la vida.
“Somos personas de maíz, lo que nos cambia es la vestimenta, pero el corazón es igual; tenemos la misma sangre, ¿por qué hay malos tratos, si somos iguales…?”, dice