- ¿Hay alguien ahí?
Fue en el Cementerio General ya hace 37 años. En unas de las criptas de la Familia Aldana. Mi mamá ponía unas flores y yo tocaba la lápida con una piedra. Eran flores para mi padrino Julio Aldana. Cada vez que tocaba, preguntaba “¿Quién está ahí?” Así lo hice varias veces cuando de repente me respondió con una voz que jamás olvidaré: “Yooooo”. Mi mamá lo oyó y me fue a abrazar rápidamente porque yo ya caía del susto. Quizá se lea fantasioso, pero en ese día solo nosotros estábamos. Ocurrió unos días antes del 1 de noviembre, y no había nada gente.
Tio Guixo Guicho
- El perro burlón
Una noche, mi hermano llegó pasada la medianoche de su trabajo, pero en donde el vivía, la cuadra tenía dos entradas y se llegaba caminando desde la calle principal. Cuando comenzó a caminar vio que en la otra esquina estaba un perro negro que también empezó a caminar; cuando él se detuvo, el perro también. Sintió escalofríos, pero continuó la marcha y el perro también. Corrió, y el perro también. Esto causó miedo en mi hermano, y caminó un poco despacio, y el perro hizo lo mismo sin quitarle la vista a mi hermano. Cuando ya estaba cerca, mi hermano sacó la llave y corrió hacia la puerta. Abrió como pudo y ya adentro dejó abierta la puerta. Volteó hacia la calle y el perro estaba sentado enfrente, pero sobre la banqueta. El perro se rió con mi hermano como burlándose. Lo aterrador es que tenía una sonrisa como si fuese una persona riéndose de él y del susto que le provocó.
Ana Luisa Dieguez
- El vaso de leche
Esta historia es real. Me ocurrió a mí. En una madrugada, mi hija me pide un vaso de leche. Me levanto, dejo a mi esposa en la cama y me dirijo hacia la cocina, no enciendo la luz ya que al abrir el refrigerador alumbra. Tomo un vasito y comienzo a servir la leche. Escucho un como maullido al que creí escuchar pronunciar mi nombre, pero como los vecinos tienen gatos, no presté mucha atención. Pensé que serían sus gatos jugando. A la mañana siguiente, escuché a unas vecinas comentar que esa madrugada estaba en la esquina de mi casa una mujer alta con vestido oscuro y que uno de los hijos de las vecinas quería tomarle video desde su ventana, pero su celular no funcionó. La vecina lo regañó porque le dijo que jamás se debe tomar video a esa clase de espíritus pues te siguen hasta ganar tu alma. Créanme, al escuchar eso se me erizó la piel y ya no me levanto a esa hora.
Javier Murga
- La dueña de la casa
Por mi trabajo, llegué a donde vivía -que es un palomar-, a eso de la 5am. Aún estaba oscuro. Intentaba buscar la aplicación de lámpara en mi celular y escuché tacones que bajaban de las escaleras desde el segundo nivel. Era una mujer bajita con un vestido negro y encajes blancos muy bonito. No pude verle el rostro. Caminó delante de mí unos metros y entró a uno de los cuartos. Lo curioso fue cuando pasé frente a ese cuarto, la puerta estaba cerrada y la luz apagada. Al día siguiente quise averiguar quién era esa mujer y nadie me dio razón de ella. Una inquilina muy antigua me indicó que era la propietaria que había fallecido hace muchos años y que no era la primera vez que la miraban.
David Salomon Felipe Morales
- La mujer del árbol
Mi familia y yo salimos de una vigilia en mi iglesia. Mi tío nos acompañaba y se despidió de nosotros; él vive por una especie de bosque, que lo cruza a diario. Nos contó que esa noche iba llegando a su casa cuando vio a una mujer con velo blanco que estaba sobre un árbol y cuando él pasó cerca, escuchó su voz que decía: “Venga, venga”. Mi tío comenzó a decir “la sangre de Dios me cubre”, y dejó atrás a la mujer. Cuando llegó a su casa oró, tomó su biblia y salió en busca de la mujer. Llegó al lugar y la mujer había desaparecido. Él sintió que la oración hizo que la mujer huyera.
Pedro Mendez
- La estudiante del Inca
Hace algunos años cuando estudiaba en el Inca, por la tarde nos gustaba contar algunas cosas de miedo. Leíamos a Héctor Gaitán y su libro “En la calle que tu vives” siempre comentábamos lo que leíamos. Era una de esas tardes de octubre a finales de ciclo escolar cuando nos tocaba exponer y entregar tareas, algunos grados presentaban dramatizaciones y muchas veces veías a las alumnas con diversa ropa, pero un día nos tardamos en salir por contar algunas historias y el señor que cuidaba la puerta, un viejecito que era muy amable nos exhortó a irnos luego pues nos entraría la noche. De pronto, vimos que se acercaba a nosotras una joven de cuerpo muy bello, con un camisón blanco y llorando y se le notaba muy triste. Pensamos que en realidad no había obtenido una buena calificación pero echamos en cuenta que ya éramos las únicas en el establecimiento. Mis amigas tratándola de consolar, apresuraron su paso. Ella suspiró y nos vio. Pero una del grupo y yo nos pudimos dar cuenta que no iba caminando: flotaba. Sus pies no tocaban suelo. Rápidamente nuestras piernas no reaccionaron y una pesada fuerza nos abalanzó. Ella pasó en medio de nosotras e instantáneamente desapareció. Creo que ella falleció hace un centenar de años pues su ropaje era muy antiguo.
Lorena Montes
- La mujer del vestido rojo
Soy maestro de una escuela que está retirada en la montaña. Todos los días salíamos a las 4 de la mañana para la escuela porque a esa hora salía el bus. Nos dejaba en una aldea y nos tocaba caminar tres kilómetros y medio. En el 2007, que hubo un cambio de hora, para acortar el camino, nos metíamos por una vereda. Todos los miércoles, al pasar por un árbol de copal, nos topábamos con una señora, bajita y de vestido rojo con lunares amarillos, que siempre nos decía: “Buenos días, profesores”, y nosotros respondíamos a su saludo. En algunas ocasiones, pensamos que la señora madrugaba ya que el bus no llegaba a la aldea a esa hora, o que iba a dejar desayuno al esposo. Era el último mes de clases. Un día desayunábamos en una casa y entre los profesores hablábamos de la amable señora. La cocinera nos escuchó y nos relató que la mujer que saludábamos cada miércoles había sido asesinada hacía tres años en ese palo de copal y que traía puesto el mismo vestido con el que nosotros la encontrábamos. Nos dijo el nombre y quiénes eran los familiares; algunos eran padres de algún alumno. A la mujer la mató a machetazos un novio celoso bajo el árbol de copal. Llevaba puesto ese mismo vestido. Nunca más volvimos a caminar por esa vereda.
Elvis Tul
- El joven arrollado
Trabajo en el trasporte extraurbano de Amatitlán y todos los días me levanto a las 3.30 horas y debo caminar hacia donde se guarda el autobús, a una cuadra del cementerio general del pueblo. Un día dejé mi alarma programada, pero esta vez sonó a las 11.45 de la noche, me levanté a apagarla y escuché que tocaron dos veces la puerta. Lo ignoré y regresé a dormir. A los dos minutos, tocaron de nuevo. Me pareció raro, pero no quise abrir. Así siguieron tocando hasta que sonó a las 3 am la alarma para levantarme. Me arreglé y caminé hacia el autobús. Cuando llegué a la gasolinera, vi parado a un joven que parecía llorar. Sentí el cuerpo pesado. No me animaba a pasar, y de pronto una camioneta iluminó el lugar y ya no había nada. Corrí al parqueo donde ya me esperaba el piloto. Ambos escuchamos un grito desde el interior del bus que aún tenía el candado puesto. Lo más escalofriante fue ver en el asiento del piloto a alguien que encendía y apagaba las luces de los silvines. Arrancó el motor caminó dos metros hacia atrás tirando la parede que comunica entre el parque y el cementerio. Nos acercamos y mi compañero piloto, pálido, me contó que tres años atrás arrolló a un joven cerca del km 22. Enmudeció cuando observé la lápida cerca de la llanta y vi la fotografía del chico que vi llorando. Ese día cumplía años de fallecido.
Jenniffer Lorena Marroquin
- La pareja de Las Cañas
En el km 42 de la Cuesta de Las Cañas, a eso de la medianoche, una pareja pide jalón. Él lleva un traje azul oscuro, es moreno y luce un pequeño sombrero. Ella lleva un vestido largo negro, que no deja ver sus pies, sus ojos negros y profundos, que una vez vistos, no se pueden olvidar. Ahí, parados en a la orilla de la carretera, hacen la señal con el pulgar hacia arriba pidiendo que alguien los lleve. Suben atrás del vehículo de aquellos buenos samaritanos que paran ante su señal. A pocos metros, en una curva, desaparecen. Pero, aquellos que no detienen su marcha, ¡pobres de ellos! Al pasar por esa misma curva, cuando ven su retrovisor, lo único que ven son esos oscuros y penetrantes ojos. Sentados en el asiento trasero, de donde no se bajarán jamás.
Juan Heber
- La mujer y los cinco niños
Esta historia es corta, pero cuando me la contaron se me erizó la piel. Cuenta un maestro que trabaja con mi hermana y que tiene caballos. Regresaban de un evento ya de madrugada. Iban a guardar los caballos, eran quizá las 2 am cuando pasaron por el cementerio de Jocotenango, Sacatepéquez. Vieron a una señora que iba con una fila de cinco niños. Les pareció muy extraño que a esa hora caminaran por el sector; mientras pasaban junto a ellos, voltearon a verlos y todos los niños tenían cara de ancianos.
Moni Oseida
- El señor guapo del cementerio
Fui a enflorar a un familiar. Todo estaba en silencio y de pronto veo a un señor muy guapo, todo de celeste y le pregunto algo. Se desvaneció en mi presencia. Escapé inmediato del lugar. Al llegar a la esquina, veo venir un sepelio, me quedo parada y observo. En el lugar donde vi al señor muy guapo, era donde estaba el niño donde lo enterrarían. Nunca he vuelto a ir sola al camposanto.
Delia López
- El árbol de amate
Contaba la abuelita de mi esposo que el árbol de amate frente a la casa donde vivían albergaba a un ente maligno que se hacía pasar por mujer y espantaba a los pilotos de los camiones que se parqueaban cerca. Tocaba las puertas de los vecinos, para que la dejaran entrar a la casa. Mi suegro, aún joven, la dejó entrar una vez, solo para desvanecerse ante sus ojos. Con sudor frío se fue a acostar esa noche. Después no lo dejaba en paz. Se le apareció toda su vida donde se quedara, ya que él era viajero. Hasta en mi casa la vio una vez. No sé hasta dónde será cierta la historia, pero lo que sí aseguran es que el árbol de amate tiene la particularidad de atraer cosas o entes sobrenaturales.
Claudia Calderon
- La capucha negra
Muchas veces cuando dormía, sentía la presencia de alguien al lado de mi cama. Generalmente, sentía miedo de que estaba allí. Sentía esa presencia y con el tiempo, el miedo aumentó; a la vez crecía la presencia de ese ser extraño, que, imaginario o real, yo sabía que ahí estaba. El miedo me hizo verlo: alto, capucha negra, y una tremenda pestilencia. Traté de no darle sentido, pero, conforme trataba de ignorarlo, empecé a aparecer arañado de la espalda y a sentir mucho frío. Conforme más lo ignoraba, más me lastimaba: luego de la espalda, fue las manos, pies y por último en la cara. Todo esto desapareció, hasta que cambie de casa. Pero nunca olvidaré al ser misterioso de la capucha negra.
Zergio Zoto
- La sombra que huyó de casa
Esto ocurrió en mi casa, un viernes que salía de mi trabajo, pasó una cosa horrible en mi casa. Una sombra negra atacó a mi cuñada y a mi bebé. Ya eran varios días en los que aseguraban que lo veían. Yo no creí, hasta que regresé esa noche. Mi reto era orar y sacar lo que fuera de mi casa. En ese momento, la puerta se mueve y empiezan a orar unas personas. Se sentía un frío que empeoraba cada rato. En un instante, se percibe un fuerte calor y se ve cómo sale ese ente de mi casa. Era algo horrible. Ahora solo hay paz y amor, porque Dios reina en mi hogar.
Asunción de Maria
- La mujer del tanque San Gaspar
Recuerdo cuando tenía doce años. Vivía por la 25 calle, zona 1. Jugábamos cuando vimos a una señora con un vestido blanco que hacía un ruido espantoso que provenía de la 24 calle, donde está ubicado el tanque San Gaspar. Nunca lo olvidaré, porque jamás volvimos a jugar a las once de la noche. Ahora tengo cincuenta años.
Elizabeth Guarcas
- De visita a la tía
Visitábamos a mi hermano en el Cementerio General, zona 3, con mis padres, mi hermana y su novio. Terminamos la visita y le pregunté a mi papá dónde estaba enterrada una tía, pero mi papá no lo sabía. Estábamos por salir y decidimos ir al barranco, de pronto sentí escalofríos intensos a la par de una tumba que tenía flores secas, las removí y vi en la lápida el nombre de mi tía. Mi papá pensó que bromeaba. Se sorprendió que de tanta galería, hallé el lugar donde estaba sepultada mi tía.
Pomper Manuel Ochentero
- Santa Cruz Muluá
En mi pueblo, se cuenta la historia de La Llorona. Muchos de mis hermanos, incluyéndome, la vimos varias veces. No tiene pies, tiene el cabello alborotado y una cara no muy bonita. Tiene un olor a azufre, cuya horrible peste deja por donde pasa. Es indescriptible un vestido que en algún momento era blanco. Para todos los que no creen, visiten ese pueblo, se llama Santa Cruz Muluá. En especial, la segunda cuadra donde se encontraba el rastro cerca del río. Tendrán la experiencia de su vida.
Izabella Foster
- La visita de Chiqui
Más o menos en los años ochenta, nos encontrábamos almorzando, con mi abuela. De pronto, escuchamos pasos de alguien que entró a la casa y una exhalación profunda, como cuando uno llega a su casa y se relaja. Creímos que era mi papá que había llegado a almorzar. Pasaron varios minutos y al ver que nadie llegaba al comedor, fuimos a ver y todo estaba cerrado. Nadie entró a la casa. En esas mismas fechas, en más de una ocasión nos cambiaron las emisoras de la radio, escuchábamos que tiraban cosas que estaban en lo alto, y cuando revisábamos, los objetos permanecían en su lugar. No lo inventé, no me lo contaron, yo lo viví. Hasta la fecha, creemos que era el espíritu de Chiqui, un joven que fue vilmente asesinado y usaba ese terreno como paso).
Rosario Ramirez Lopez
- En busca de la mujer esbelta
En el Lago Petén Itza, entre 1950 y 1970, se contaba que en una de las isletas cercanas a Flores, aparecía una mujer con cara de caballo. Se decía que era mujer porque quienes aseguran haberla visto, cuentan que tenía pelo largo, cuerpo delgado y de figura esbelta. Los hombres se retaban entre sí para ir al lugar de la aparición. Desafiaban su miedo cuando caía la noche y no había más iluminación que la luz de luna.
Rafra Chacón
- El hombre sin cabeza pide jalón
Un camionero que viajaba por la carretera entre Ipala y Chiquimula, cuenta que un día, a eso de las dos de la mañana, vio que una persona le hacía señas, como pidiendo jalón. Detuvo la marcha con la intención de ayudar a esa persona. Al acercarse más, vio que era un hombre sin cabeza. Desde entonces, a esa hora, nadie transita solo.
Platanito Maduro De Izabal
- Mi última noche como guardián
Soy de Retalhuleu y ya han pasado casi 15 años de esto. Trabajaba cuidando la cosecha de sandía en enero y una noche me tocó quedarme solo, porque mis compañeros se fueron a beber a una tienda. Había pasado unos 20 minutos desde que se fueron. Me recosté un rato y escuché a unos perros que ladraban. Me levanté y en el camino vi a un muchacho. Creí que era uno de mis amigos. Me acerqué y ya no estaba. Regresé al lugar donde tomaba la siesta y lo vi parado. Le hablé y no me volteó a ver. Lo vi caminar y le dije que se durmiera. Se paró y me dio un escalofrío fuerte, mis pies no podían moverse. Volví a escuchar a los perros ladrar, agarré mi machete y golpeé una piedra con mucha fuerza para ahuyentarlo. Se fue. Pocos minutos después escuché un grito espantoso y casi me desmayo. Al rato, venían mis compañeros bien borrachos y les conté lo ocurrido. Me dijeron que por cerca del lugar había sido asesinado un muchacho. Nunca más volví a trabajar de cuidador.
Martin Cochajil
- Visita de la muerte
Me levanté a eso de las cuatro de la madrugada. Fui a la cocina y sentí como que alguien me observaba. Volteé a ver y solo sentí un viento fuerte que me ensordeció. Era un figura alta con ropa negra. Volví a ver, desapareció y solo me quedó un escalofrío. Fue un sábado y ese día mi papá se enfermó, y murieron unos conocidos míos. Días después ocurrió lo de El Cambray 2. Deduje que esa noche, la muerte andaba de visita.
Alva Marisel Ruano Lopez
- Hermana, estás muerta
Hace algunos años cuenta mi abuelita que murió su hermana. Una noche, se levantó pensando que era ya de día, vio el reloj y era la una de la madrugada. Fue a la cocina y vio luz encendida. Vio a una mujer saliendo. Le dio curiosidad y al ver fijamente, reconoce a su hermana. Mi abuela le habla y le dice: “Nita, ¿qué hacés aquí, si estás muerta? Ve que se gira y desaparece.
Leticia Lopez
- El baile de la china
Esto ocurrió en el Cementerio General. La amiga de mi abuela acostumbraba ir a cortar ramas para sus canarios. Cerca del panteón chino, quiso descansar un rato. Era ya casi la hora de cerrar el cementerio. Del panteón vio salir a una china con traje kimono. La ve bailar un rato y regresar al panteón. Por el miedo, demoró en llegar a la puerta del cementerio y salir. Nunca más regresó sola.
Ana Elizabeth Ibañez Valdez
- Sobra inquieta
Vi cómo una sombra se atravesaba en mi camino a casa, sin prestar asunto continué mi marcha. Veía mi celular y le presté poca atención. Alcancé a ver cómo esa misma sombra cruzó por un callejón y los perros ladraron con fuerza. Miré hacia dónde ladraban los canes, pero el callejón estaba vacío. Solo yo y los ladridos de los perros.
MI Angel Dela Guarda Berta
- La tarántula del tomacorriente
Cuando era pequeño veía cómo una tarántula salía de una placa de corriente que estaba en la sala. Nadie me creyó. Era muy grande y de varios colores. Peluda. Siempre salía al caer la tarde, a eso de las 6 pm. Fue hasta que cumplí 15 años que la pude cazar. Me traumó para siempre esa horrible experiencia.
Carlos Corzo
- Dormir sobre la mesa
Hace unos dos años y medio, me encontraba de servicio en un predio de vehículos, ubicado cerca del cementerio de El Estor, Izabal. Eran las 2.30 de la mañana y sentí cansancio. Recosté la cabeza sobre una mesa. No había terminado de cerrar los ojos y tocaron a la puerta de la garita. Salí para ver quién era y no había nadie. Volví a recostarme y vuelven a tocar la puerta, dos veces. Sentí un escalofrío que hasta el sueño se me escapó. Al día siguiente, le comenté a un señor que trabajaba para la muni, y me contó que es malo dormir en mesas, porque la muerte llega por la persona. Algo que yo no sabía, y evité a partir de ese día.
Tunero De Corazon Sagastume
- La hija de la tortillera
Esto le pasó a mi suegra. Se llama María. Veía la televisión todas las tardes a la misma hora. Un día llamaron a su puerta, era una niña de unos seis años con su vestido rosado que le pedía comida. María le dio. A la siguiente tarde, ocurrió lo mismo, y María le daba de comer. Esto se repitió cada tarde, a la misma hora, hasta que mi suegra le preguntó cómo se llamaba y dónde vivía. La niña dijo que se llamaba Lorena y que era hija de doña Chonita, la señora que vende tortillas a la vuelta de su casa. Ese día llovía fuerte. Y le dijo que iría a avisar a su mamá que no tuviera pena, que estaba segura en su casa. La invitó a pasar y la niña empapada por la lluvia pasó a la sala. Bajo la lluvia se fue maría a buscar a doña Chonita. Y al llegar, le preguntó si ella era la mamá de Lorena. La pobre señora se echó a llorar y le dijo que su hija se había muerto ahogada en la pila de su casa un año atrás, y que ese día llevaba un vestido rosado, justo como estaba vestida cada día que llegaba a pedir comida. María enmudeció. Dio el pésame y se fue pensando que la niña estaba en su casa esperándola. Al llegar, la buscó por todos lados y no la halló, solo una toalla mojada sobre el sillón, la misma que María le dio para que se secara el agua. No durmió en toda la noche, pensando que la niña estaría debajo de su cama o en algún rincón. Al siguiente día, a la misma hora, tocaron a su puerta, ella con temor abrió, y allí parada estaba Lorena. María le pregunta: “Nena, ¿tú estás muerta? La niña la ve a los ojos fijamente y grita: ¡Sí!.
Norma Liseth Flores